jueves, 29 de abril de 2010

Dos versiones de la democracia

El debate sobre la sentencia del Estatut refleja bien dos concepciones muy distintas de la democracia:
- la democracia jacobina y
- la democracia constitucional


Las dos parten de idéntico principio: democracia es el gobierno del pueblo, la expresión de la voluntad de los ciudadanos.
Es, por tanto, el gobierno de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo. Este último es la dictadura, el gobierno de uno o de una aristocracia.
La democracia es
- el gobierno de todos, conectado inevitablemente, a su vez,
- con la idea de Estado de derecho, es decir,
- con la idea de que quienes nos gobiernan son las leyes, no los hombres.
Siempre, naturalmente, que estas leyes
- sean generales,
- garanticen los derechos fundamentales y
- expresen la voluntad mayoritaria del pueblo
.

La democracia está basada en las ideas contractualistas del siglo XVII, especialmente en las ideas de Hobbes y de Locke.
Para estos autores, en el estado de naturaleza, en que no había poder político alguno, los individuos eran libres e iguales pero su existencia se veía constantemente perturbada por las constantes luchas entre ellos y, en la práctica, la libertad y la igualdad se les negaba.
Así pues, descontentos con tal situación, estos individuos deciden ponerle fin, y para ello acuerdan mutuamente un contrato mediante el cual fundan un Estado,
- el instrumento que debe garantizarles seguir siendo libres e iguales como en el estado de naturaleza.
- Este contrato es, de hecho, la Constitución. En la Constitución, en el contrato, se establecen y regulan, básicamente,
- su finalidad (la garantía de los derechos de libertad e igualdad) y
- los medios para hacer cumplir esta finalidad (los poderes constituidos: legislativo, ejecutivo y judicial, es decir, parlamento, gobierno y jueces).
Estos poderes constituidos están condicionados y limitados, por el pacto fundacional y constituyente, sometidos, por tanto, a la Constitución. Esta inicial idea de democracia liberal tuvo –Gran Bretaña aparte– dos grandes versiones:
- la estadounidense y
- la europea.
En la primera se mantuvo el esquema inicial según el cual los poderes constituidos están sometidos a la Constitución y ello se garantizaba mediante el control de constitucionalidad de las normas jurídicas por parte de los jueces.
En la versión europea, en cambio, el jacobinismo francés consagró la supremacía del Parlamento y de la ley, quedando la Constitución como una ley más y el Parlamento como órgano depositario de la soberanía nacional. El constitucionalismo europeo se mantuvo en esta línea casi hasta la Segunda Guerra Mundial.
Tras comprobar cómo
- las mayorías parlamentarias,
- las leyes sin control jurisdiccional y
- los parlamentos soberanos
- habían entregado el poder a Mussolini y a Hitler, con la catástrofe posterior que ello supuso,
se retornó a la inicial idea de Constitución como contrato previo a la creación de los poderes constituidos.
La Constitución debía contener
- un núcleo básico de derechos fundamentales y
- un esquema de poderes limitados y mutuamente controlados,
- cuya garantía última residía en los jueces.

Por esta misma época, este esquema se trasladó también al derecho internacional:
- la Carta de las Naciones Unidas (1945),
- la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y, años más tarde, entre otros,
- los dos Pactos de Derechos de la ONU de 1
966
sometían a los estados
- al derecho y protegían a los individuos frente a los estados.
Todos estos cambios, tanto en el derecho interno como en el internacional, empezaban a
- configurar la democracia no como expresión de la voluntad de la mayoría,
- sino, en frase feliz de Luigi Ferrajoli, como la ley del débil frente a los desafueros del fuerte
.
A su vez, también comenzaba a establecerse un principio jurídico de insospechadas consecuencias:
- la soberanía reside en el pueblo, no en los parlamentos, y
- el respeto a los pactos fundacionales de los estados, es decir, las constituciones,
- se garantizaba mediante tribunales constitucionales.
Esta era la democracia constitucional. Se puede ser partidario de la democracia jacobina, basada en la prevalencia absoluta de las mayorías parlamentarias, o de la democracia constitucional, en la que, además de en las mayorías, la democracia se asegura también mediante un sistema de controles políticos y judiciales.
Pero en todo caso, nuestra Constitución adoptó esta última y, por tanto, o se respeta o se reforma. El president Montilla declaró el día de Sant Jordi pasado, refiriéndose naturalmente al pleito del Estatut, que "el Tribunal (Constitucional) tiene legitimidad legal, pero hay otro tipo de legitimidad más moral, más política, mucho más ética".
No sé muy bien exactamente a qué tipo de legitimidad se refiere Montilla con estos vagos términos, me suena al viejo iusnaturalismo preliberal y predemocrático, a un derecho natural eterno que está por encima de las contingentes leyes humanas, o también al decisionismo schmittiano que justificó a Hitler, pero no creo que Montilla se refiera a ellos.
Quizás a lo que se refiere es a la vieja democracia jacobina, en concreto a
- que las mayorías mandan sin control alguno y
- que los poderes constituidos pueden modificar aquello que en su momento aprobó el poder constituyente.
Si es así, Montilla está hablando del sistema de otros países, y si quiere algún día hablar en estos términos de España, debería comenzar a emprender la reforma de la Constitución.

Francesc de Carreras - "La Vanguardia" - Barcelona - 29-Abr-2010

miércoles, 28 de abril de 2010

El euro puede sobrevivir a una cesación de pagos griega

El gobierno griego ha presionado el botón de pánico y ha activado el plan de rescate de la zona euro y el FMI.
Sin embargo, no está claro si el rescate (cuya implementación aún requiere la aprobación del gobierno alemán) funcionará.

Los mercados financieros siguen sin convencerse, como se evidencia por las elevadas primas de riesgo que se exigen por la deuda griega. La experiencia de Argentina también muestra que incluso varios programas de FMI no siempre pueden evitar un colapso.
Para los líderes de la Unión Europea esto genera una pregunta fundamental:
- ¿Qué sucedería si el paquete de ayuda propuesto de 45.000 millones de euros no pone fin a esta tragedia griega?
- ¿Una cesación de pagos podría significar el fin del euro?
Detrás de esta recurrente pregunta se encuentra la asunción de que la noción de "cesación de pagos" tiene un significado preciso, el cual no es el caso.
Las agencias de calificación de deuda definen "la cesación de pagos" como el no cumplir con un pago contractual más allá del periodo de gracia.
Sin embargo, los mercados a menudo han sido más comprensivos en situaciones en las que un gobierno sólo reprograma, es decir que no paga a tiempo, sino que hace una promesa creíble de pagar por completo la cantidad que se debe en una fecha posterior. Tal "cesación de pagos suave" de seguro no representaría el fin del euro.
La verdadera pregunta entonces es:
- ¿Una aparatosa (y masiva) cesación de pagos bajo la cual el país se niegue a pagar su deuda significaría el fin del euro?
Si y no.
Una cesación de pagos aparatosa de seguro pondría fin a la idea del la zona euro como un club en el que todos sus miembros son iguales y trabajan por una meta común, es decir la estabilidad de la moneda común.
La membresía en tal club
- protege en contra de los problemas financieros debido a que se supone que
- los miembros deben portarse bien y
- ayudarse entre si en caso de ataques especulativos injustificados.
Aunque el tratado de la UE dice que sus miembros no tienen que responder por la deuda pública de los otros, hay un compromiso político implícito, como estamos viendo actualmente, de proveer ayuda de emergencia.
El quid pro quo para esta solidaridad es por supuesto, la expectativa de que todos los miembros se rijan por ciertos estándares, por ejemplo aquellos representados en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que apuntan a limitar los déficit presupuestales y deudas. Los continuos informes falsos de cifras fiscales presentados por Grecia ya han dañado severamente la idea del euro como un "club de caballeros".
Pero el club aún podría ser salvado si Grecia se embarcara en un esfuerzo nacional para cumplir con su deuda y evitar una cesación de pagos}
Sin embargo, incluso una cesación de pagos aparatosa de Grecia no necesariamente significaría el fin de la zona euro. El día después de una cesación de pagos formal, los bancos griegos ya no tendrían acceso a las operaciones normales de política monetaria del Banco Central Europeo, ya que el BCE ya no podría aceptar su colateral, la deuda griega, la cual inmediatamente tendría estatus de chatarra.
Por lo tanto, el país dejaría de ser parte de la zona euro. Su estatus se parecería al de Montenegro, el cual adoptó al euro como moneda legal sin convertirse oficialmente en un miembro de la euro zona.
En Grecia, luego de una cesación de pagos aparatosa,
- los billetes y monedas aún circularían en la economía, pero
- un euros en una cuenta de un banco griego dejaría de ser automáticamente equivalente a un euro en una cuenta bancaria en cualquier otra parte de la zona euro,
ya que los bancos griegos podrían volverse insolventes inmediatamente y por lo tanto se les cerraría la puerta a los sistemas de pago. Hasta que se reestablezca la solvencia griega, la euro zona perdería de facto a uno de sus miembros, pese a que el presidente del banco central griego seguiría teniendo una silla en el Consejo de Gobierno del BCE y el ministro de finanzas griego seguiría siendo miembro del Grupo Euro, manteniendo intactos sus poderes de votación.
Dados los problemas que esto ocasionaría en los mercados de crédito, la economía griega recibiría un duro golpe. Sin embargo, el impacto sobre el resto de la zona euro sería menos dado que el país representa apenas sólo un 2% del PIB de la euro zona y no alberga a ninguna institución financiera sistémicamente relevante.
En muchas formas, una aparatosa cesación de pagos griega dejaría a la zona euro en mejor condición.
- Sus instituciones probablemente se fortalecerían debido a que habría quedado claro que la estructura es lo suficientemente fuerte para soportar el colapso de uno de sus miembros.
- La tolerancia hacia la violación de los estándares de déficit y reporte se reduciría radicalmente.
- El club se transformaría en una federación a cuyos miembros periféricos se les podría decir que se vayan
a "freír espárragos".

