viernes, 9 de abril de 2010

La cultura de los políticos

Cuando falta una visión amplia, prosperan el sectarismo y el maniqueismo.

- Una cosa es la cultura;
- otra, la cultura de los políticos.
- Y muy otra cosa aún, la incidencia que la cultura o la incultura de los políticos tiene sobre su concepción de
- el poder,
- la sociedad y
- la historia.
Comencemos por desbaratar un malentendido usual. Creer que demandarle cultura a un político implica que, en su desempeño, deba evidenciar familiaridad con el arte, la ciencia o la filosofía es un despropósito lindante con la estupidez.
Aspirar, en cambio, a que, en el ejercicio de su tarea y en su visión de las cosas, ponga de manifiesto hasta qué punto sus ideas y su proceder encuentran inspiración en lecturas bien meditadas que
- no sólo provienen de su campo profesional y
- de la información periodística,
- sí me parece un hecho relevante.
Dígase, de paso, que la presunción más que extendida de que el político, a diferencia del intelectual, es alguien
- realista,
- impermeable al canto de las sirenas de la teoría y
- al goce de la reflexión
supone que la cultura no presta servicio alguno para obrar con acierto en la vida cotidiana
.
O, peor todavía, que ésta no exige ninguna sutileza conceptual por parte de quien la habita.
Nada revela menos sentido común que dar por válida semejante tontería.
La realidad, al menos para nuestra especie, no es otra cosa, primeramente, que una trama de símbolos.

Quien no lo advierta, o lo niegue, ignora dónde está, por más que se aferre a las cosas con ambas manos. Más tarde o más temprano, la anemia conceptual en los políticos suele ser fatal, no sólo para ellos, sino también para las comunidades que ellos tienen el deber de conocer, si de veras las quieren representar promoviendo su desarrollo.
No ver o negarse a ver lo que salta a los ojos es empezar a escribir el certificado de defunción del propio protagonismo.
Nada debilita más la necesaria estabilidad que se requiere para que una sociedad se desenvuelva con acierto que la diaria inseguridad que pueda conmover sus presupuestos indispensables.
Son tres, entre nosotros, las fuentes centrales donde busca sustento esa inseguridad:
- el delito creciente,
- la creciente inflación y
- la pobreza multiplicada.
Juntas
corroen el presente y desdibujan el porvenir.
Juntas imponen el temor y la necesidad de vivir en perpetua y extenuante vigilia.
Juntas minan el valor de la moneda y el trabajo.
Juntas, en suma, reducen el sentido de la existencia a una lucha degradante y casi siempre estéril por la autopreservación.

