lunes, 21 de mayo de 2012

Ellas también hicieron las Américas

El Nuevo Mundo no solo fue cosa de hombres. Tras las huellas de
Colón viajaron mujeres épicas que han sido engullidas por el olvido.
Miles de españolas emigraron en el siglo XVI para explorar estas
tierras


Isabel Barreto.
La única almiranta de Felipe II y su nombre no dice nada.
Aventurera a la altura de Magallanes y Orellana. Soñadora capaz
de ajusticiar a un marinero desobediente y avisar a navegantes:
“Señor, matadlo o hacedlo matar… y si no, lo haré yo con este
machete”. Una de tantas mujeres que protagonizaron gestas épicas
en el Nuevo Mundo y olvidos legendarios en el Viejo.
América no solo fue cosa de hombres.
Pisando los talones de Colón se movilizaron un tropel de pioneras
como Isabel Barreto, recordadas en una exposición en el Museo
Naval de Madrid cuyo título lo dice todo: No fueron solos.
En 1595, tras enviudar, Isabel Barreto asumió el mando de la
expedición que había partido de Perú en busca de las islas Salomón,
donde ella y su marido, Álvaro de Mendaña y Neira, ubicaban
Ophir, un reino de oro y piedras preciosas, otro Eldorado de los
tantos de la época.
Ni le intimidó la idea de cruzar el Pacífico ni le atemorizó hacerse
cargo de una tripulación de héroes y villanos a partes iguales, que
conspiraban para amotinarse cada dos por tres, que a la mínima
amenazaban con beber en la calavera del prójimo, que malvivían a
fuerza de agua con cucarachas podridas y tortitas amasadas con el
mar.
Barreto se puso a la altura de aquellos marinos que navegaban con
la muerte enrolada entre ellos. “Apenas había día que no echasen a
la mar uno o dos [cadáveres], y día hubo de tres y cuatro”,
escribió
Pedro Fernández de Quirós, piloto y cronista de la travesía. A él
debemos esta descripción de su jefa: “De carácter varonil, autoritaria, indómita, impondrá su voluntad despótica a todos los que están bajo su mando,
sobre todo en el peligroso viaje hacia Manila”.
En su búsqueda de las Salomón se toparon con las desconocidas islas
Marquesas, donde fondearon. No cabe duda de que Isabel Barreto
desconocía el desaliento. Con 7.000 millas náuticas a sus espaldas, el descontento de la tripulación soplándole en el cogote y un marido recién fallecido,
ordenó zarpar hacia Filipinas.
Pocos discutirían sus cargos (almiranta, gobernadora de Santa Cruz
y adelantada de las islas de Poniente) cuando avistaron Manila.
Allí se casaría con Fernando de Castro, al que contagió su
arrebato y embarcó en otra enfebrecida travesía hacia las Salomón.
No fue Barreto la única protagonista de aquellos días de choque
de civilizaciones. Sin embargo, fuera del circuito académico apenas
han trascendido sus historias.
“Mucho se ha hablado y escrito de la participación del hombre, del
caballo e incluso del perro en la conquista del Nuevo Mundo.
Muy poco, sin embargo, acerca de la participación de la mujer
y de su importantísima labor en todos los aconteceres de lo
que supuso el descubrimiento, conquista y colonización de las
tierras americanas”,
escribe el historiador de la Universidad de Vermont Juan Francisco
Maura en el libro Españolas de ultramar en la historia y la
literatura, publicado por la Universidad de Valencia.

