domingo, 1 de marzo de 2009

Fascismos de izquierdas

Liberales
EL espectro que hoy recorre España no es, con todo lo dicho, el del fascismo, que requiere
- amplios movimientos de masas, o sea,
- un proletariado sometido a disciplina militar
,
como el que Lenin heredó de los ejércitos zaristas y los totalitarismos de todo signo se empeñaron en copiar entre las dos guerras mundiales.
El modelo se ha vuelto imposible, según admite Jonah Goldberg en su reciente Liberal Fascism (Penguin Books, 2007), cuyo título debe traducirse, habida cuenta del sentido de «liberal» en el inglés de América, por «fascismo de izquierdas».
Goldberg parte del abuso del término «fascista» por la izquierda contemporánea para desacreditar todo lo que le fastidia, y le contrapone un fino análisis de las políticas progresistas americanas, desde el New Deal hasta la canonización de lo políticamente correcto, demostrando su parentesco profundo con los fascismos históricos, pero reconoce que falta en el cuadro lo que permitiría hablar de reproducción fiel: la movilización paramilitar.
El ensayo de Goldberg, tan riguroso como ameno, demuestra asimismo honestidad intelectual cuando se niega a emplear contra la izquierda la misma retórica de la agresión de que ésta hace gala, limitándose a ponerle delante un espejo remoto.
El fascismo implica ethos bélico y culto a los mártires. Algo de eso hubo todavía en la socialdemocracia de la época de la Gran Guerra, que votó en los parlamentos europeos los presupuestos del rearme, y, sobra decirlo, en los muy militares partidos comunistas.
Es evidente que la actual cultura política del "progresismo" excluye las marchas al compás de la Internacional y los choques frontales. Por eso resulta menos perceptible el despliegue de sus proyectos totalitarios, que procede mediante una demolición silenciosa, blandengue y administrativa de los contrafuertes de la libertad.
Pero hay quienes lo notan. Unos, como Antonio Elorza, en El País del viernes, hablan de
- derivas autoritarias,
- democracia en peligro y
- necesidad de resistencia.
La figura que propone para nombrar al espectro es arcaica, aunque aceptable: el «señor permanente», imagen del poder absoluto que comenzó a emerger en Europa allá por el siglo XIII.
Otra cosa es que Elorza se haga un lío con sus avatares posmodernos, que cree descubrir en Chávez y Berlusconi, por no buscarlos más lejos todavía, pero el diagnóstico de fondo se sostiene: «... ese señor permanente, aun cuando subsistan las instituciones democráticas, dispondrá de los medios para someter el funcionamiento de las mismas a su voluntad, desfigurándolas».
Más exacto y cercano parece el dictamen de Olegario González de Cardedal, el mismo día, en la Tercera de ABC: «No hay un modelo de ciudadanía que el Estado o el gobierno tengan el derecho de imponer y a partir del cual juzgar y valorar a los miembros de la sociedad. Ésa fue siempre la pretensión del absolutismo».
Porque de eso, en efecto, se trata. De absolutismo, una categoría que pasó de la historia al pensamiento político liberal como sustrato común de toda forma de tiranía. El liberalismo no es ni ha sido más que antiabsolutismo.
Lo que, por otra parte, bien sabía Benedetto Croce, cuando escribió, en 1938:
- «Los antiguos regímenes absolutos proveían a sus escuelas de librillos edificantes;
- los regímenes semejantes de hoy los imitan y encuentran plumas dóciles a la tarea (...).
- Los regímenes libres no cuidan o desdeñan lo que se llama, sin serlo, educación, y a la que corresponde mejor el nombre de amaestramiento, como el que se practica con caballos, perros y otros animales».
Es decir, Educación para la Zoología.

JON JUARISTI - "ABC" - Madrid - 1-Mar-2009

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