domingo, 23 de marzo de 2008

Pesadilla en Wall Street

- ¿Pero está de verdad acabado el capitalismo americano?
La noticia de que JP Morgan había comprado por dos dólares la acción Bearn Stears, el quinto banco de inversión del mundo y la segunda entidad emisora de hipotecas de alto riesgo o «subprime», y que lo había hecho con el apoyo explícito de la Reserva Federal norteamericana, que usó su propio dinero -es decir, el del contribuyente- para liberar la liquidez del comprador, disparó a la vez el alivio y las alarmas.
Alivio en el Dow Jones que respondió al alza al rescate, y más aún al subsiguiente recorte de tres cuartos de los tipos de interés.
Alarma de los bolsillos que se preguntan atónitos:
- ¿qué ha pasado aquí?
Evidentemente no están contentos los ahorradores de carne y hueso. Y de paso a pasito, los que contrataron hipotecas de renta fija o fondos de absoluta seguridad, y asisten impotentes a que su dinero cada día pierde valor. Pero aguantan sin rechistar -en pleno año electoral-, porque les han dicho que si no, se va todo a la porra. Que tienen que pagar justos por pecadores para conservar alguna esperanza de salvar en su conjunto Sodoma y Gomorra.
En la prensa florecen los oráculos y los análisis para ayudar a la gente a entender las dimensiones de su problema
.

Hay quien sitúa su origen en fecha tan lejana o tan reciente, como el año 1998. Fue entonces cuando los americanos se lanzaron como locos a comprar casas. Se lanzaron los que las podían pagar y los que no tanto. Para estos últimos se diseñaron nuevas y atrevidas hipotecas, las famosas «subprime». Técnicamente, unas hipotecas de locura.
Entonces,
- ¿por qué los bancos suscribían estas hipotecas?
Buena pregunta. Una primera respuesta es que el sistema estaba montado de tal modo que ni los bancos ni los broker se veían nunca penalizados por un impago, por lo cual la morosidad les importaba un pimiento.
- ¿Cómo es eso posible?
Pues precisamente por la entrada masiva en juego de los bancos de inversión. Cuando las hipotecas trascienden la banca comercial y privada para merecer la atención de los bancos de inversión, se convierten en un producto bursátil muy sofisticado. En «delicatessen» para Wall Street.
Los bancos de inversión engarzaron las hipotecas «subprime» en paquetes inversores integrados para disfrutar de sus enormes beneficios difuminando los riesgos.

Wall Street se lanzó voraz sobre el nuevo juguete, una excitante ruleta rusa de palo: no pasaba nada si las hipotecas fallaban porque parecía que el precio de los inmuebles no iba a bajar nunca. El mismísimo Alan Greenspan, entonces presidente de la Fed, dejó aletargar los bajos tipos de interés, y a sí mismo, en esa confianza. Él, que fue el Capitán Trueno contra la inflación.

Conciliar inflación y economía
Normalmente un presidente de la Fed se las ve y se las desea para conciliar la contención de la inflación y el estímulo de la economía. Todo lo que es bueno para la una resulta letal para la otra. No digamos si el escenario no es el de una marejada económica normal sino una recesión de caballo como la que enfrenta ahora el sucesor de Greenspan, Ben Bernanke.
En la última reunión de gobernadores de la Fed, la que dio luz verde a la sexta rebaja de tipos en muy poquitos meses, hubo dos votos particulares en contra de la medida. No todo el mundo ve claro que el Banco Central americano tenga que rescatar una y otra vez a inversores avariciosos e irresponsables. «No quiero volver a oír a mis amigos conservadores presumiendo de cuán brillantes capitalistas son, cuánto se merecen sus salarios de siete dígitos y pidiendo que el gobierno mantenga sus manos lejos de la economía privada», se quejaba ácidamente E.J. Dionne Jr, prestigioso columnista en The Washington Post.
El caso es que no es tan fácil. Hacer justicia no lo es todo en la vida. No cuando está en juego la estabilidad de todo un sistema financiero.

No es cierto, como refunfuñan algunos, que la Fed haya permitido el rapto de las sabinas de Bearn Stears por JP Morgan porque el capitalismo «siempre salva a las empresas grandes». Lo importante de Bearn Stears no es su tamaño sino lo que hace con él. Lo inmensamente interconectada que está la compañía con muchas otras. Su capacidad de llevarse infinidad de bolsillos al infierno con ella.

Pérdida de confianza
Bearn Stears sucumbió sencillamente porque los inversores perdieron toda confianza en que pudiera hacer frente a sus compromisos. Si ese pánico se extendía a todas las otras firmas vinculadas con Bearn Stears, los efectos serían terribles. Por eso intervino la Fed, para intentar parar el golpe y detener el efecto domino.
En esta crisis hay
- parte de burbuja,
- de irresponsabilidad y
- de realidad inexorable: en una economía sofisticada ya no hay sitio para ningún llanero solitario
.
Cualquiera puede salir despedido de la pista por la inconsciencia o el error de otros, esa es la lección.
Y el mensaje: Es como si la economía norteamericana hubiera amanecido seropositiva, consciente de sus deficiencias inmunitarias, de su fragilidad. En un primer momento, parecía que lo sucedido a Bearn Stears podría trasladarse a Lehman Brothers, por la similitud de sus perfiles y hasta de sus cuantiosas pérdidas. Pero las acciones aguantaron el tirón.

Además el miércoles se supo que tanto Lehman como Goldman Sachs habían acudido a nuevos préstamos de la Fed abiertos expresamente para bancos de inversión en la cuerda floja.

- ¿Bastará para que el susto seropositivo no evolucione a verdadero SIDA financiero?
Nadie lo sabe. Aún hay optimistas que esperan que, bien manejada, esta crisis de confianza pueda dar pie a una crisis de crecimiento, de redescubrimiento de la responsabilidad financiera colectiva.


- ¿Y por qué no puede el sistema aprender de sus errores y corregirse, después de todo?
No sería la primera vez. Ni quizás la última.

- ¿Qué pasaría si de repente se descubriera que Aristóteles no sabía leer y que San Agustín nunca creyó en Dios?
Una pesadilla análoga experimentan ahora muchos en Wall Street

ANNA GRAU - "ABC" - Madrid -23-Mar-2008

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