- ¿Qué implica todo esto?
Implica que
- la decadencia ha contaminado a la comunidad y
- la política ha dejado de prestar los servicios que le corresponden.
Sería injusto sostener que el bastardeo de las palabras y la credibilidad de las instituciones es obra exclusiva del gobierno anterior y del que está en curso. Injusto e insensato.
Sin subestimar en nada el caudaloso aporte efectuado por ambos a esta empresa de demolición, hay que reconocer que su puesta en marcha tuvo lugar antes de ellos y que conviene no excederse en la esperanza de que entrará en receso después de ellos.
Una comunidad "políticamente contaminada" es aquella que se ve forzada a enajenar su atención y sus aspiraciones de crecimiento en favor de las frustraciones que le impone la ineficiencia del Estado.
En un contexto semejante, hay escaso o nulo espacio para las demandas que provienen de la propia subjetividad.
Es inevitable, en tal caso, que la comunidad deba posponer lo que a sus miembros pueda importarles más íntimamente en aras de lo que, a fuerza de desaciertos, se le obliga a tener en cuenta.
- ¿De qué otro modo podría ser allí donde la brutal hipoteca que pesa sobre la vida cotidiana absorbe casi por completo todas las energías?
Acaso valga aclarar, sin más demora, que por cultura no entiendo conocimiento. Todo especialista, sea el que fuere, dispone de conocimiento. Pero ello no significa que cuenta con cultura. Es decir:
- El conocimiento habilita para el desempeño de una labor profesional.
- La cultura se pone de manifiesto en los juicios y valoraciones que permiten inscribir el conocimiento y su práctica en un marco de sentido que rebasa la apreciación estrictamente profesional o especializada para remitirlos a un horizonte social más abarcador.
En él, lo distintivo son las interdependencias y la variedad de perspectivas que dan forma a
- un criterio transdisciplinario y
- una visión de conjunto
con la que el especialista no cuenta.
En una palabra:
- no se es culto porque se es pintor o político.
- Pero es posible ser un pintor o un político culto.
Una cultura cabal ayuda a eludir la tentación de las generalizaciones propensas a desconocer los matices donde abundan y lo complejo donde es frecuente. No hay mejor antídoto contra los reduccionismos y los planteos esquemáticos que una conciencia fortalecida por la cultura.
Donde prosperan el sectarismo y la pasión maniquea puede tenerse por seguro que falta cultura.
Las dirigencias incultas han contribuido profusamente a inscribir el país en el rumbo de los desaciertos repetitivos. Pero acaso su más nefasta contribución haya sido la de inculcar en el ánimo de la gente la trágica convicción de que es posible progresar sin cultura, confundiendo el logro económico con la idoneidad cívica.
Si mostrarse insensible a la política es un signo de alienación más que considerable, restringir el interés por las manifestaciones de la vida a su innegable importancia no lo es menos.
Al igual que cualquier otra forma de reduccionismo, la política, cuando aspira a serlo todo o presume que lo es, pone de manifiesto una marcada pobreza perceptiva y compromete su buen desempeño, incluso en el campo donde se la quiere aplicar.
No hablemos ya de las estrategias totalitarias, sean ellas del signo que fueren. Ya se sabe que no buscan otra cosa que vaciar el espíritu individual y las expresiones colectivas de cualquier otro contenido que no sea el de la sumisión a las propias consignas.
Lo más inquietante es que aun en los regímenes democráticos se advierten, con frecuencia, estos síntomas de estrechez. Por eso, si esta miopía es penosa en cualquiera, en nadie lo es tanto, por los riesgos que encierra, como en quienes se han constituido o quisieran constituirse en nuestros representantes.
Ciertamente, en todo hay excepciones y en este orden tampoco faltan. Tengo presentes, por mi parte, con la nitidez que la emoción imprime a ciertos recuerdos, dos encuentros personales con Julio María Sanguinetti en los que su pensamiento despertó mi admiración.
En ellos supo enlazar con maestría ciertos rasgos de la pintura rioplatense con algunas características relevantes de nuestras sociedades y con el curso por ellas seguido en su marcha política.
No menos me deslumbró, en otra ocasión, Fernando Henrique Cardoso cuando puso en juego su formidable formación sociológica e histórica en el análisis que le solicité sobre las alternativas internacionales a las que debía enfrentarse Brasil a principios del siglo XXI.
Muy lejos está todo esto de una hueca exhibición de musculatura enciclopédica. Nada tiene que ver con un mero barniz con el que cautivar a devotos comensales o a un público selecto. Se trata, en cambio, de algo sustancial, desde el momento en que se admite que el poder político se ejerce, siempre, en consonancia con los recursos que brinda la formación de que se dispone. Es esta misma clarividencia la que permite no olvidar que, en
- un país debilitado como el nuestro por
- instituciones menoscabadas y
- liderazgos inescrupulosos,
- es indispensable dar batalla, mediante los recursos de que aún dispone la ley,
- al derrumbe normativo y
- al trato perverso que reciben las necesidades básicas de la población.
La lucha contra este repertorio de males sustantivos sólo puede ordenarse y cumplirse si los pasos que le den forma se inscriben en un proyecto de nación que trascienda y por eso abarque todos estos problemas en un haz de nociones y propósitos interdependientes.
Es aquí, en lo atinente a este concepto generoso de nación, donde se pone en juego de manera decisiva la cultura de los políticos.
Aquí, donde
- Salamanca bien puede compensar
- "lo que natura non da".
Santiago Kovadloff - "La Nación" - Buenos Aires - 9-Abr-2010

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