Como resultado de ello, los votos por mayoría tenderían reemplazar al consenso como la forma normal de tomar decisiones.
Lo que podría descarrilar este tren sería, por supuesto, el contagio.
La principal razón por la cual incluso Alemania ha accedido al paquete de rescate para Grecia es el temor de que una cesación de pagos aparatosa desate ataques especulativos sobre la deuda soberana y las instituciones financieras en países sistémicos como España e Italia.
Sin embargo, no ha una justificación fundamental para el contagio. Las capacidades de auto financiamiento de España y especialmente Italia son mucho más fuertes que las de Grecia.
No obstante, los mercados a veces pueden ser irracionales. La prueba de fuego para la euro zona es
- Si puede proteger de ataques especulativos a aquellos miembros que al menos siguen el espíritu de sus reglas.
Pese a su alto nivel de deuda, Italia, por ejemplo, por la mayor parte del tiempo ha mantenido su déficit presupuestal por debajo del 3% del PIB.
Hasta el momento, las señales de los mercados financieros son alentadoras. Después de una ola inicial de nerviosismo en febrero, cuando se hizo claro por primera vez que la segunda parte de la crisis financiera implicaría cesaciones de pagos soberanas, los mercados han diferenciado cada vez más a los miembros más débiles de la zona euro.
Las primas de riesgo han tendido a moverse juntas en la misma dirección, pero con órdenes de magnitud completamente diferentes. (Los seguros contra cesación de pagos de la deuda griega ahora se cotizan en cerca de 600 puntos base, frente a sólo 170 para España e incluso menos para Italia).
La cesación de pagos de cualquier país sistémico implicaría el fin de la zona euro, pero por el momento esto sigue siendo, afortunadamente, sólo un riesgo mínimo.

Daniel Gros - "Wall Street Journal" - NYC - 28-Abr-2010



España: Realidad y economía-ficción

LA realidad, como se vio obligado a reconocer el Instituto Nacional de Estadística tras una error informático que adelantó su publicación, es que el paro ha aumentado en el Estado español en 286.200 personas en el primer trimestre de 2010, con lo que el número de desempleados asciende ya a 4.612.700, según la Encuesta de Población Activa, y la tasa de paro se sitúa en el 20,11%, la más alta de los últimos doce años con uno de cada cinco trabajadores españoles sin empleo.
La realidad es, como avanzó ayer el Banco Central Europeo, que el deterioro fiscal en el Estado español está a la altura de los de Grecia e Irlanda a consecuencia del aumento del déficit público, que en 2009 llegó a situarse en el 11,2% del Producto Interior Bruto, casi el doble que la media de la eurozona.
La realidad es que la emisión de deuda pública implica ya para el Estado español un incremento de los tipos de interés de más de un tercio en deuda colocada a tres meses y de casi el doble a medio año respecto a marzo ante el aumento en la percepción del riesgo por los mercados financieros y que esa deuda, que creció un 34% en 2009 hasta los 461.996 millones de euros, sigue al alza en 2010.
La realidad es que el temor al contagio por la crisis griega ha golpeado las bolsas internacionales pero especialmente al Ibex, que cerró ayer con un fuerte recorte del 4,19% hasta los 10.480 puntos, el segundo mayor del año tras el de febrero. Y
La realidad es que el Fondo Monetario Internacional acaba de estimar que, debido a las políticas económicas del gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero,
- incapaces de sustituir a la construcción como sector tractor y
- dependientes de la reactivación de las locomotoras económicas europeas,
- el Estado español no crecerá por encima del 2% hasta 2016 o, lo que es lo mismo,
- no creará empleo hasta dentro de seis años, tres más de las irreales previsiones lanzadas por el Ejecutivo.

Pues bien, ante tanta evidencia, reiterada ya mes a mes con un insoportable coste social; Zapatero se aferra públicamente a "la esperanza y la confianza" de que el paro empiece a disminuir a partir de abril, sin avanzar no ya qué medidas pretende implantar para logralo sino ni siquiera si contempla alguna que invierta la tendencia de los últimos dieciocho meses y desdiga todos los parámetros e informes sobre la economía española.
El gobierno económico de un país
- no puede reducirse al aumento de la protección social ni aun si fuera cierto que ésta llega al 80% de los desempleados.
- Tampoco a ayudas puntuales en sectores específicos.

Más que nunca en tiempos de crisis, exige
- medidas estructurales,
- inversión en sectores estratégicos,
- innovación,
- contención del gasto y
- visión de futuro.
Lo contrario
es, como decía Isaac Asimov,

- negar un hecho que, aunque se niegue, sigue siendo un hecho.
O sea,

- economía-ficción frente a la realidad.
Editorial - "DEIA" - Bilbao - 28-4-2010

martes, 27 de abril de 2010

El Mito del Neoliberalismo

Enrique Ghersi es abogado, profesor de la Universidad de Lima, miembro de la Mont Pelerin Society, coautor de El Otro Sendero y académico asociado del Cato Institute. La siguiente es una ponencia presentada en la conferencia regional de la Mont Pelerin Society llevada a cabo del 18 al 21 de septiembre del 2003 en Chattanooga, Tennessee, Estados Unidos. Puede ver este ensayo en formato

Introducción
Se me ha pedido hacer una presentación acerca del presunto mito del “neoliberalismo”. Alberto Benegas Lynch (h) y Charles Baird han creído que tengo alguna competencia para ello. Su invitación supuso para mí una tarea enorme que he tratado de enfrentar haciendo un pequeño trabajo de investigación sobre el problema.
Ante la falta de fuentes específicas, tuve que recurrir al consejo de algunos amigos a quienes estoy especialmente agradecido. Israel Kirzner me hizo notar el lejano origen misiano del término y me alentó a profundizar en él. Kurt Leube me dio la primera noticia sobre el libro de Edgard Nawroth que, confieso, desconocía por completo. Si no hubiera sido por la persistencia de Ian Vásquez, quien logró ubicar una copia del mismo en un anticuario de Munich, no hubiera podido consultarlo. Federico Salazar me hizo notar el problema existente en la traducción inglesa de Liberalismus del que hablaremos después. Me prestó, además, de su biblioteca privada buena parte de los libros consultados. Mario Ghibellini me sugirió las lecturas de teoría literaria y retórica que son el cuerpo de la reflexión final de esta ponencia y se aventuró a explicármelas. Finalmente, un artículo de mi amiga Cecilia Valverde Barrenechea me permitió conseguir la información correspondiente al coloquio convocado por Lippman en 1938, donde se habría acuñado, al parecer, el término. Por cierto, los errores son sólo de mi responsabilidad.
El término “neoliberalismo” es confuso y de origen reciente. Prácticamente desconocido en Estados Unidos, tiene alguna utilización en Europa, especialmente en los países del este. Está ampliamente difundido en América Latina, África y Asia. Sin embargo, esta difusión tiene poco que ver con su origen histórico. Forma parte del debate público que se produce en tales regiones, en el que la retórica -que es una ciencia autónoma- tiene un rol protagónico para darle o quitarle el sentido a las palabras.
Ahí donde tiene difusión el “neoliberalismo”, es utilizado para asimilar con el liberalismo, a veces despectivamente, a veces con cierta pretensión científica, políticas, ideas o gobiernos que, en realidad, no tienen nada que ver con él. Esta práctica ha llevado a muchos a considerar que se encontraban frente a un mito contemporáneo: el “neoliberalismo” sólo existía en la imaginación de quienes usaban el término.
Este rechazo se ve incrementado además porque actualmente resulta muy difícil encontrar un liberal que se reclame a sí mismo como perteneciente a aquella subespecie, calificándose como “neoliberal”. Por el contrario, quienes lo usan son generalmente sus detractores.
En base a tales consideraciones generalmente asumidas por los liberales inicié este trabajo, pero muy pronto advertí algunos problemas bastantes significativos con ellas. En primer lugar, que el “neoliberalismo” técnicamente no es un mito, sino una figura retórica por la cual se busca pervertir el sentido original del concepto y asimilar con nuestras ideas a otras ajenas con el propósito de desacreditarlas en el mercado político. En segundo, que el “neoliberalismo” podría haber sido acuñado como término en agosto de 1938 por un muy destacado grupo de intelectuales liberales en París, entre los cuales se encuentran varios de nuestros héroes.
Por ello, en esta presentación voy a explorar, primero, los posibles orígenes de la palabra, para luego abordar sus diferentes significados al interior del liberalismo y concluir después con una contribución para esclarecer los mecanismos probables por los que se ha producido la corrupción de esta palabra. Debo indicar de antemano la sorpresa con que he comprobado la facilidad con los liberales concedemos los debates terminológicos en manos de nuestros rivales, pues no sólo hemos perdido la palabra “neoliberal”, materia de la presente exposición, sino antes también la palabra social y hasta el propio liberalismo.

El Término
Rastrear los orígenes del término “neoliberalismo” no es una tarea que pueda considerarse concluida. De hecho existe bastante confusión al respecto y resulta un tema de la mayor importancia para una investigación futura de largo aliento. Por ello, lo que a continuación se presenta no es más que una breve contribución a que esta investigación se produzca.
Como suele suceder con las palabras que han hecho fortuna, es probable que “neoliberalismo” sea un término con varios orígenes distintos.
Uno primero parece encontrarse en algunos escritos de von Mises; uno segundo es el que le atribuye a la creación colectiva de un coloquio convocado por Walter Lippman la autoría del término; uno tercero es el que lo vincula a la llamada economía social de mercado; y uno cuarto, a la escuela liberal italiana de las entreguerras. Examinemos brevemente cada uno de ellos:

Von Mises
Aunque no hace uso explícito del término, von Mises sí lo evoca en distintas oportunidades pero asistemáticamente, como veremos. En efecto, von Mises habla de älteren Liberalismus y de neuenLiberalismus, no de “neoliberalismo”. Sin embargo, puede llevar a confusión si revisamos la edición inglesa de Liberalismus, pues encontraremos ahí la cita siguiente:
“Nowhere is the difference between the reasoning of the older liberalism and that of neoliberalism clearer and easier to demonstrate than in their treatment of the problems of equality”
1 .
Hasta ahí se podría llegar a la conclusión de que von Mises introdujo el término, pues Liberalismus es un libro de 1927. No obstante, si revisamos la edición alemana original veremos que el término “neoliberalismo” no aparece.
En efecto, la cita original es:
“Nirgends ist untershied,der in der argumentation zwischen dem älteren Liberalismus und dem neuen Liberalismus besteht, karer und leichter auzfzuweisen alsbeim problem der gleichheit”
2 .
Por cierto que con esto no estamos sugiriendo que haya sido el traductor del texto al inglés, nuestro querido Ralph Raico, quien haya inventado el término, pues en 1962, fecha en que la traducción se produce, ya venía siendo usado en algunos círculos académicos, al punto de que, como veremos luego, ya había sido objeto hasta de un coloquio específico para discutir su adopción.
No sólo en Liberalismus, que es de 1927, puede rastrearse el origen del término, también en otro libro anterior de von Mises existe una referencia aún más remota. En efecto, en Socialismo, que es de 1922, habla también acerca de la diferencia entre el viejo liberalismo (älteren Liberalismus) y el nuevo liberalismo (neuenLiberalismus), pero tampoco usa expresamente la palabra “neoliberalismo” para describir a este último.
Así, von Mises sostiene que “today the old liberal principles have to be submitted to a throrough reexamination. Science has been completely transformed in the last hundred years, and today the general sociological and economic foundations of the liberal doctrine have to be re-laid. On many questions liberalism did not think logically to the conclusion. There are loose threads to be gathered up. But the mode of political activity of liberalism cannot alter”
3 .
Posteriormente, en el prefacio a la Segunda Edición alemana de ese mismo libro, el autor dijo:
“The older liberalism, based on the classical political economy, maintained that the material position of the whole of the wage-earning classes could only be permanently raised by an increase of capital, and this none but capitalistic society based on private ownership of the means of production can guarantee to find. Modern subjective economics has strengthened and confirmed the basis of the view by its theory of wages. Here modern liberalism agrees entire with the older school”
4 .
Más allá de las confusiones que podrían haberse creado en las traducciones, en mi concepto está claro que, aunque Mises no utilizó explícitamente el término, sí habló con frecuencia de un liberalismo viejo y de un liberalismo nuevo. Empero, inclusive en ello fue bastante inexacto.
En la cita de Liberalismo resulta del contexto que por neuen Liberalismus se refiere a los socialistas que se hacen pasar por liberales, mientras que por älteren Liberalismus se refiere a los que llamaríamos liberales clásicos. Teniendo en cuenta que, como dijéramos, el libro es de 1927, este uso es concordante con lo que en textos posteriores von Mises llamaría pseudo liberales.
En cambio, en las citas de Socialismo, parece ser que el autor quiere distinguir entre el viejo y el nuevo liberalismo en función de la teoría subjetiva del valor. En tal sentido, el liberalismo se dividiría en viejo (älteren), antes del valor subjetivo, y nuevo (neuen) después de él. Con esto, además, diera la impresión de que von Mises quiere resaltar especialmente la contribución de Menger y Böhm-Bawerk, en lo que después vendría en llamarse escuela austríaca de economía.
Entonces, si bien es posible rastrear el término “neoliberalismo” hasta von Mises, el sentido que estas alusiones precursoras tuvieron no fue siempre el mismo. En el Liberalismo se usó para designar a los socialistas encubiertos y otros enemigos de la libertad; en el Socialismo, para designar al liberalismo después de la teoría subjetiva del valor.

El Coloquio de Walter Lippman
Cuenta Louis Baudin que en agosto de 1938 se reunieron en París un grupo de destacados pensadores liberales a iniciativa de Walter Lippman. Eran tiempos con aguas procelosas en que Europa se encontraba ad portas de la Segunda Guerra Mundial y se vivía una situación de grave amenaza y efectiva conculcación de la libertad en buena parte del viejo continente.
Era propósito del coloquio analizar el estado de la defensa de la libertad y las tácticas y estrategias que deberían llevarse a cabo en tiempos tan difíciles. Refiere el propio Baudin que la discusión fue muy amarga, habiéndose escuchado voces de rechazo al término liberalismo por un supuesto descrédito frente a la opinión pública predominante, así como la necesidad de enfatizar que los defensores de la libertad de entonces no avalaban lo que se consideraban los errores fatales del viejo orden europeo.
Afirma Baudin que en esa discusión se acuñó, primero, y se propuso utilizar a partir de entonces, después, el término “neoliberal” para significar precisamente nuestra corriente de pensamiento.
5
Según el propio Baudin, el “neoliberalismo” se estableció como la palabra clisé que habría de describirnos en función a cuatro principios fundamentales. A saber, el mecanismo de precios libres, el estado de derecho como tarea principal del gobierno, el reconocimiento de que a ese objetivo el gobierno puede sumar otros y la condición de que cualquiera de estas nuevas tareas que el gobierno pueda sumar debe basarse en un proceso de decisión transparente y consentido.
Participaron en el seminario gente de la talla de Rueff, Hayek, von Mises, Rustow, Roepcke, Detauoff, Condliffe, Polanyi, Lippman y el propio Baudin, entre otros. Como no se tuvo actas ni publicaciones del coloquio, el único testimonio de primera fuente que ha quedado es el citado libro de Baudin, escrito hacia mediados de los cincuenta.
De ser exacta la versión del autor del Imperio Socialista de losIncas, pues no hay razón alguna para pensar que no lo es, ésta sería la aparición más remota acreditada del término “neoliberalismo”. Pero además, quedaría claro que no es verdad un aserto comúnmente repetido por muchos en nuestros días, acerca de que ningún liberal que se precie de tal ha reconocido como suyo el término “neoliberal”. Por la versión de Baudin, sería difícil encontrar un grupo que pueda considerarse más liberal, por lo menos en su época, que el que fue convocado por el ilustre periodista norteamericano.
El coloquio de Lippman es además una curiosa paradoja en todo este tema tan complejamente relacionado con giros de lenguaje y figuras retóricas. El que el término “neoliberal” pudiese ser una creación colectiva de un coloquio de intelectuales individualistas puede constituirse en una de las más notables curiosidades de la historia del pensamiento contemporáneo.

La Economía Social de Mercado
Edgar Narwoth publicó en 1961 un libro que en su época tuvo una gran importancia en la defensa y difusión de las ideas de la libertad. Se llamó Die Social-und Wirtschaftsphilosophie des Neoliberalismus6 .
En él presenta triunfalmente como el renacimiento del liberalismo la aparición de un conjunto de escuelas del pensamiento en Alemania. Así, considera como neoliberales a la Escuela de Friburgo (Eucken y Mueller – Armack, entre otros) y la Munich (Erhard y Kruse entre otros). Destaca también la contribución Wilhem Roepcke y Alexander Rustow, así como la influencia de la revista Ordo, que se publicaba con singular éxito por entonces.
Ello hace que Schuller y Krussemberg del Centro de Investigación para la Comparación de Sistemas de Dirección Económica de la Phillipps Universitat de Marburgo definan el término “neoliberalismo” como un concepto global bajo el que se incluyen los programas de la renovación de la mentalidad liberal clásica cuyas concepciones básicas del orden están marcadas por una inequívoca renuncia a las ideas genéricas del laissez faire y por un rechazo total por los sistemas totalitarios. Los esquemas neoliberales del orden económico y social son modelos de estructuración cuyo denominador común central es la exigencia de garantía (constitucional o legal) de la competencia frente a la prepotencia, aunque dan respuestas diferentes al problema de cómo debe resolverse la relación de tensión entre la libertad y la armonía social. Son importantes en este rubro, además de las ideas, de la Escuela de Friburgo las concepciones desarrolladas por Alfred Mueller Armack (Economía Social de Mercado) Wilheim Roepcke y Alexander Rustow. Este tipo de neoliberalismo se distancia clara y expresamente de aquel paleoliberalismo que defendía dogmáticamente la convicción de la armonía inmanente de un sistema de mercado y hacía del laissezfaire una obligación (…) Se insiste en que el marco del mercado que abarca la autentica zona de lo humano, es infinitamente más importante que el mercado mismo, de ahí la necesidad de un tercer camino entre el paleoliberalismo y el camino del “neoliberalismo”.
7
En conclusión, para Schuller y Krussemberg, y con ellos buena parte de la opinión mayoritaria del mundo académico alemán contemporáneo, la economía social de mercado era el neoliberalismo. Esta idea, sin embargo, no parece coincidir con los creadores de la escuela, pues la evidencia documental demuestra exactamente lo contrario de lo que quiere presentarse comúnmente. Como veremos, para los fundadores de la economía social de mercado, el término neoliberalismo era aplicable exactamente a quienes no compartían los puntos de vista de su escuela. No a sus seguidores.
Examinemos por ejemplo muy someramente el pensamiento de Mueller-Armack, quien tiene la mayor importancia en medio de los pensadores tan destacados que dieron origen a esta escuela. De antemano debemos señalar que de la revisión de su obra no podemos inferir que este autor haya acuñado el término “neoliberalismo”. A pesar de utilizar en varias oportunidades la palabra, no hay ningún rastro explícito referido a su creación ni a la semántica que le era atribuida por él.
Así por ejemplo, cuando define economía social de mercado, señala textualmente:
“ … El concepto de economía social de mercado se apoya en el convencimiento, ganado gracias a las investigaciones de las últimas décadas de que no puede practicarse con éxito una política económica sin haber adoptado decididamente un principio coordinador. Los resultados pocos satisfactorios obtenidos por los sistemas intervencionistas de carácter híbrido condujeron a la teoría de los sistemas económicos desarrollada por Walter Eucken, Franz Böhm, Friderich Hayek, Wilheim Roepcke y Alexander Rustow, entre otros, la conclusión de que el principio de libre concurrencia como indispensable medio organizador de colectividades sólo se mostraba eficaz cuando se desenvolvía dentro de un orden claro y preciso, garantizando la competencia. En esta idea, reforzada aún más por las experiencias de economía bélica en la segunda guerra mundial, se basa la ideología de la economía social de mercado. Los representantes de esta escuela comparten con los del neoliberalismo el convencimiento de que la antigua economía liberal había comprendido correctamente el significado temporal de la competencia, pero sin haber prestado la debida atención a los problemas sociales y sociológicos. Al contrario de lo que pretendía el antiguo liberalismo, la economía social de mercado no persigue el restablecimiento de un sistema de laissez faire; su meta es un sistema de nuevo cuño”.
8
Como puede verse del párrafo citado, aunque Mueller-Armack usa el término “neliberalismo”, no lo hace para calificar a la economía social de mercado como tal, sino por el contrario para distinguirla de otras corrientes liberales sin precisar exactamente cuáles. De ahí que sea difícil poder sostener que, al menos Mueller-Armack, padre de la economía social de mercado, hubiese considerado a ésta como una corriente “neoliberal”. Antes bien, creo que es claro que él consideraba como tales a los liberales contemporáneos a él, posteriores a la teoría subjetiva del valor.
Por cierto, no es este el lugar ni la oportunidad para abordar a cabalidad las múltiples contribuciones de estos destacados autores ni tampoco para estudiar sus errores. Para nuestro propósito es importante sí advertir que en esta escuela algunos han creído ver un segundo origen del término liberalismo. De lo que cabe duda, es que, lo hayan inventado o no, lo usaron deliberadamente para distinguir una escuela liberal de otra. Sea por auténtica convicción o por pura estrategia de mercadeo contribuyeron así decididamente a introducir el término y a impulsar su primera difusión.
Esto hace que ya en 1963 Trías Fargas, al escribir el prólogo a la edición española del citado libro de Mueller-Armack, sostenga que “La economía social de mercado quiere ser algo más amplio y práctico que la teoría neoliberal, con lo que por otra parte coincide en los puntos principales. Es más, la segunda suministra a la primera el espinazo teórico que le confiere carácter la secuencia de ideas que arrancando del paleoliberalismo ha llegado al neoliberalismo para desembocar en la economía social de mercado como programa político.”
9
Podría decirse, entonces, que ya por entonces el término estaba difundido en el sentido de identificar como tales a las corrientes liberales posteriores a la llamada revolución marginalista. Adicionalmente debe decirse que la utilización del término no era peyorativa, como ha devenido en tiempos recientes, sino daba la impresión de usarse a la par que para marcar una diferencia para describir un parentesco entre familias pertenecientes finalmente a un mismo tronco común de pensamiento.