¿Cuándo fueron las primeras?
De la mano de Colón. En el tercer viaje del almirante (1497-1498)
iban a bordo 30 mujeres a petición de los reyes Isabel y Fernando, aunque en los últimos años, según Maura, se ha constatado la presencia de
embarcadas en el segundo (1493) y algún historiador sostiene que
podrían haber participado en el primero (1492).
Se desconoce con exactitud cuántas partieron hacia América porque
muchas no figuran en los registros y otras viajaron ilegalmente, pero
entre 1509 y 1607 se han contabilizado, según la investigadora de la
Universidad de Alicante Mar Langa Pizarro, 13.218 pasajeras.
Emigraron muchas –el 36% de los inscritos–, y entre ellas, algunas
poderosas.
María de Toledo, nuera de Cristóbal Colón –se casó con su hijo
Diego–, fue virreina de las Indias Occidentales entre 1515 y 1520,
aunque no le concedieron el permiso para dirigir la Armada y
colonizar tierra firme después de la muerte de su esposo.
María sufrió prejuicios sexistas (no se libró pese a sus redes familiares: era sobrina de Fernando de Aragón) y practicó prejuicios raciales (en una carta
da poderes para que le lleven a las Indias “300 piezas de esclavos
negros”). Bueno, en puridad histórica, no fueron tales, aclara el
catedrático de Historia Moderna Carlos Martínez Shaw: “En la
época no había prejuicios racistas, simplemente los europeos
veían la esclavitud de los negros como la cosa más natural del
mundo”.
Una de las razones por las que se ha borrado la presencia
femenina es malévola: “Para presentar a los españoles como una
panda de piratas que solo buscan sexo y oro. Las mujeres
humanizan el proceso”, expone Juan Francisco Maura, que achaca
el silenciamiento al gran peso de la historiografía anglosajona
para contar la aventura americana hispana.
“En general presentan a los anglosajones como colonos, sin el
matiz violento de la conquista, mientras que dibujan a los
españoles como saqueadores y violadores que querían hacerse
ricos”, contrasta.
Desde luego, subraya, las pioneras en llegar a América no iban en
el Mayflower en 1620.
Hacía décadas que miles de españolas de todo pelaje habían
recomenzado su vida al otro lado del océano.
“Y no solo en un segundo plano como muchos quieren pensar, sino
a la vanguardia de una sociedad naciente”, aclara Maura.
Hubo
- armadoras como la sevillana Francisca Ponce de León, que fleta
su nao San Telmo a Santo Domingo 17 años después del
descubrimiento;
- gobernadoras como Beatriz de la Cueva, que rigió los destinos
de Guatemala;
- innovadoras como María Escobar, la primera en importar y
cultivar trigo en América;
- empresarias como Mencía Ortiz, que funda una compañía para
enviar mercancías a las Indias en 1549, o
- feroces conquistadoras como la extremeña Inés Suárez, que
embarcó en 1537 como servidora de Pedro de Valdivia y acabó
siendo su amante y guerreando contra los araucanos en Chile, a cuyos
caciques (presos) decapitó sin contemplaciones.
No eran tiempos de convenciones que defendiesen derechos de
prisioneros de guerra.
Parte del trasiego hacia América se debe a una orden de la Corona
(1515), que pronto obligó a todos los cargos y empleados públicos a
embarcarse con sus esposas.
“Las mujeres seguían a sus maridos, padres o hermanos o un
alto funcionario con séquito o servicio, pero esto enmascara
muchas situaciones, y a partir de 1550, más o menos, muchas viajaron
solas buscando el cónyuge que no siempre encontraron o llevadas
por otros bajo fórmulas muy distintas, criadas, amigas,
institutrices.
- Todas, fuera cual fuera su posición,
- llegaron a América a valer más”,
sostiene Pilar Pérez Canto, catedrática de Historia y coordinadora,
junto a Asunción Lavrín, del volumen La historia de las mujeres en
España y América Latina (Cátedra).
El sueño transoceánico contagió a toda la población.
- Las solteras no se arredraron:
- fueron el 60% de las que emigraron.
Ricas, pobres, religiosas, prostitutas o aventureras
- con Certificado de Buena Conducta,
- imprescindible para viajar legalmente.
Las trabas migratorias no son un invento moderno: en una real cédula
de 1549 se prohibía el viaje de
- “judíos y moros conversos, reconciliados con la Iglesia, hijos
y nietos de quemados por herejía, extranjeros nacidos fuera
de los territorios del imperio español y esclavos blancos y
negros sin licencia especial”.
Tampoco los subterfugios ni los burladores de la ley son modernos…
ni masculinos (en exclusiva).
Francisca Brava hizo las Américas sin dejar tierra firme.
En un documento del Archivo de Indias se da cuenta de su negocio:
“Quien quiera comprar una licencia para pasar a las Indias,
váyase entre la puerta de San Juan y de Santiesteban, al
camino que sale a Tudela, cabo de una puente de piedra, y allí
pregunte por Francisca Brava, que allí se la venderá”.

Lo que las une a todas Según Carolina Aguado, comisaria de la exposición del Museo Naval
de Madrid, son sus narices.
“Eran mujeres de armas tomar. Abandonan un país en el siglo
XVI y una sociedad donde la mujer era un cero a la izquierda y
se meten en un barco cuando esos viajes eran terroríficos, con
riesgo de pirateo y naufragio para llegar a una sociedad que no
conocían”.
A la comisaria le impresiona la peripecia de Mencía Calderón, que
viaja con sus tres hijas y toma las riendas de la expedición al fallecer
su marido, Juan de Sanabria:
“Tardan seis años en llegar a Asunción, afrontan una tempestad, les atacan piratas y luego los indios tupis, ella pierde a una hija, y cuando
en Brasil no les dejan volver a embarcar, se pone al frente del
grupo que cruza el Mato Grosso.
Del medio centenar de mujeres que habían zarpado llegan solo
diez”.
La gesta de Calderón se ha popularizado en los últimos años gracias a
la novela de Elvira Menéndez El corazón del océano (Temas de Hoy),
que ha inspirado una serie que emitirá Antena 3, con Ingrid Rubio,
Clara Lago y Hugo Silva en el reparto.
Uno de los testimonios femeninos más notables en la conquista
americana fue narrado en primera persona por Isabel de Guevara,
una de las fundadoras de Asunción y Buenos Aires, en una carta
enviada a la princesa Juana, hermana de Felipe II, el 2 de julio de
1556, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional.
En ella detalla las penalidades sufridas por los 1.500 hombres y
mujeres del grupo que encabezó Pedro de Mendoza hasta el río de
la Plata.
“Al cabo de tres meses murieron 1.000, esta hambre fue
tamaña que ni la de Jerusalén se le puede igualar, ni con otra
ninguna se puede comparar.
Vinieron los hombres en tanta flaqueza, que todos los trabajos
cargaban de las pobres mujeres, así lavarles las ropas, como
curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, limpiarlos, hacer
centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas cuando algunas
veces los indios les vienen a dar guerra (…), dar arma por el
campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados
(…).
Si no fuera por ellas, todos fueran acabados; y si no fuera por l
a honra de los hombres, muchas más cosas escribiera con verdad
y los diera a ellos por testigos”.

