lunes, 20 de octubre de 2008

Recordando a Montesquieu

Antes de insistir en la teoría de la separación de poderes, el barón de Montesquieu había descubierto que
- los buenos Gobiernos -estables, sólidos y eficientes
- no lo son por el hecho de estar presididos o integrados por personas geniales y virtuosas,
- sino por disponer de un sistema institucional que orienta y controla sus decisiones, y
- permite obtener grandes resultados a base de gente corriente.

Y de ahí deduzco que, puesto que los genios son muy pocos, y no siempre virtuosos, es preferible intentar que las instituciones gobiernen el mundo antes que seguir fiándonos de los genios.
Pero la suerte no nos acompaña. Porque, si analizamos la crónica de Camp David, veremos que los líderes de la UE siguen creyendo que Europa existe y funciona por ellos, y no por las instituciones.

Y por eso se trasladan a los Estados Unidos para halagar al peor presidente que tuvo América, para convertir el problema en solución, y para hacer algunos arreglitos circunstanciales a favor de los más ricos.
Para refundar el capitalismo, en una fiebre de reformas poco meditadas que suenan a huida hacia adelante, no se va a reunir ni la ONU, ni el FMI, ni el BM, ni la UE, ni la OMC ni un Concilio, ni ningún órgano internacional reconocido. Se van a reunir unos pocos, que si a Bush le apetece serán más, y si no serán menos, y que, solo si a Bush no le molesta, podrá incluir a Zapatero, o sustituirlo por el presidente polaco.
Muchos de los que se reúnen son los verdaderos culpables de este bochorno general, y han demostrado una enorme incapacidad y negligencia a la hora de vigilar el sistema.

Pero son ellos -subespecie G-8, o G-veintitantos, o grandes economías, o ¡sabe Dios!- los que se arrogan la autoridad para decidir en nombre de nada ni de nadie, e imponer sus conclusiones a todos.
Es la huida de la política para refugiarse en el elitismo, el paternalismo y la rapiña de guante blanco.

Es negar el primer principio de la democracia -saber qué institución nos gobierna y con qué legitimidad lo hace- para echarnos en brazos de un club de influyentes.
Y es decirnos a voces que, si el carro vuelve a andar, nadie nos va a librar de reproducir el ciclo especulativo que ahora nos ahoga.
¿Qué controles se van a poner para sustituir a los que fallaron?
¿Qué sentido tiene la libre competencia si los controles, las informaciones y los rating se ejercen en régimen de monopolio?
La globalización económica sin globalización política es un suicidio
. Pero, mientras a los grandes les conviene confundir su rancio club de intereses con el gobierno del mundo, a los pequeños solo les preocupa crecer rápido para colarse en el club de los grandes.

Es lo que se llama correr en círculo cerrado.
Xosé Luis Barreiro Rivas - "La Voz de Galicia" - Santiago de Compostela - 20-Oct-2008

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