Escuela Italiana
Además de los textos precursores de Mises, de la paradójica creación colectiva de un grupo de individualistas reunidos por Lippman y de la metódica acción de la escuela de la economía social de mercado, existe un cuarto origen probable del término que Kurt Leube cree encontrar en el movimiento intelectual ocurrido en el norte de Italia durante el período comprendido en las entreguerras.
Señaladamente es el caso de Antoni y Einaudi, quienes muy al estilo de los alemanes de su época, trataban de darle a las ideas liberales un impulso decidido en medio de la trágica experiencia autoritaria que les tocó vivir.
Al parecer ellos usaron muy fluidamente el término desde finales de los años cuarenta en adelante. Lamentablemente no hay mayores pruebas de ello que el testimonio de algunos amigos que los oyeron. Sin embargo, mientras que entre los alemanes el término era utilizado un poco en el sentido de Mueller-Armack, como el liberalismo post-subjetivismo, entre los italianos el término podría haber sido utilizado para designarse a ellos mismos como los nuevos liberales.
Diera la impresión de que en este caso la necesidad de desmarcarse del tradicional anticlericalismo del liberalismo clásico en el continente europeo hubiera sido un aliciente muy importante para la adopción del término. Esto podría haber sido igualmente importante para otros grupos de liberales católicos en otros lugares del mundo. De hecho algunos españoles adoptaron el término rápidamente, como vimos en el caso de Trías Fargas.
Se hace difícil aventurarlo, pero creo que es posible sostener que la rápida difusión del término en Latinoamérica podría provenir precisamente del hecho de que en nuestra historia las relaciones del liberalismo en general con la Iglesia estuvieron marcadas siempre por el conflicto y la agresividad.
Con algunas excepciones, los liberales del siglo XIX en nuestro continente estuvieron fuertemente influenciados por el anticlericalismo continental europeo. Desde las guerras de independencia, en que la influencia de las logias masónicas fue esencial para el rompimiento de las elites con España, hasta el establecimiento de las repúblicas independientes esta relación conflictiva estuvo presente.

Los Conceptos
Hasta aquí el “neoliberalismo” ha evocado cinco conceptos: el liberalismo después de la teoría subjetiva del valor, el pseudo liberalismo o socialismo encubierto, una nueva escuela liberal, el liberalismo despojado de anticlericalismo y una estrategia de mercadeo político. Examinemos sucintamente cada uno de ellos.
El “Neoliberalismo” como Liberalismo Después de la Teoría del Valor
Hemos visto ya como von Mises utilizó el término en este sentido, aunque también en otro perfectamente antagónico. En este caso podría argumentarse sin mayores dificultades que el concepto así utilizado corresponde con un hecho real de la mayor importancia histórica y científica, pues el liberalismo experimenta a partir del subjetivismo una transformación bastante importante que cristaliza en la llamada revolución marginalista.
En ese sentido, el “neoliberalismo” sería una etapa en el desarrollo del liberalismo como doctrina, carente de todo sentido peyorativo y antes bien tratando de destacar alguna contribuciones importantes en el mundo de las ideas.
Aunque como todo neologismo, su uso es discrecional y hasta caprichoso al criterio de los autores, diera la impresión de que éste es el sentido en que predominantemente se entiende el término en los círculos académicos y universitarios.


El “Neoliberalismo” como Pseudo Liberalismo
El propio von Mises introduce otra acepción del término, como hemos visto en la sección precedente. En este caso ya no se trata de una etapa en el desarrollo del concepto liberalismo, sino de una perversión del mismo.
Al menos en el 22, von Mises pensaba que existía un liberalismo nuevo a partir de las contribuciones de sus maestros austríacos a la teoría económica, pero en el 27 ya parece totalmente preocupado porque el nuevo liberalismo fuese en realidad un Caballo de Troya socialista.
A partir de entonces ésa parece haber sido la acepción predominante en el pensamiento misiano, pues en Economic Freedom in the Present-Day World –un texto de 1957- dice que:
“The german ordo-liberalism is different only in details from sozialpolitik of Schmoller and Wagner school. After the episodes of Weimar radicalism and Nazisocialism, it is a return in principle to the wohlfahrtstaat of Bismarck and Posadovsky”
10 .
Luego, habida cuenta de las fechas transcurridas entre la utilización del concepto “neoliberal” para denotar una suerte de fase superior en el desarrollo del liberalismo y la utilización ulterior del mismo para denunciar a los infiltrados en el liberalismo, la literatura misiana parece haber sufrido una evolución en el tiempo significativa. No obstante ello, la no utilización explícita del término y sus referencias asistemáticas a los conceptos opuestos de viejo-nuevo no permitieron una influencia decidida en el tiempo de las ideas de Mises sobre el particular.
Resta, sin embargo, una consideración adicional. Si Mises parece haber optado finalmente por denunciar las desviaciones conceptuales de los nuevos liberales, ¿cómo así ha sido posible que el término “neoliberal” haya terminado siendo utilizado para asimilar a los que no lo son con quienes lo son y de esta forma incurrir en una desgraciada confusión?. ¿De qué forma se produjo esta perversión del lenguaje?.
Tales preguntas en realidad deberían llevarnos a una más general. Los liberales parecemos no tener suerte con nuestros términos. Con alguna frecuencia, para los tiempos históricos, nos los roban. Ya pasó inclusive con la palabra liberalismo que en muchos lugares significa exactamente lo contrario de lo que es. ¿Cómo no habría de pasarnos con el “neoliberalismo”, mediante el cual se nos quiere desacreditar atribuyéndosenos ideas que no profesamos, políticas que no recomendamos y gobiernos a los que no pertenecemos?.

El “Neoliberalismo” como una Nueva Escuela Liberal
Aunque podría asimilarse perfectamente con la acepción que define al liberalismo como aquello posterior a la teoría subjetiva del valor, y aun con la idea de un liberalismo despojado de tendencias anticlericales que veremos a continuación, ésta es mi opinión una acepción autónoma.
La encuentro más bien ligada con la llamada economía social de mercado que, como vimos habría contribuido a la formación del término y, a no dudarlo, tuvo gran responsabilidad por su amplia difusión.
Está claro que quienes se inscriben en esa tendencia quieren ser distinguidos de otras corrientes liberales. No vamos a disputar en esta oportunidad si eran o no liberales ellos mismos. Al parecer, ellos creían que lo eran. Pueden existir diferentes razones para enfatizar esa distinción. Habrá quienes piensen en la necesidad de cambiar el término como una estrategia de mercadeo político a efectos de tener una mejor inserción en una sociedad que, como la alemana de posguerra, carecía de una idea clara de lo que era el liberalismo y venía del fracaso consecutivo de Weimar y del Nazismo. Pero también habrán quienes sinceramente piensen que la economía social de mercado es una cosa completamente distinta del liberalismo clásico y que, por ende, la separación resulta imperativa.
De hecho, no sólo entre los partidarios de esta escuela cabía esta diferencia. En algún momento, el propio Mises trató también de enfatizarla, además con el particular enojo que lo caracteriza y la facilidad por el escarnio que le da brillo a su pluma.
La médula de la cuestión sin embargo está en que para quienes profesan la economía social de mercado los “neoliberales” son los otros; no ellos. Esa idea de exclusión les ha servido claramente para mantener la cohesión en torno a sus doctrinas y planes políticos. Si los “neoliberales” son los otros liberales, existe una gran comodidad semántica para organizar un discurso político porque en base a la sugerencia de exclusión, de ellos-nosotros, puede también sugerirse implícitamente que nosotros somos los correctos y ellos no o que nosotros somos los buenos y ellos no.
Entonces, mientras Mises entendió a los nuevos liberales como los posteriores al subjetivismo o como los pseudo liberales, la economía social de mercado ha definido a los “neoliberales” como aquellos que les son distintos. No es una acepción positiva, sino negativa del término.
Puede haber, pues, en esta definición negativa una fuente para la utilización contemporánea de la palabra en sentido peyorativo.


