jueves, 11 de diciembre de 2008

Los bárbaros ya están aquí

Tiene razón Arturo Pérez-Reverte cuando insiste en que los bárbaros no van a invadirnos, porque ya lo han hecho. Ya están aquí. Y no se refiere a los inmigrantes que comparten su vida con nosotros, no.
Los bárbaros de nuestro tiempo son, entre otros, aquellos que, con su actuación, consiguen que nosotros mismos degollemos muchas de nuestras libertades y empecemos a parecernos a ellos.
Los bárbaros de hoy son los grupos islamistas (y no solo islamistas) que quieren dinamitar nuestra sociedad, pero también lo son las bandas armadas albanokosovares, rusas, ucranianas, croatas o rumanas que campean a sus anchas por España y por la Unión Europea.
Sin embargo, ni siquiera ellos son, cabalmente, los verdaderos bárbaros. Son solo la punta de un iceberg cuya base oculta ellos mismos desconocen (y, por desgracia, nosotros también).
Cuando hablamos de los verdaderos bárbaros de hoy hay que buscar la clave en aquellos regímenes autocráticos -como China o Rusia- que se han lanzado, legítimamente, a competir con nosotros en todo, menos en valores democráticos, derechos humanos, libertades públicas, etcétera.
Mientras Rusia impulsa un retorno a la guerra fría, apuntalando sus relaciones con Cuba y Venezuela (algo tan explicable como inconveniente), China se ha decantado por la recolonización de varios países de África, ocupando descaradamente y de un modo mimético el lugar que Europa dejó vacante hace cincuenta años.
La sensación que todo ello nos produce o transmite es la de que estamos cercados o claramente invadidos. Y entonces empieza nuestro propio recorte de libertades, supuestamente para defendernos mejor.
Y entramos en esa fase de sospecha de la ciudadanía en general, que acaba por justificar todo exceso de vigilancia policial o de espionaje interior, como acaba de denunciar el también escritor John Le Carré.
La cuestión está clara. Los bárbaros (pongan entre comillas esta denominación si quieren) ya están aquí, ya nos han invadido. Pero su triunfo solo se producirá si consiguen convertirnos en nuestros propios carceleros. Y esto no ha ocurrido todavía, aunque los síntomas que denotan nuestras actitudes de encogimiento son enormemente preocupantes.


Carlos Reigosa - "La Voz de Galicia" - Santiago de Compostela - 11-Dic-2008

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