lunes, 5 de marzo de 2012

España: No habrá perdón para los privilegiados

La primera vez que vi con mis propios ojos una tarjeta de crédito fue en 1979.
Estaba comiendo con un amigo en un restaurante.

Él, un pipiolo de 25 años, acababa de estrenar un cargo técnico y político en la Diputación de Barcelona.
No menos pipiolo, yo había abandonado la militancia política un par de años antes y ejercía como profesor de literatura en el instituto de Ripoll. Nuestras vidas se cruzaban.
Habíamos quemado nuestra juventud en la pira de las ilusiones más puras:
- la libertad,
- la defensa de los más débiles,
- el compromiso con la lengua catalana.
Con las instituciones democráticas recuperadas, mi amigo decidió continuar en política como profesional. Pero a mí, como a tantos militantes de la época clandestina,
- aquel destino me pareció raro, limitado, poco atractivo.
Quedamos para comer en un restaurante nuevo. Un antiguo almacén, cerca de Urquinaona, con sus delgadas columnas de hierro colado, reconvertido en una mezcla de bistrot y marisquería.

Para unos jóvenes que, al revés de los de ahora,
- nunca habían salido en sus años universitarios a cenar, sino tan solo a tomar café o
una caña (y, en las grandes ocasiones, un trinaranjus de gin Xoriguer),
- aquello parecía lujo bizantino.
Mientras comíamos, me contó el encargo que había recibido: reorganizar un servicio provincial de primera necesidad. Apenas salidos de la adolescencia, parte de mi generación tuvo el país en sus manos (no consta que, habiendo estado en puestos de mando tantos años, alguno reconozca su responsabilidad en el hundimiento presente: el mal siempre procede del exterior).
Después del café, mi amigo sacó de la cartera un plástico rectangular y lo entregó al camarero.

- "¡Qué cosa más rara!", dije.
- "¿Nunca habías visto una tarjeta de crédito?".
- En mi entorno, nadie la usaba, en aquel tiempo.
- Mi amigo, como otros gestores públicos, la usaba con naturalidad.
- En un santiamén, se generalizaron
- los coches oficiales,
- las comidas con periodistas,
- los gastos de representación,
- los agradables sueldos e
- incluso lo que ahora llaman "mochilas" (compensaciones por abandonar el cargo).
Cuando
- un puritano se atrevía a ponerlo en cuestión,
- le espetaban: "¿Discutirás el chocolate del loro?".
También
- aquellas "prebendas" se generalizaron
- en la alta gestión universitaria,
- en todo tipo de entes públicos,
- en las cajas que se debían a los modestos impositores,
- incluso en las instituciones solidarias.
La primera vez que asistí a una reunión matinal con zumo de naranja, café y cruasanes fue en una conspicua entidad caritativa, cuyo dirigente local, paladín de los primeros emigrantes, volaba a Madrid en clase business. Ninguno de los ejemplos citados es inventado.
De alguna manera,

- estos usos de nuevo rico se generalizaron
- en paralelo a una sociedad que
- abandonaba el pollo y descubría el jabugo;
- cambiaba "El Caserío" por el parmigiano;
- sustituía el vino de tapón de plástico por los crianzas en barrica.
- No a todo el mundo le alcanzaba para el foie, pero
- todos aspiraban a untar con él sus tostadas.
Ha habido suficientes cambios en el candelero como para
- constatar que incluso los que más despotricaban contra los coches oficiales
- subieron a ellos sin rubor.
Con

- la crisis, el paro y el colapso de las expectativas juveniles,
- ha llegado también "la resaca".
- Los dirigentes son observados con la lupa del agrio resentimiento.
- No les perdonamos una.
Lo constatamos la semana pasada con los 6.000 euros que el núcleo directivo de la UPF gastó, en dos días de reunión de trabajo, en un bonito hotel campestre con restaurante estrellado.
La agresividad que el conocimiento de tal gasto generó en la red y en los recortados trabajadores de la universidad no puede pasar desapercibida.
- "La resaca" de aquellos abusos es el resentimiento
- contra todo aquel que, mientras los más sufren recortes o están en el paro,
- sigue accediendo al foie desde un puesto público.
- Una dosis de PURITANISMO es
- lo que Mario Monti ha introducido
- en el durísimo recorte italiano.
Complemento imprescindible de la reforma laboral es
- el PURITANISMO FISCAL sobre los profesionales de clase media y alta
- empresarios,
- abogados,
- médicos,
- comerciantes,
- taxistas,
- que defraudan a Hacienda, eluden el IVA o
- tienen amarres en puertos deportivos sin poder demostrar de dónde han sacado la pasta.
Complemento imprescindible de los recortes es

- el PURITANISMO EN LA ALTA DIRECCIÓN.
Hace bien Artur Mas viajando en clase turista a Marruecos.
Ahora solo hace falta que
- el ejemplo cunda en la política menor
- en diputaciones e instituciones similares:
- las que más gastan y menos rinden.
- Viajar en metro,
- cobrar según rendimiento,
- ahorrar al céntimo.
- No se trata de abanderar nuevos valores, como dicen los ingenuos.
- Se trata de salvar las instituciones democráticas de
- la ola de indignación, resentimiento y populismo que
- avanza como la pólvora acompañando la recesión.
Antoni Puigverd - La Vanguardia - Barcelona - 5-Feb-2012

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