El “Neoliberalismo” como Liberalismo Despojado de Anticlericalismo
Mientras en liberalismo anglosajón no tuvo mayor rivalidad con la religión -antes bien, en algunos casos estuvo fuertemente ligado a ella- el liberalismo continental europeo fue generalmente un enemigo de ella, especialmente en el caso de la Iglesia Católica.
En España, Francia, Italia y Alemania hablar de liberalismo, durante el Siglo XIX era evocar un materialismo racionalista totalmente incompatible con el catolicismo y claramente enfrentado con el poder temporal de esa iglesia.
Mutatis mutandi, tal conflicto se traslada a América Latina, donde en el Siglo XIX tenía predominantemente ese carácter anticlerical propio del liberalismo continental y no del anglosajón.
La influencia de la Ilustración y de la Revolución Francesa hicieron que el desarrollo de las ideas liberales viera como perteneciente al viejo régimen todo vestigio de religiosidad, enfrentándose consiguientemente los liberales con los creyentes. De alguna manera esto marcó el Siglo XIX latinoamericano, pues no se exagera si se dice que esa centuria estuvo caracterizada por la guerra civil entre liberales y conservadores.
En países de tradición católica, entonces, el liberalismo ha sido frecuentemente asimilado con posiciones anticlericales. En este contexto, el renacimiento liberal en tales países, a efectos de convocar mayor atención pública y suscitar resistencias menores por parte del clero y los creyentes, habría visto con simpatía la introducción de un término que, como “neoliberalismo”, permitía a quienes lo usaban distinguirse claramente del profundo anticlericalismo de los liberales clásicos.
Así en Alemania, los católicos que se agruparon en el Zentrum durante las entreguerras y posteriormente dieron origen a los partidos cristiano-demócratas, así como sus congéneres demócrata-cristianos italianos, pudieron haber visto en algún momento con simpatía la utilización del neologismo para marcar una distancia con la rivalidad histórica del liberalismo con sus particulares creencias religiosas.
Ello le permitió a la Iglesia Católica superar conflictos que, en tiempos de Pío IX hicieron que se calificara al liberalismo como algo poco menos que diabólico.

El “Neoliberalismo” como Estrategia de Mercadeo Político del Liberalismo
La noticia acerca del coloquio Lippman nos sugiere poderosamente que el término en cuestión también podría haber sido adoptado con estrictos propósitos de estrategia y táctica políticas.
Generalmente la preocupación de los liberales ha sido por el debate puramente académico, en el que consideraciones de este tipo son francamente impertinentes. Pero cuando se ha tratado de la acción política, los liberales se han visto en la necesidad de discutir la terminología a utilizar a efectos de que resulte compatible con la consecución de determinados objetivos establecidos.
Luego, resulta perfectamente lógico que, habida cuenta de la información ofrecida por Baudin acerca de la importante reunión de liberales del 38, se considere la posibilidad de que el término hubiese sido elaborado con la idea de reemplazar al viejo término liberalismo y ofrecer así una serie de ventajas en materia de comunicación social, sin tener que asumir el activo y el pasivo de la vieja doctrina.
Salvando las distancias, recuerdo que una cosa semejante me ocurrió con Hernando de Soto hace ya más de quince años. Acabábamos de terminar El Otro Sendero, cuando me pidió que eliminara completamente del texto la palabra liberal -que por supuesto estaba por todas partes- y que la reemplazará por la palabra popular. Así, la economía liberal vino a convertirse en la economía popular; la sociedad liberal, en la sociedad popular; la filosofía liberal, en la popular. Su explicación fue la de que en esos momentos no era compatible con el buen mercadeo apelar al término, ya que podría generar innecesariamente resistencias. Aunque no estuve de acuerdo, recuerdo que de Soto, que presume de ser un gran vendedor, terminó imponiéndose.
Sea lo que de ello fuere, la evidencia documental sugiere poderosamente la posibilidad de que algunos liberales de gran importancia hubieran pensado que el “neoliberalismo” podría haber sido un término idóneo para el debate político de sus tiempos. De hecho más idóneo que los términos utilizados por entonces.
Lo curioso de esta estrategia es que terminó convirtiéndose, con el pasar de los años, en una eficaz fórmula de mercadeo contra la ideas de las libertad.

La Trampa Retórica
Hemos visto los orígenes probables del término y los sentidos que se le han dado al mismo a través del tiempo dentro de lo que podríamos denominar el liberalismo contemporáneo.
Sin embargo, el uso más notable y perverso del término en nuestros tiempos no ocurre al interior del liberalismo, sino fuera de él. En los lugares donde se lo utiliza, es la prensa, los políticos y los rivales del liberalismo quienes han hecho uso de él preferentemente, pero en sentido generalmente distinto de los anteriormente mencionados.
En efecto, el “neoliberalismo” es utilizado para caracterizar cualquier propuesta, política o gobierno que, alejándose del socialismo más convencional, propenda al equilibrio presupuestal, combata la inflación, privatice empresas estatales y, en general, reduzca la intervención estatal en la economía.
Así, por ejemplo, en América Latina se presenta como “neoliberales” a gobiernos tan disímiles como los de Carlos Salinas de Gortari en México, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Alberto Fujimori en el Perú, Fernando Henrique Cardoso en el Brasil o Carlos Saúl Menem en la Argentina. Una cosa semejante ocurre en África, Asia y Europa del Este.
Independientemente del juicio que pueda merecernos cada política en particular y de la evaluación que merezca cada gobierno en cuestión, está muy claro que el liberalismo es algo mucho más complejo que la adopción de medidas gubernativas en particular, máxime sin son incompletas y contradictorias. Aisladamente un gobierno socialista puede tomar medidas liberales y un gobierno liberal puede tomar medidas socialistas. Ejemplos hay muchos en la historia. Desde los laboristas neozelandeses hasta los conservadores británicos. Pero no hace a los socialistas liberales; ni a éstos, aquéllos; máxime si la caracterización en el ámbito político no tiene el rigor ni la seriedad del debate intelectual.
En Latinoamérica, si bien durante los años noventa se regresó a la austeridad fiscal de los cincuenta, esto no puede considerarse inherente y exclusivo del liberalismo económico. Si bien se privatizó, se hizo con monopolios legales soslayando por completo la importancia de la competencia en el desarrollo de los mercados. Si bien se permitió la inversión extranjera, se hizo de forma igual que la China comunista a quien ningún alucinado podría tildar de liberal o neoliberal. En general aunque se daba la impresión de que se reducía la intervención estatal, en términos de gasto público como fracción del producto interno, o se mantenía igual o inclusive aumentaba. Es el caso del Perú, mi país, donde hoy el tamaño del estado es mayor que cuando empezaron las mal llamadas reformas “neoliberales”. Paradójicamente, el viejo capitalismo mercantilista fue presentado como si fuera un inexistente “neoliberalismo” por los enemigos de la libertad.
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¿Cómo se llegó a esta situación?. ¿Tuvimos los liberales alguna responsabilidad en ella?. ¿Fue producto histórico del azar o consecuencia de alguna táctica deliberada?. ¿Cómo ha sido posible que el “neoliberalismo” que fue entendido por los liberales un desarrollo de su pensamiento o como una nueva escuela del mismo haya pasado a convertirse en el habla cotidiana en un término para asimilar a las ideas de la libertad algunos de sus más impresentables enemigos?.
Es verdad que la autocrítica ha faltado entre los liberales, porque en algunos casos han sido ellos mismos los que se han involucrado innecesariamente con experiencias lamentables. Llevados tal vez por la soledad política, los liberales en algunas oportunidades han respaldado al primer gobierno que creyeron coincidía con sus puntos de vista, sin advertir que la coincidencia era aparente y que generalmente es mejor dejarse aconsejar por el paso del tiempo antes de prestar atención a la primera aventura política que nos toque la puerta.
A no dudarlo el proceso ha sido complejo y parte de una perversión del lenguaje sobre la que es necesario reflexionar. Muchas veces los liberales han despreciado los debates terminológicos para atenerse prioritariamente a los hechos. Esta actitud ciertamente les ha permitido contribuciones notables al desarrollo de la ciencia económica, pero también los ha hecho víctimas de numerosas estratagemas.
Hayek advirtió, por ello, contra la perversión del lenguaje y denunció la existencia de lo que el llamaba palabras-comadreja. Inspirado en un viejo mito nórdico que le atribuye a la comadreja la capacidad de succionar el contenido de un huevo sin quebrar su cáscara, Hayek sostuvo que existían palabras capaces de succionar a otras por completo su significado.
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Él denunció entre otras a la palabra social. Así explicó que esta palabra agregada a otra la convertía en su contrario. Por ejemplo, la justicia social no es justicia; la democracia social, no es democracia; el constitucionalismo social, no es constitucionalismo; el estado social de derecho, no es estado de derecho, etc. En el Perú se llegó, por ejemplo, en tiempos del general Velasco Alvarado a plantear una singular innovación en la ciencias jurídicas mediante la creación de la así llamada propiedad social, que -por supuesto- no era propiedad alguna.
Mutatis Mutandi, el “neoliberalismo” parece pertenecer a ese género de las palabras-comadreja. Sólo que en una función diferente. Mientras que la palabra social le da sentido contrario a la que se le agrega, la palabra “neoliberal” identifica con esta doctrina a quienes no pertenecen a ella. Una invierte los sentidos, la otra asimila a los distintos.
En realidad la contribución de Hayek sobre este tema merece un desarrollo ulterior que, en mi concepto, no ha tenido. Cuando denunció la existencia de una perversión del lenguaje según la cual unas palabras (las comadrejas) eran capaces de alterar el significado de otras, estaba en realidad sugiriendo explorar un tema de capital importancia: la función de las palabras en el debate ideológico.
El estudio de las figuras del lenguaje o tropos ha sido generalmente dejado a la retórica. Si la filosofía se ha fijado en ellos es sólo en los fatigosos catálogos de falacias con que los lógicos ilustran su quehacer. No obstante, Hayek al proponer el concepto de palabra-comadreja en realidad lo que hizo fue explorar la función de los tropos en el debate ideológico e invitarnos a dar un paso adelante y entender que las ideas no sólo deben explicarse o refutarse a partir de su logicidad sino por también su función retórica.
Lo que sucede es que los liberales han confundido, a pesar de la sugestión de Hayek, los planos del discurso. Una cosa es el discurso científico gobernado por la lógica, por el principio de no contradicción y por sus reglas propias. Otra cosa completamente distinta es el discurso ideológico, donde las reglas son las de las retórica y donde, por ende, hay que atenerse a principios distintos. Pretender incursionar en el debate ideológico con instrumentos propios del discurso científico ha concedido ventajas incontables a nuestros enemigos, que se han servido con diligencia de los viejos principios retóricos, conocidos a la perfección en el pensamiento occidental desde los griegos, pero lamentablemente olvidados por los defensores de las ideas de la libertad.
La función retórica tiene por propósito la utilización de recursos lingüísticos dirigidos, precisamente, a alterar la comunicación de cómo simplemente hubiese ocurrido. Puede mejorar la expresión, agudizar la elocuencia, aclarar las ideas, pero puede también confundirlas, pervertir los conceptos y alterar el sentido del debate.
13 No obstante, su uso es perfectamente legítimo en el debate ideológico. Diría inclusive que consustancial a él.
No podemos, pues, quejarnos porque se utilicen figuras retóricas en el debate ideológico. Lo absurdo sería que no se utilizasen. Lo que tenemos que hacer es prestarles atención. Estudiarlas y recurrir al vasto conocimiento acumulado que se tiene de esa metodología de comunicación.
Entonces, es posible pensar en el estudio de las palabras-comadreja -el “neoliberalismo” una de ellas- como una rama de la retórica en el debate ideológico y recurrir a sus métodos de estudio para tratar de esclarecer el proceso por el cual al término se le ha dado un sentido adverso al que aparentemente debería haber tenido.
El desprecio por el debate terminológico ha tenido en el pasado un alto costo, pues nuestros enemigos se dedicaron a pervertir nuestros términos sin mayor resistencia de nuestra parte. Pasó con la propia palabra liberal, que terminó teniendo en el mundo anglosajón un sentido opuesto al de su tradición histórica. Nos pasa ahora en Latinoamérica y en otros países subdesarrollados con el término “neoliberal”, por el que se busca asemejar a nuestras propuestas aventuras políticas desgraciadas, propuestas absurdas, corrupción extendida o la pura frivolidad.
La retórica puede servirnos para encontrar algunos elementos de juicio útiles para profundizar en este debate. En el caso de la palabra social lo que parece haber sucedido es que se produce una antífrasis, que es una figura del lenguaje o tropo que invierte el sentido de la palabra a la que se agrega, sólo que en este caso la sustracción del sentido está desprovista de la ironía que comúnmente los textos de lingüística le atribuyen a la figura aludida.
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La asimilación con la antífrasis, empero, podría producirse completamente si aceptáramos que finalmente no puede haber más que sentido del humor en llamarle justicia social a lo que no es justicia o democracia social a lo que no es democracia. Quienes suelen utilizar ordinariamente los términos parecen bastante solemnes cuando lo hacen y lucen desprovistos de todo sentido del humor, pero creo que sería perfectamente aceptable plantear que el uso de la palabra social puede ser, retóricamente, una tomadura de pelo a oyentes inadvertidos.
En el caso del “neoliberalismo” yo me atrevería a sostener que hay una sinécdoque. Este es un tropo consistente en extender o restringir el significado de una palabra tomando la parte por el todo, o al todo por la parte, o la materia con que está hecha la cosa con la cosa misma.
15
Son ejemplos clásicos en retórica, hablar de vela en lugar de barco (parte por todo); mortales por hombres (todo por parte); o acero por espada (materia por cosa).
En el caso del “neoliberalismo”, lo que sucede es que se quiere asimilar con el liberalismo algunas políticas o ideas en particular que aisladamente podrían ser compatibles con él, pero también con cualquier otra cosa, sugiriendo una identidad inexistente. Se trataría entonces de lo que en teoría se denomina una sinécdoque particularizante: se quiere presentar partes del liberalismo como si fuera el todo.
Desde el punto de vista lógico, estas figuras retóricas son consideradas falacias. Pero sucede que el debate político la verdad no resulta de un razonamiento lógico, en el sentido de una inferencia deductiva, sino de un procedimiento dialéctico, en el sentido socrático del término. La verdad política no es, pues, deductiva ni lógica, sino expositiva y retórica. Tiene la razón quien mejor la expone. Así Lausberg considera que todo tropo “es un cambio en la significación, pero un cambio cum virtute, por tanto no es ya un vitium de impropietas”.
16
Este uso sinecdóquico del término “neoliberalismo” es el que se encuentra implícito en el lenguaje corriente y que produce la perversión en el lenguaje que se me ha encargado analizar. A través de él nos han arrebatado el concepto inspirado en algún extremo por Mises, desarrollado colectivamente por un paradójico conciliábulo de individualistas, adornado por los severos creadores de la economía social de mercado y sabe Dios difundido consciente o inconscientemente por cuántos de nosotros aquí presentes.
Propongo pues, inspirado en la retórica clásica, una nueva disciplina: la comadrejología, consistente en estudiar cómo las figuras del lenguaje o tropos son utilizadas en el debate ideológico para alterar el significado de las palabras con propósitos deliberados.

