domingo, 22 de diciembre de 2013

Por qué la desigualdad es importante


El aumento de la desigualdad no es un problema nuevo.
Wall Street, la película de Oliver Stone que retrata a una plutocracia en ascenso empeñada en que la codicia es buena, se estrenó en 1987.
Pero los políticos,
- intimidados por los gritos de “lucha de clases”,
- han evitado dar más importancia a la brecha cada vez mayor
- entre los ricos y el resto.
Sin embargo, podría ser que las cosas estuviesen cambiando.
Podemos hablar de la trascendencia de la victoria de Bill de Blasio en la carrera por la alcaldía de Nueva York o del respaldo de Elizabeth Warren a la ampliación de la Seguridad Social.
También habrá que ver si la declaración de Barack Obama de que
- la desigualdad es “el desafío que caracteriza a nuestra era
- se traduce en cambios en la política.
En todo caso, el debate se ha animado lo bastante como para provocar una airada reacción de los expertos que afirman que
- la desigualdad no es para tanto.
- Se equivocan.
El mejor argumento para
- restar importancia a la desigualdad es
- el estado de depresión de la economía.
- ¿Acaso no es más importante
   - recuperar el crecimiento económico que
   - preocuparse de cómo se distribuyen sus beneficios?
- Pues no.
Para empezar, aunque solo se tenga en cuenta el impacto directo de la desigualdad creciente en los estadounidenses de clase media,
- no cabe duda de que el problema es grande.
Además, es probable que
- la desigualdad haya desempeñado un papel importante
- a la hora de crear el caos económico en que nos encontramos, y
- crucial en nuestro fracaso para salir de él.
Empecemos por las cifras.
Por término medio,
- los estadounidenses siguen siendo mucho más pobres ahora que antes de la crisis.
Para el 90% de las familias que están en lo más bajo, este empobrecimiento refleja que
- el pastel económico se está reduciendo y, al mismo tiempo, que
- la participación en él es cada vez menor.
- ¿Qué es más importante?
Sorprendentemente, la respuesta es que
- las dos cosas son más o menos comparables. Es decir,
- la desigualdad está aumentando con tal rapidez que
- a lo largo de los últimos seis años ha lastrado tanto los ingresos del estadounidense medio
- como pobres han sido los resultados de la economía, si bien
- el periodo incluye la peor depresión económica después de la década de 1930.
Desde una perspectiva más a largo plazo,
- el aumento de la desigualdad pasa a ser de lejos
- el factor individual más decisivo para
- explicar la caída de los ingresos de la clase media.
Aparte de eso, cuando se intenta entender la Gran Recesión y la no tan grande recuperación que siguió,
- el impacto económico y sobre todo político de la desigualdad proyecta una larga sombra.
Ahora hay un amplio acuerdo en que
- el endeudamiento creciente de las familias contribuyó a
- preparar el terreno para nuestra crisis económica.
- La explosión de la deuda coincidió con el aumento de la desigualdad, y
- es probable que ambas cosas estén relacionadas (aunque no es irrebatible).
Después de que estallase la crisis,
- el trasvase continuo de los ingresos de la clase media a una pequeña élite
- lastró la demanda de los consumidores, de manera que
- la desigualdad tiene que ver tanto con la crisis económica como
- con la debilidad de la recuperación posterior.
Ahora bien, en mi opinión,
- el papel verdaderamente fundamental de la desigualdad en la catástrofe económica
- ha sido de carácter político.
En los años que precedieron a la crisis, en Washington existía
- un notable consenso de ambos partidos a favor de la liberalización financiera,
- un consenso que no justificaban ni la teoría ni la historia.
Al irrumpir la crisis,
- corrieron a rescatar a los bancos. Pero en cuanto la cosa estuvo hecha,
- apareció un nuevo consenso que suponía dar la espalda a la creación de empleo y
- concentrarse en la supuesta amenaza del déficit presupuestario.
¿Qué tienen en común los consensos anterior y posterior a la crisis?
- Los dos han sido económicamente destructivos:
- la liberalización contribuyó a hacer posible la crisis, y
- el giro prematuro hacia la austeridad fiscal ha conseguido
- sobre todo entorpecer la recuperación.
No obstante, los dos corresponden a
- los intereses y prejuicios de una élite económica
- cuya influencia política se ha disparado al mismo tiempo que su riqueza.
Esto es especialmente evidente cuando se intenta comprender
- por qué en medio de una sempiterna crisis de empleo,
- Washington se obsesionó por algún motivo con la supuesta necesidad de
- aplicar recortes a la Seguridad Social y al Medicare.
Esta obsesión nunca ha tenido sentido económico: en una economía deprimida con los tipos de interés más bajos de la historia,
- el Gobierno debería estar gastando más, y no menos, y
- una época de desempleo masivo no es momento para andar fijándose en
- hipotéticos problemas fiscales a décadas vista.
Ni tampoco los ataques contra estos programas reflejan lo que quieren los ciudadanos.
Los sondeos entre los muy ricos, en cambio, muestran que,
- a diferencia de la mayoría, consideran los déficits presupuestarios un asunto crucial y
- que están a favor de los grandes recortes en los programas sociales.
- Y no hay duda de que las prioridades de esas élites
- han tomado el control del discurso político en nuestro país.
Lo cual me lleva a una última consideración.
Creo que tras la reacción en contra del argumento de la desigualdad
- se oculta el deseo de algunos expertos de
- despolitizar el discurso económico y hacerlo tecnocrático y no partidista.
Pero eso es una quimera. Hasta en las cuestiones que pueden parecer puramente técnicas,
- la clase social y la desigualdad terminan por modelar —y distorsionar— el debate.
- Así que el presidente tenía razón.
- La desigualdad es, sin lugar a dudas,
- el desafío que caracteriza a nuestra era.

