viernes, 22 de enero de 2010

Haití, la banca gana

- CUANDO el dedo señala la luna, el idiota mira el dedo;
- cuando el dedo señala Haití, el banco se fija en las comisiones.
- Es indignante.


Los bancos, que hace unos meses pedían ayuda a gritos tras el terremoto financiero y se la dimos a espuertas y con la nariz tapada, son incapaces ahora de la más mínima compasión ante la tragedia humana que vive la isla caribeña.
El hedor de Haití se queda corto frente al que desprende un sector que intenta sustraer por medio de las comisiones parte de la ayuda que la gente de a pie hace llegar a las ONG y otros organismos que trabajan sobre el terreno.
De los 17 millones de euros que han sido donados para ayudar a los haitianos, parte se ha quedado en las uñas de estos desaprensivos en porcentajes que oscilan entre el 0,4 y 0,5% (entre 64 y 85 mil euros).

Y no es la primera vez. Ya hicieron lo mismo tras el tsunami que asoló el sudeste asiático.
Uno se pregunta qué asesor de imagen será capaz de lavarles la cara después de esto.

¿Quizás el mismo que contrató el presidente de la CEOE tras confesar abiertamente que él nunca volaría en su propia compañía aérea?
Podemos acostumbrarnos a que nos cobren tasas abusivas por el servicio que nos prestan, pero nunca me habituaré a que roben la ayuda que intentamos hacer llegar a quien se muere de hambre.
Sobre todo, porque acaban de salvar su culo con nuestro dinero: el público y el privado.
Y ya sé que el dinero no tiene corazón, pero, al menos, no estaría de más que lo tuviera quien lo gestiona

Josetxu Rodríguez - "DEIA" - Bilbao - 22-1-2010

Antes del terremoto ya estaba la pobreza
SI las armas las carga el diablo, a los terremotos los carga la pobreza.

Y por eso haríamos muy mal si, apelando en falso a las fuerzas de la naturaleza y depositando en ellas la ciega responsabilidad de lo ocurrido en Haití, acabásemos creyendo que las docenas de miles de cadáveres amontonados en Puerto Príncipe no tienen nada que ver con la injusticia de la tierra. El seísmo hizo temblar la tierra para asentarla, como viene haciendo desde hace millones de años, pero la gran mayoría de los muertos y los heridos, y el hambre y el frío, y las enfermedades y la violencia, vinieron de la mano de la extrema pobreza.
Y de esa, al menos en Haití, somos responsables. Por eso en Japón hay terremotos enormes que no causan un solo muerto. Y por eso estamos obligados a reconstruir ese país, que parece maldito, para que esta tragedia, y todas las tragedias que precedieron a ésta:
- la esclavitud,
- los huracanes,
- la dictadura,
- las invasiones coloniales,
- la inestabilidad política y
- las injusticias y diferencias sociales- no vuelvan a repetirse.

El terremoto se produjo el martes día 10, sobre las 22.30 -hora española-. Y los primeros efectivos especializados en detectar y extraer heridos aplastados por los escombros llegaron a Puerto Príncipe el jueves por la noche, casi 60 horas después de la tragedia.
Los primeros equipos médicos que llegaron a Haití no disponían de los medicamentos y los instrumentos más elementales para abordar los más eficaces remedios de urgencia. Y el viernes por la noche los supervivientes de la tragedia se peleaban por un trozo de pan o un vaso de agua que entre Francia, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos y España no fueron capaces de suministrar.
Todos los expertos saben que cada hora que transcurre sin que operen los servicios especializados de salvamento disminuye en proporciones geométricas la posibilidad de salvar vidas. Y es una práctica aceptada que a partir de las 90 horas la supervivencia es un milagro, y se pierden menos vidas fumigándolo todo y metiendo a desescombrar la maquinaria pesada que manteniendo los protocolos de extracción que se pueden utilizar durante los tres primeros días.
Y eso quiere decir que
- algunas docenas de miles de haitianos murieron porque no se pudo llegar a tiempo, y
- porque la agilidad con la que puede moverse la maquinaria de guerra no tiene nada que ver con las formas de moverse la maquinaria de paz.
De la misma manera que hay una agencia internacional para la cultura, para los alimentos o para el desarme nuclear, también tiene que haber
- una agencia para luchar contra las grandes catástrofes naturales,
- cuya misión
debe ser el almacenamiento y gestión de los recursos que han de moverse en las primeras 36 horas.
Y para esto no valen
- los sistemas voluntarios de cooperación,
- ni las movilizaciones casi siempre generosas que se inician después de la tragedia y que nunca consiguen despegar antes de las 48 horas.
- Las actividades de rescate en los terremotos tienen que estar organizadas sobre el mundo de forma estable, como lo están los bomberos,
- con bases y personal entrenado para llegar en pocas horas con sus perros, sus máquinas, sus médicos y vendajes y con agua y alimentos
- que impiden la muerte o la revuelta de los vivos.
- Otras cosas pueden llegar más tarde sin que su eficacia disminuya de forma tan dramática,
- pero tienen que estar movidas por la ONU,
- pagadas con impuestos por los que podemos hacerlo, y
- ser aplicadas con eficacia durante las primeras 72 horas.
De momento los países ricos se contentan con hacer -y narrar para sí mismos y para sus televisiones- movimientos solidarios y singularmente heroicos.
Pero ese heroísmo emocionante no puede ocultarnos la triste realidad de la ineficiencia terrible y culpable con la que se mueven -y en buena parte se dilapidan- nuestros recursos.
Nuestra paradójica escala de valores hace que los mismos países que mantienen estables y costosos operativos para salvar una docena de pinos amenazados por un incendio veraniego, necesitan reclutar y formar aceleradamente los operativos que podrían salvar cien mil personas en un terremoto. Y por eso se hace necesario recordar -ahora que estamos calientes- que no sólo Haití, sino también los recientes terremotos de Irán, Turquía, Perú, Pakistán y el tsunami de sureste asiático, están demostrando que,
- bajo un enorme ceremonial de solidaridad,
- se esconde una trágica y asesina incapacidad
- para hacer frente a tragedias tan grandes, tan graves y tan periódicas como son los terremotos.

Xosé Luis Barreiro Rivas - "DEIA" - Bilbao - 22-1-2010

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