Conclusión
El sentido predominante que se le atribuye al término “neoliberalismo” es consecuencia de que los enemigos de la libertad han utilizado esa palabra como una sinécdoque, como anteriormente otros hicieron con la palabra social a la que convirtieron en una antífrasis. Y otros, antes aún, con la palabra liberal, a la que le pasó lo mismo.
De esta manera, a través de la retórica y sus mecanismos, los liberales perdemos en el debate político lo que ganamos en el campo de las contribuciones científicas. Probablemente haya muy pocas doctrinas que, como el liberalismo, hayan perdido tantos términos a manos de sus enemigos en el debate político.
Debemos por ello empezar a estudiar este campo a fin de librar también ahí una batalla más entre las muchas que la vigilancia permanente de la libertad nos exige.
En la precursora sugestión de las palabras-comadreja, Hayek estaba en realidad invitándonos a ir más allá y explorar este terreno ignorado y, tal vez, menospreciado.
Muchas veces creemos que para triunfar en la lucha por la libertad basta con la abrumadora evidencia de los hechos. No obstante, ellos son insuficientes para causar la convicción necesaria en el debate ideológico.
Como decía von Mises: ”facts per se can neither prove nor refute anything. Everything is decided by the interpretation and explanation of the facts, by the ideas and theories”.
17
Despojar al liberalismo de una cierta arrogancia intelectual resulta, así imprescindible. Con ejemplos como lo sucedido con el término “neoliberalismo” debería bastarnos para entenderlo, porque aunque “words are signals for ideas, not ideas”, como quería Spencer18 . Perder nuestros términos por una mayor habilidad de nuestros oponentes se presenta como un error muy lamentable que amenaza periódicamente nuestra identidad.
Ser liberal no significa lo mismo en todos los países. Algunos de nuestros conceptos más preciados, como justicia, estado de derecho o propiedad, han sido tergiversados por adjetivos semánticamente predatorios. Y, en el colmo de la paradoja, quieren nuestra enemigos asociarnos con ideas, políticas o gobiernos que nos resultan ajenos. Todo ello es de por sí un precio muy alto a pagar por no haber advertido la importancia de este debate y el daño que pueden causar las palabras cuando son retóricamente manejadas. ”Figura est vitium cum ratione factum”.
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[1]Mises, Ludwig von. Liberalism. Sheed Andrews and Mc Mee, Inc. Kansas City. 1978. Pág. 27.
[2] Mises, Ludwig von. Liberalismus . Academia Verlag. Sankt Augustín. 1993. Pág. 24.
[3] Mises, Ludwig von. Socialism. Liberty Classics. Indianapolis. 1981. Pág. 418.
[4] Mises, Ludwig von. Ob Cit. Pág. 9. (Prefacio a la Segunda edición en alemán. Viena. 1932).
[5] Baudin, Louis. L´Aube d´un Nouveau Liberalisme. Genin. París. 1953.
[6] Nawroth, Edgar. Die Social-und Wirtschatsphilosophie des Neoliberalismus. Kerle. Heilderberg. 1961.
[7] Schuller, Alfred y Krusselberg , Hans Gunter, Conceptos Básicos sobre el Orden Económico. Ediciones Folio S.A. 1997. Barcelona. Pág. 97.
[8] Mueller-Armack, Alfred. Economía dirigida y Economía de Mercado. Sociedad de Estudios y Publicaciones. Madrid. 1963. Pág. 226.
[9] Trías Fargas, Ramón. Prólogo a la primera Edición Española de Economía Dirigida y Economía de Mercado de Alfred Mueller-Armack. Sociedad de Estudios y Publicaciones. Madrid, 1963. Pp 29-30.
[10] Mises, Ludwig von. Economic Freedom in the Present-Day World. In Economic Freedom and Interventionism. Foundation For Economic Education. Irvington on Hudson.NY. 1990. Pág. 240.
[11] Vargas Llosa, Alvaro. Latin American Liberalism:.A Mirage? . The Independient Review, v. VI.N.3. Winter 2002. California. pp. 325-343.
[12] Cf Hayek, F.A. “La Fatal Arrogancia” . Unión Editorial. Madrid. 1990. Pág. 186.
[13] Grupo M. Retórica General. Paidós Comunicación. Buenos Aires. 1992.
[14] Grupo M. Ob. Cit. p 223.
[15] Lausberg, Heinrich. Manual de Retórica Literaria. pp 76-80. Gredos. Madrid. 1991.
[16] Lausberg. Ob Cit. Pág. 58.
[17] Mises. Socialism. Liberty Classics. Indianapolis, 1981. Pág. 459.
[18] Spencer, Herbert. The Man Versus the State. Watts. London, 1950.
[19] Veronese, Guarino. Regulae. En Percival, W. Keith. “La Gramática y la Retórica en el Renacimiento”. Pág. 374. En La elocuencia en el Renacimiento. James J. Murphy, ed. Visor Libros. Madrid. 1999.
El Cato - www.elcato.org

"Fortune" rechaza una portada que satiriza el capitalismo de EE UU

La revista desestima la ilustración que encargó al historietista Chris Ware por su retrato ácido de los excesos financieros