La investigadora Mar Langa
Que ultima el libro Mujeres de armas tomar, que editará Servilibro
en Paraguay, cree que “probablemente” lo que omite es el canibalismo
detallado por testigos que sobrevivieron a la hambruna.
En Viaje al río de la Plata (1567), el bávaro Ulrico Schmidl narró lo
siguiente:
“Tres españoles se robaron un rocín y se lo comieron sin ser
sentidos, mas cuando se llegó a saber los mandaron prender e
hicieron declarar con tormento; y luego que confesaron el delito
los condenaron a muerte en la horca (…).
Esa misma noche, otros españoles se arrimaron a los tres
colgados en las horcas y les cortaron los muslos y otros pedazos
de carne (…) para satisfacer el hambre”.
Los archivos españoles tutelan historias similares. Maura destaca que
son un territorio inexplorado, “formidable pero sin catalogar”.
No sabemos lo que no sabemos. Una cosa sí: cada documento deteriorado (y sin digitalizar) esparce una nube de amnesia sobre el pasado.
Gracias a los archivos conocemos cuándo se fundaron el primer
convento y el primer prostíbulo, aunque no lo hicieran precisamente
en este orden.
Cuatro beatas que habían viajado con Hernán Cortés abrieron las
puertas del primer monasterio femenino (en el que acabarían ingresando dos nietas del emperador Moctezuma) en Ciudad de México en 1540.
Para entonces la primera “casa de mujeres públicas” autorizada por la
corona española era ya una institución consolidada en la ciudad de
Santo Domingo, desde que el rey aprobó su construcción en agosto de
1526, “por la honestidad de la ciudad y mujeres casadas de ella y por
excusar otros daños e inconvenientes”.
Viajaron rameras, pero no todas las aventureras eran meretrices como a veces algunos interpretan.
Alfonso Dávila, director del Archivo General de la Administración,
investigó la biografía de la sevillana Ana de Ayala, esposa de
Francisco de Orellana, para una exposición sobre la exploración del
Amazonas. “Es una de las grandes incógnitas de la historia de España,
unos la convierten en noble y otros en prostituta que vive amancebada
con Orellana en Sevilla mientras prepara la segunda incursión en el
Amazonas, debió de ser una mujer de clase media, de grandes redaños,
porque se casó en contra de todos con Orellana”, explica Dávila.
Orellana y Ayala zarparon en 1544 a pesar de las órdenes de cancelar
la travesía. La flota, que salió con 400 hombres y cuatro capitanes,
se diezmó nada más llegar a Cabo Verde, “posiblemente por el agua
corrompida y la falta de provisiones”.
Orellana desoyó todos los presagios que anticipaban el desastre y
dividió el menguado grupo en dos lanchas con las que embocaron el
Amazonas.
Surcaron el gran río durante 11 meses, perdidos, extinguiéndose uno
tras otro, incluido Orellana, al que Ana de Ayala enterró en la orilla
izquierda, bajo la sombra de un árbol.
Sobrevivieron 44 personas, entre ellas la sevillana, que tuvo la
valentía de afear al rey que la falta de medios les había precipitado
al fracaso.
Quizá la única trayectoria que se impuso al olvido fue la de Catalina
de Erauso, la singular monja alférez.
Su asombrosa vida se transmitió y agrandó en diversas obras, que es la
vía más directa para abrirse un hueco en la eternidad.
Erauso, novicia en un convento español, zarpó para América, donde
luchó vestida de soldado en un sinfín de combates que acabaron
granjeándole el respeto de compañeros y superiores.
Todas sus vulneraciones de la norma fueron toleradas.
Incluida su sexualidad, porque Erauso jamás ocultó sus preferencias:
“A pocos días me dio a entender que tendría a bien que me
casase con su hija, que allí consigo tenía; la cual era muy negra y
fea como un diablo, muy contraria a mi gusto, que fue siempre
de buenas caras”.
Lo dejó escrito en sus memorias hace casi cuatrocientos años, poco antes de coger de nuevo otro barco para América.
Tereixa Constenla - El País - Madrid - 19-May-2012

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