domingo, 14 de diciembre de 2008

Kennedy junior: De Camelot al Matriarcado

Mucha gente ha criticado que haya demasiados miembros de la familia Bush o de la familia Clinton dominando los destinos de su país. En cambio parece nunca hay demasiados Kennedy. Estados Unidos no se cansa nunca de su «familia real».
La única hija superviviente de los míticos JFK y Jackie, Caroline, se apresta a tomar el relevo del protagonismo de una saga donde cada vez más se imponen las mujeres.


¿De Camelot al matriarcado?
La evolución no deja de ser curiosa en una familia que nunca se distinguió por fomentar ni el feminismo ni la igualdad de sexos.

Cuando el padre de JFK, Joseph P. Kennedy, decidió lobotomizar a su hija Rosemary, disléxica y con un ligero retraso mental, no consultó esta decisión con su esposa y madre de Rosemary, Rose Fitzgerald. Ni siquiera le informó de lo que había decidido.
Por fortuna los máximos exponentes del machismo de los Kennedy no han tenido lugar en un contexto tan dramático. Los hombres de la familia son mucho más conocidos por su predisposición a la galantería extraconyugal, a beber en exceso y a excederse también con alguna otra sustancia.
Robert F. Kennedy Jr, hijo de Bobby Kennedy, el segundo Kennedy asesinado en la flor de la vida política, fue detenido y condenado -brevemente- en su juventud por posesión y consumo de heroína.

Un hermano suyo, David Anthony, murió de sobredosis en 1984.
El atentado de Dallas de 1963 fue un trauma familiar y nacional al que todavía muchos no logran resignarse. Ha costado mucho admitir que no habría, por lo menos a corto o medio plazo, otro providencial presidente Kennedy.
Robert F. Kennedy
fue asesinado en pleno intento, en 1968.
Su hermano Edward, al que todo el mundo llama Ted Kennedy, pudo haberlo intentado a su vez, de no cruzarse en su camino el feo escándalo de Chappaquiddick, donde encontró la muerte la joven Mary Jo Kopechne. Aquello le recortó las alas políticas para siempre. El Senado se convirtió en su techo.
Ciertamente allí es el rey. Ted Kennedy es hoy el líder moral del partido desde las gradas.

Cuando se supo que padece un grave tumor cerebral muchos entendieron que se abría un claro en la sucesión dinástica de los Kennedy y en la misma línea sucesoria demócrata. No faltan maliciosos que sospechen que Obama ha acabado llevándose a Hillary Rodham Clinton a su vera, a la secretaría de Estado, para evitar que si se queda en el Senado acabe heredando la autoridad moral de Ted Kennedy.
Entonces eso significa que mucho antes que rellenar el escaño de Ted hay que ocupar el de Hillary. Y aquí es donde ha saltado la sorpresa con la postulación de Caroline Kennedy.

¿Y por qué sorpresa?
Pues porque hasta principios de este mismo año a nadie se le habría ocurrido que a la «sweet Caroline» de Neil Diamond (este compuso su célebre canción en su honor) le interesara meterse en política.
Caroline Kennedy tenía tres años cuando se mudó a la Casa Blanca con sus padres. Tenía seis cuando mataron a su padre. Ella misma estuvo a punto de morir en un atentado del IRA en Londres en 1975.

A diferencia de su mediático hermano, el también malogrado John John Kennedy, siempre de fiesta con celebridades, ella se dedicó a actividades principalmente editoriales y culturales y a su familia. Está casada con el artista Edwin Schlossberg, al que conoció trabajando en el Met. Tienen tres hijos y viven en Manhattan, en Park Avenue. Son el sueño de la clase alta ilustrada norteamericana.
Ciertamente con los años Caroline Kennedy se había convertido en algo así como la albacea pública de la memoria de su padre. Su condición oficiosa de princesa real da un relieve mágico a cualquier cosa que diga o haga. Esto es lo que ocurrió cuando en enero de 2008 publicó en The New York Times un artículo de opinión apoyando a Barack Obama. El artículo se titulaba «Un presidente como mi padre».
Esta toma de partido prendió la mecha de la división: además de Caroline apoyaron a Obama el senador Ted Kennedy y un hijo de este, el congresista Patrick J. Kennedy.

Mientras que el hijo de Robert Kennedy, Robert F. Kennedy Jr, y sus hermanas Kathleen y Mary Kerry se alinearon con Hillary Clinton. Y no renunciaron a este alineamiento al conocer la posición de sus familiares.
Era curioso analizar el reparto de fuerzas. A Obama le apoyaban la voz más ilustre de la saga, Ted, y la más novicia, Caroline, cuya experiencia política era y es nula. Mientras que sus primos, sobre todo Robert y Kerry, podían aportar un historial de activismo público mucho más nutrido.
Kerry, ex nuera del gobernador de Nueva York, Mario Cuomo -que por cierto es quien tiene la última palabra para adjudicar el escaño de senadora de Hillary- ha viajado por todo el mundo defendiendo la causa de los derechos humanos y es miembro de la cúpula de Amnistía Internacional.

El ecologista de la familia
Robert F. Kennedy Jr. tuvo un debut tumultuoso en los asuntos públicos. En una de las condenas a trabajo comunitario que tuvo cumplir por sus trastadas de juventud empezó a colaborar con Riverkeeper, una asociación que lucha por mantener el río Hudson limpio de polución. Allí vio Robert júnior la luz de una vibrante carrera como defensor del medio ambiente, como abogado, como activista político, como comentarista mediático, como autor de libros, etc. Un agitador de auténtico lujo.
En un primer momento se dijo de él que aspiraba a relevar a Hillary en el Senado si ésta ganaba las elecciones. Hace tiempo desmintió que mantuviera su interés en el puesto. Todos los Kennedy hacen piña ahora para que el trofeo vaya a Caroline. Tendrán sus diferencias internas, pero el mundo les conoce como un clan sin fisuras.
El ascenso de Caroline puede ser entendido como el de la imagen sobre el contenido en el mito Kennedy: al fin y al cabo el único valor añadido claro de ella es ser no la sobrina ni la prima lejana ni la cuñada, sino la hija del amado presidente muerto. También se puede ver como la evolución de la dinastía hacia los tiempos modernos.
No más líderes masculinos a la irlandesa, carismáticos pero irremediablemente golfos, siempre con algún escándalo que les cierra el paso a la gloria en el último minuto.
Llega la hora de las mujeres, mucho más formales y serias, glamourosas pero sobradamente preparadas al fin. Los Kennedy ya van camino de ser las Kennedy.
Hace tiempo que las damas de esta familia protegen con especial celo el uso de la marca por parte de sus descendientes.
En Estados Unidos uno sólo tiene legalmente un apellido, el de su padre; el de la madre se pierde, a no ser que se incruste en forma de middle name (nombre de en medio o segundo nombre).

Así por ejemplo los hijos de Caroline se llaman Kennedy Schlossberg y no Schlossberg Kennedy.
También los vástagos de Kerry se llaman Kennedy Cuomo, y no al revés.
Sin duda, una manera de marcar territorio.

ANNA GRAU - "ABC" - Madrid - 14-Dic-2008

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