- Le encargaron una portada y
- les ha dado un implacable retrato del capitalismo.
La revista "Fortune" pidió al historietista Chris Ware, el celebrado autor de Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo, que ilustrara la portada del número especial que dedica cada año a las 500 mayores empresas de EE UU.
Pero el resultado no les ha convencido. Ware ha firmado una sátira en la que muestra
- unos Estados Unidos dominados por las grandes empresas,
- que siembran el desorden social y
- expolian el dinero del contribuyente.
Ante semejante aldabonazo al credo capitalista, la dirección de la revista que elabora
la lista de las mayores empresas ha preferido no publicar la imagen y ha elegido una más "correcta".
La composición de Ware exhibe abundantes detalles que arremeten contra los excesos financieros del capitalismo desbocado.
- Presiden la imagen tres grandes rascacielos con la forma del número 500 que se alzan sobre el mapa de Norteamérica.
- En las azoteas,
varias figuras de consejeros delegados bailan y brindan con vino mientras grúas y
- helicópteros recogen y elevan cargamentos de dinero hacia las alturas.
- Abajo, se desata el caos.
- En el centro del mapa, una tetera en ebullición con forma de elefante alude al Partido Republicano es adorada como un tótem.
- A su alrededor, varias figuras parecen celebrar la escena.
- Siguen referencias al oráculo económico y financiero Warren Buffet (que posee una de las mayores fortunas del planeta) y
-
al casino de acciones y bonos de la ruleta financiera ,
- a las subprimes y
- a la especulación inmobiliaria en Florida.
- Al norte, un montón de automóviles volcados recuerda el hundimiento de la industria automovilístca.
- Más al sur, pasada la alambrada de la frontera y ya en territorio mexicano, se muestra una Fábrica de exploitación (sic),
con trabajadores sometidos a condiciones de trabajo extremas.
- Mientras tanto,
un helicóptero expolia el dinero del contribuyente reunido en el Tesoro (Hacienda) de Estados Unidos,
con el probable destino de rescatar a los especuladores de Wall Street tras el colapso de la economía.
- Más allá del océno, se otea la hacienda de Grecia, completamente vacía.
- Al oeste, China exporta productos a Estados Unidos que son vendidos por las voraces cadenas de distribución.
En fin,
- Ware no deja títere con cabeza.
- Más de lo que ha podido digerir la corrección financiera de Fortune.

ABEL GRAU - "El País" - Madrid - 27-Abr-2010

El procedimiento en democracia

El Tribunal Supremo tiene el deber de investigar y de inculpar cuando, en términos racionales y motivados y conforme a las reglas del proceso justo, identifique que la actuación de un juez es presuntamente arbitraria.

El 12 de diciembre de 2000 se dictó la sentencia, probablemente, más trascendente de la historia, atendidas sus implicaciones. La Corte Suprema de los Estados Unidos revocó la resolución del Tribunal Supremo de Florida que había ordenado el recuento manual de 11.000 votos emitidos en la elección presidencial.
Con ello, se impidió comprobar las irregularidades del recuento automatizado denunciadas por el Partido Demócrata.
La presunción de que el sistema de cómputo había dejado de contabilizar un buen número de sufragios que potencialmente hubieran beneficiado al candidato Gore no impidió que la balanza de la elección se inclinara del lado de Bush por 300 votos.
La Corte justificó su decisión sobre dos argumentos principales:
- El primero, la necesidad constitucional de autorrestricción de los tribunales a la hora de interferir en los procedimientos legales de cómputo de votos.
- El segundo insistía en que la decisión de la Corte de Florida, al permitir el recuento manual, mediante criterios de validación poco precisos, no aseguraba que el proceso electoral concluyera antes de la fecha máxima prevista en la ley para la terminación del recuento.
La Corte no negó que pudieran haber existido irregularidades, ni tan siquiera descartó que un mejor mecanismo de recuento hubiera podido cambiar el sentido de los votos electorales en juego.
La decisión se fundó en que "el procedimiento" debía respetarse de forma estricta, pues ello era lo que permitía asegurar la equidad del sistema en su conjunto y, sobre todo, neutralizar el riesgo de que los tribunales, mediante la creación ex novo de condiciones del proceso electoral, terminaran interviniendo de manera decisiva en la elección del presidente.
No es este el momento para analizar en profundidad la sentencia Gore versus Bush, pero creemos que constituye un buen motivo para la reflexión sobre el ejercicio del poder en un sistema constitucional avanzado.
La esencia de todo modelo constitucional no radica, sólo,
- en el reconocimiento y supraprotección de derechos y libertades,
- sino, también, en el establecimiento de reglas y procesos sobre el ejercicio del poder.
La Constitución es, sin duda, la gran regla que determina
- qué poder se ejerce,
- quién puede ejercerlo y
- cómo debe ejercerse.
Y ello con la finalidad de
- garantizar la Democracia, entendida no sólo como posibilidad de participación en las decisiones,
- sino, además, como antídoto contra toda forma de arbitrariedad.
No pueden ocultarse las dificultades en las que opera la regla constitucional de distribución del poder, lejos de esquemas simplistas que lo conciben dividido, al modo del buen sueño de Montesquieu, en porciones perfectamente deslindadas y equitativas.
De contrario, la propia idea de división en el muy conservador imaginario montesquiniano atribuía a los jueces la parte más reducida, por no calificarla de insignificante, del poder.
La Revolución Francesa incorporó esta idea matriz
- situando a los jueces en un espacio de poder limitado y
- severamente vigilado por los otros poderes,
- convirtiéndoles en burócratas funcionarios,
- privados de toda posibilidad de incidencia real en la vida política y social.
En sentido contrapuesto, la Revolución Norteamericana advirtió los graves riesgos de la idea de la división compartimentada, en particular el peligro de que el principio mayoritario pudiera convertirse en instrumento de tiranía.
La Constitución norteamericana metabolizó la idea
- de la unidad del poder constitucional y
- de la necesidad de su distribución en ramas,
- preocupándose de establecer pesos y contrapesos
- que neutralizaran los riesgos de preeminencia de un poder sobre los otros.
Por eso, ya desde 1803, con la sentencia Marbury versus Madison, los jueces asumieron una posición activa de control de los otros poderes, mediante la facultad de declarar inválidas normas aprobadas por el Congreso que fueran contrarias a la Constitución.
Pero, de forma simultánea, e inevitable, se generó el debate sobre los límites de los jueces en el uso de la referida regla de poder, precisamente, para impedir el efecto perverso de convertir el sistema político en una suerte de república judicial.
La discusión dura ya más de 200 años y no tiene visos de acabar. Precisamente, la persistencia y riqueza del debate ha permitido mantener viva la necesidad de profundizar en la dimensión procedimental de la Constitución.
En la idea básica, para toda sociedad democrática, de que
- el modo de ejercer el poder es tan importante como las decisiones que se tomen.
Y ello hasta el punto de sacrificar, en ocasiones, la obtención de fines sustancialmente valiosos en atención a los riesgos de que para ello se vulneren reglas
- del proceso debido o
- de equidad e igualdad en las condiciones para alcanzarlos.
La dimensión procedimental de la Constitución reclama el reconocimiento social de un umbral mínimo de institucionalidad por debajo del cual se corre el riesgo de caída libre, de derrumbe, de todo el sistema y, con él, de los valores en que se funda.
Ello se traduce en la necesidad funcional y axiológica de respetar las reglas de los procesos decisionales y de aceptar la legitimidad de aquellos órganos de poder a los que la Constitución les encomienda la última palabra.
Respeto y reconocimiento que en nada impiden la crítica pública a las decisiones que se adopten. Al contrario. Cuanto más trascendente sea la decisión más resulta exigible y necesario, en términos democráticos, el debate abierto y deliberativo sobre sus razones y su alcance. Pero una cosa es la crítica y otra diferente es negar, mediante todo tipo de estrategias, algunas de sesgo totalitario, la propia legitimación constitucional para ejercer la regla de poder.
Los acontecimientos de los últimos días alrededor de la actuación de la Sala Segunda del Tribunal Supremo (TS) en el llamado caso Garzón I son un buen ejemplo de lo antedicho.
Frente a las continuas manifestaciones que niegan al TS toda legitimidad para actuar en los términos en que lo ha hecho, queremos afirmar que la regla constitucional de distribución del poder le impone el deber, primero, de investigar, y, segundo, de inculpar, cuando, en términos racionales y suficientemente motivados, y de conformidad, siempre, a las reglas del proceso justo, identifique que, de forma presuntiva, la actuación de un juez ha podido resultar arbitraria. Lo exige la Constitución y todos, en especial los agentes políticos y sociales, deberían aceptar, por racionalidad democrática, que en este caso las reglas del juego atribuyen al TS la grave responsabilidad de valorar si un juez traspasó de manera inaceptable los límites de su poder.
Es obvio que el Tribunal Supremo puede equivocarse, como lo ha hecho en diferentes resoluciones, pero también lo es que aun equivocándose cumple con la función constitucional que le viene encomendada.
Cuando el Tribunal Supremo norteamericano resolvió el caso Gore versus Bush tal vez se equivocó. Tal vez propició que la elección presidencial no respondiera a la voluntad mayoritaria del pueblo norteamericano y, de forma indirecta, que el mundo girara sobre sí mismo reencontrándose con el unilateralismo y las voces más dramáticas del pasado. Pero los jueces del Tribunal Supremo, desde su responsabilidad constitucional, consideraron que autorizar que el recuento manual de votos superara la fecha legalmente establecida comprometía, en una cuestión que afectaba al núcleo del sistema democrático, el proceso debido hasta un punto que la Constitución no permitía.
Afirmar sin pudor que las decisiones investigativas e inculpatorias de la Sala Segunda del Tribunal Supremo son un golpe de Estado perpetrado por togas fascistas, cómplices de la tortura, introduce una aporía insuperable en lo que supone,

- primero, negar las mínimas reglas del juego necesarias para el funcionamiento de la propia democracia y,
- segundo, exigir que los tribunales no deben actuar respecto a determinadas personas o intereses cuando la
propia Constitución les obliga a ello.
Y eso, precisamente, es la mayor muestra de fascismo:
- que un tribunal no actúe en el ejercicio de sus competencias constitucionales
- por miedo o por presiones
- de aquellos que a gritos -al modo del grito del pueblo, de Carl Schmitt- y exabruptos
- se han erigido en el supremo tribunal de los sentimientos de la sociedad española.
JAVIER HERNÁNDEZ, JOSÉ LUIS RAMÍREZ, MARÍA POZA, JOSÉ GRAU Y LUIS RODRÍGUEZ - "El País" - Madrid - 27-Abr-2010

domingo, 25 de abril de 2010

Nick Clegg: ¿Churchill, Obama o burbuja?