- ¿Vamos a hacer algo para enfrentarnos a él?
Paul Krugman - El País - Madrid - 22-Dic-2013


La desigualdad mata la recuperación
España ha salido de la recesión.
La economía ha vuelto en este final de 2013 a la situación en que estaba a finales de 2010, cuando la primera recesión de 2009 dio paso a la recuperación, después abortada por la llegada de la segunda recesión de 2011.
Atrás quedan tres años perdidos por una equivocada política macroeconómica, justificada en una visión moralista de las causas del déficit público que emergió en 2010.
Un moralismo que sirvió de tapadera para ocultar la verdadera razón de la austeridad: la imposición de los intereses de los países acreedores, que no quisieron admitir su parte de responsabilidad en el sobreendeudamiento privado de los países de la periferia y querían cobrar todo lo que habían, voluntaria e irresponsablemente, prestado.
En cualquier caso, ¿cómo será esta segunda recuperación?
Aunque la economía española ha entrado en una corrección seria de sus desequilibrios, el tejido empresarial muestra una encomiable capacidad exportadora y la sociedad ha dado síntomas de aguante y madurez, mucho me temo que, de no cambiar las cosas, estamos ante una recuperación anémica.
Por dos motivos.
Primero.
La política financiera y presupuestaria de la zona euro no favorecerá la recuperación.
Más que una unión monetaria en sentido pleno, la zona euro es, hoy por hoy, un club donde dominan los intereses de los países acreedores sobre los deudores.
Por eso la unión bancaria, un mecanismo necesario para poner en común las pérdidas de las quiebras bancarias y aliviar la carga que recae sobre la economía de los países deudores, no está ni se la espera.
La zona euro es, en su actual funcionamiento, una fábrica de antieuropeísmo y de populismo nacionalista.
Por eso, además de no contribuir a la recuperación, será de poca ayuda para la búsqueda de los apoyos sociales internos que necesitan las reformas.
Es una pena, pero así son las cosas.
Segundo.
La desigualdad creciente impedirá una recuperación sana y sostenida.
La caída de ingresos y los bajos salarios mantendrán el consumo de las familias muy anémico.
Como consecuencia, el motor principal de la economía, el sector privado, seguirá al ralentí.
Varios ejemplos nos sirven para documentar esta afirmación.
El de Estados Unidos es el más ilustrativo.
Al contrario de lo que ocurrió en la zona euro, allí no se abortó la recuperación de 2010.
A pesar de los intentos del Tea Party y de los republicanos de provocar un “precipicio fiscal”, la Administración de Obama ha conseguido mantener un cierto activismo fiscal.
Y, lo que ha sido más importante, la Reserva Federal ha mantenido una política monetaria y financiera que ha permitido a la economía norteamericana sortear el riesgo de segunda recesión.
Pero aun así, la recuperación ha sido pobre y la economía norteamericana no ha sido capaz de dejar atrás la crisis.
Una de las causas fundamentales está en la caída de ingresos de las clases medias y trabajadoras y los bajos salarios.
La polarización de la renta en el 10% de la población más rica está haciendo que el consumo de lujo funcione, pero el consumo masivo, que es lo que dinamiza la economía de mercado y el empleo, sigue gripado.
Además, en la medida en que el consumo de masas está bloqueado, las empresas tienen pocos incentivos para invertir en nuevos activos.
En esta circunstancia, la liquidez que las autoridades monetarias están inyectando en la economía no va a financiar nuevas inversiones de empresas y familias, sino que se dirige a la compra de activos ya existentes.
Esto hace aumentar sus precios y amenaza con crear una nueva burbuja en las Bolsas.
Algo que ya se está comenzado a ver.
Los ejemplos de Reino Unido y de la propia Alemania son también ilustrativos y van en la misma dirección. Son dos países que no tenían problemas de financiación de su deuda, ni necesidad de políticas de austeridad.
Pero aun así, su recuperación ha sido raquítica, lastrada por el mismo problema de la desigualdad.
Lo que tienen en común estos tres casos es que la caída de ingresos y los bajos salarios debilitan el motor principal de sus economías.
De poco vale en estas circunstancias que el motor auxiliar de la exportación funcione bien, como es el caso alemán o español.
Mientras no se recupere el motor principal, no habrá una recuperación sostenida.
No es por casualidad que en los tres países haya vuelto el debate sobre el salario mínimo.
En Reino Unido ya se introdujo en la etapa de Toni Blair y ha funcionado bien.
En Alemania, la introducción del salario mínimo ha hecho posible la gran coalición de conservadores y socialdemócratas.
Y la Administración de Obama le está dando vueltas.
Parece como si
- la solución a la desigualdad y a la eficiencia de la economía de mercado
- estuviese en un cierto retorno de los principios económicos de la socialdemocracia,
- aunque sean de la mano de Gobiernos conservadores.
Ya sucedió así durante la Gran Depresión y la posguerra.
La socialdemocracia contribuyó
- a crear el pegamento que reconcilió el capitalismo con la igualdad y la democracia.
- Hoy el reto vuelve a ser el mismo.
- La historia no se repite, pero, como dijo Mark Twain, rima.
- Aprendamos de ella.
Antón Costas - El País - Madrid - 22-Dic-2013

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