El fulgurante ascenso de Nick Clegg se mueve entre comparaciones hiperbólicas y un objetivo revolucionario: clavar un rejón de muerte al bipartidismo británico.
Habla correctamente: inglés, español, francés y holandés


Hace unas semanas, Nick Clegg era un desconocido.
- Periodista por un tiempo,
- eurofuncionario unos años,
- eurodiputado antes de llegar a los Comunes y, enseguida,
- discreto líder de los liberales-demócratas.
Pero, desde que triunfara en el primer debate de las elecciones británicas, unos le llaman el Barack Obama británico, un sondeo le puso a la altura de Winston Churchill, y sus rivales creen que es, o desean que sea, "una burbuja" que el 6 de mayo estallará bajo el peso de las urnas.
Todas esas comparaciones son sobre todo hijas del acelerado mundo mediático del siglo XXI, pero Nick Clegg puede desatar una revolución si logra su verdadero objetivo: clavar un rejón de muerte al decadente bipartidismo británico.
Mientras el presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera le presentaba aludiendo a Churchill y Obama en una reciente comparecencia ante los corresponsales extranjeros en Londres, Clegg lo negaba moviendo la cabeza de derecha a izquierda: "Les advierto que si esperan algo churchiliano u obamiano, se van a llevar una gran decepción", dijo nada más tomar la palabra.
El líder liberal está haciendo esfuerzos enormes para que el éxito de estos días no se le suba a la cabeza, entre otras cosas porque ese éxito aún no tiene el respaldo de los votos.
En los últimos días, la prensa tory ha arremetido contra él de forma brutal. Unos, intentando convertir en escandalosa una simple irregularidad: ingresar a través de su cuenta privada donaciones destinadas al partido. Es igual que todas esas donaciones hubieran sido declaradas a la autoridad parlamentaria: lo importante era sembrar la duda sobre su honestidad.
Otros han cuestionado su legitimidad para ser primer ministro británico alegando problemas de RH sanguíneo:
- su madre es holandesa,
- su padre es de ascendencia rusa,
- su esposa es española.
La tercera vía para reventar la burbuja Clegg ha sido vestirle de niño bien. La misma prensa que lleva meses clamando contra la injusticia de que los laboristas utilicen los orígenes aristocráticos y pudientes de David Cameron para intentar desacreditar al líder conservador, retratan ahora a Nick Clegg como un producto del dinero y el elitismo.
"Nick ha tenido la suerte de tener una excelente educación y de crecer en un entorno culto, internacional, muy cosmopolita, muy abierto, pero para nada ha vivido nunca ni ha tenido jamás ese aislamiento social y esa insensibilidad que tienen algunos británicos.
Es una persona muy normal y te lo puedes llevar a tomar croquetas, como dice él, a cualquier tasca inmunda de cualquier ciudad y se lo pasa bomba. En ese sentido no es nada exclusivista", explica el diputado socialista español Juan Moscoso.
Moscoso conoció a Clegg y a la que ahora es la esposa del político británico, Miriam González Durántez, hace ya bastantes años, cuando los tres estudiaban en el Colegio Europeo de Brujas, en Bélgica. "Nos vemos todos los años y hablamos a menudo", asegura. Pero esa comunión personal no es plena en el terreno político. "Somos muy amigos y nos queremos mucho pero militamos en dos familias políticas distintas, aunque compartimos muchas cosas y en el Parlamento Europeo el grupo socialista y el liberal-demócrata hacen muchas cosas juntos", matiza.
Esas diferencias políticas no le impiden al diputado del PSOE apreciar las cualidades políticas y personales del líder liberal británico. "Le admiro muchísimo. Me parece que es un político con un perfil y una calidad humana que hace mucha falta no ya en el Reino Unido sino en Europa y en el mundo. Es verdad que era una elección muy abierta, pero se ha producido esa conjunción del momento y de su calidad que le ha llevado incluso a ponerse algunos días el primero en las encuestas", observa Moscoso.
"Tiene una calidad humana, y un perfil y una formación... ¡es que es un tío estupendo! Es increíble lo bien que habla español. Es una persona muy intuitiva, con un don de gentes tremendo, muy amable.
Es una persona muy cercana que no va de nada, como decimos en España. Tiene una gran curiosidad por todo. Ha aprendido español con enorme rapidez; habla francés, habla holandés porque su madre es holandesa...", añade.
"En el Colegio Europeo destacaba por su facilidad oratoria, por su simpatía, por su intuición, por su cercanía con todo el mundo. Es un gran conversador, todo lo recuerda. Le gusta todo, la gastronomía, el turismo, la historia de las culturas, la antropología.
Es muy profundo también en lo social y se preocupa también de saber qué hay detrás de las cosas: no es nada superficial. Y es también una persona muy llana y muy normal, muy accesible", insiste el diputado del PSOE por Navarra.
El repentino éxito de Nick Clegg tiene mucho que ver con la televisión y con su imagen personal. Por eso sus rivales quieren creer que en el fondo se trata de una burbuja que acabará estallando. Pero eso, que podía parecer cierto en los días que siguieron al primer debate electoral, puede esconder algo mucho más importante.
Su éxito, y sobre todo la consolidación de su ascenso, confirmada con su buena actuación en el segundo debate y por la única encuesta publicada después -que deja a conservadores y laboristas como estaban y aumenta en un punto la intención de voto de los liberales- puede ocultar algo mucho más relevante: que la irrupción de Clegg en estas elecciones puede acabar convirtiéndose en una revolución porque amenaza todo el sistema político británico, basado en el bipartidismo.
Esa amenaza no es nueva. Lo que es nuevo es que los británicos empiecen a creer que es posible ponerla en práctica. De consolidarse en las urnas, el éxito de Clegg pondría en cuestión un sistema político que se basa en la existencia de sólo dos partidos de peso. No sólo por la manera en que funciona su sistema electoral, sino incluso por sus símbolos externos.
Basta con ver la estructura física misma de la Cámara de los Comunes. No es un hemiciclo orientado hacia el estrado que ocupa el orador: es una habitación rectangular con dos grupos de escaños enfrentados el uno al otro.
Todo en la política británica está pensado para que un partido se haga con el poder absoluto en cada legislatura. Lo único que han de decidir cada cuatro o cinco años los británicos es si dan paso o no a la alternancia.
En - el siglo XVIII elegían entre "tories" y "whigs";
- en el XIX, entre "tories" y "liberales";
- en el XX, entre "tories" y "laboristas".
Pero el sistema electoral que facilita ese reparto del poder, de incuestionable legitimidad cuando entre el 80% y el 95% de los británicos votaba por alguno de los dos grandes partidos del momento, entra en aguas pantanosas cuando conservadores y laboristas suman el 60%, como señalan los sondeos de estas elecciones, o se quedan en el 68% que obtuvieron en 2005.
El éxito de Nick Clegg y los liberales-demócratas como síntoma de un rechazo a ese eterno bipartidismo ha sido combatido por los conservadores de David Cameron y por el poder establecido con el mensaje de que
- lo único bueno para Gran Bretaña es que de las urnas salga un Gobierno fuerte, respaldado por una mayoría absoluta.
Pero empiezan a surgir señales de que el establishment se ha dado cuenta de que quizás estemos ante un cambio revolucionario, ante algo parecido a lo que en Francia equivaldría a una nueva República.
"El poder y el pueblo", titulaba ayer su principal editorial el muy tradicionalista "The Times". "Este periódico sigue pensando que no es deseable que del 6 de mayo salga un parlamento sin mayoría absoluta", aclara el editorial.
Pero añade: "Incluso si la burbuja Clegg estalla en los próximos 13 días, la política ha cambiado de manera fundamental".
"Si el voto se divide en tres porciones, la principal virtud del sistema electoral -el hecho de que provoca un resultado claro- quizá ya no sea de aplicación".
- "La efectiva privación de derechos a una parte de la población exigiría entonces una respuesta.
- El sistema electoral británico ha servido bien a la nación.
- Ahora afronta su examen más crítico en las próximas semanas", concluye The Times.
WALTER OPPENHEIMER - "El País" - Madrid - 25-4-2010

El ancla espiritual del candidato ateo
MIRIAM GONZÁLEZ DURANTEZ, esposa de Nick Clegg

El día en que fueron convocadas las elecciones generales, Miriam González Durantez acudía como siempre a su despacho en una firma de abogados de Londres. Por supuesto que participaría en la campaña de su marido, Nick Clegg, pero sólo "cuando no esté trabajando ni tenga a los niños", dijo entonces.
La apostilla de su pareja -"no creo que Miriam se vea a sí misma como un arma secreta, ni yo tampoco"- pretendía ser el reverso de la definición que el conservador David Cameron suele hacer de su esposa, Samantha, inmersa en el carrusel electoral. Hasta en eso "los liberales-demócratas hacemos las cosas de forma diferente a los dos viejos partidos". Es el mensaje que se buscaba transmitir.
Por el momento, el despegue de las expectativas de Clegg no se ha traducido en una mayor presencia pública de esta española nacida en Olmedo (Valladolid) hace 42 años, madre de tres hijos, abogada especializada en comercio y telecomunicaciones.
Y precisamente esa dosificación le ha procurado una tremenda atención mediática. Si las fotografías de Sarah Brown y Samantha Cameron se suceden casi a diario, captar una imagen de Miriam González en campaña encarna la novedad, como ocurrió a raíz de su estreno en un acto electoral en Sheffield.
Era sábado y los niños (Antonio, Alberto y Miguel, nombres que compensan el apellido inglés del padre) estaban de vacaciones con su abuela en España. "No puedo abandonar mi empleo durante cinco semanas, pero eso le ocurre a mucha gente", es una declaración con la que pueden identificarse tantas votantes.
Esa elegancia informal, sus bolsos ecológicos o la decisión de no adoptar el apellido del marido contribuyen a fijar esa imagen de modernidad que los liberales- demócratas reivindican como marca.
Al tiempo que cubre otros flancos, cuando la prensa conservadora se está cebando en la radicalidad de Clegg: la hija del ex senador del Partido Popular Antonio González Caviedes aparece como el alma mater de la familia, una católica que cría a sus retoños en esa fe mientras el padre se declara ateo.
Que el protagonismo de Miriam se limite a las jornadas de asueto quizá no sea un gesto calculado, pero ella admite: "Siendo la hija de un político, ya sabía lo que me esperaba".
PATRICIA TUBELLA - "El País" - Madrid - 25-4-2010