martes, 26 de mayo de 2009

Vasco, español, europeo... ¿Qué soy yo?

SI el fenómeno de la mundialización trae aparejados cambios indudables en nuestras sociedades, no es menos cierto que también está provocando, no me atrevo a asegurar que sea únicamente por reacción, "el resurgimiento "de identidades y movimientos regionalistas o nacionalistas que "evocan y reivindican lo local contra lo global".

Yo, como vasco, ciudadano español y con simpatías declaradas por una identidad europea; me siento aturdido, confuso y profundamente preocupado por los acontecimientos que se están produciendo (desde hace mucho tiempo, demasiado ya) en este mi país.
Deliberadamente me niego a concretar "el Volkegeist" de Hegel, similar al "Espíritu general de la Nación" de Montesquieu, al que me refiero, pues deseo que permanezca abierto a su posible dimensión vasca, española y europea, entendidas éstas como interrelacionadas y en continuo contacto y enriquecimiento.
Si en el presente artículo pretendo reflexionar sobre los actuales sentimientos de identidad que conviven entre nosotros, bueno sería entonces que comenzáramos por plantearnos cómo se ha realizado la construcción de la españolidad dentro de la creación del estado-nación que hoy conocemos, palabra cuestionada por algunos, como España.
También, y no es menos importante, hemos de trazar, desde la transversalidad, una vista panorámica de los fenómenos nacionalistas o prenacionalistas que acompañaron y acompañan hoy en día la génesis del Estado, fundamentalmente en el siglo XIX.
Si queremos comenzar con rigor, es necesario definir qué entendemos por "nacionalización".
Borja Riquer i Permanger la define como: "El complejo proceso social por el cual diferentes colectivos acaban aceptando, de forma más o menos explícita, una nueva conciencia de pertenencia a una comunidad definida ya como nación".
Este proceso, en el contexto de la modernidad, no ha sido exactamente igual después de las revoluciones liberales. La creación
de los Estados modernos, ha sido gestada de diferente forma en Francia, Inglaterra, Alemania, España o Estados Unidos.
Carl Schmitt señalaba "al Estado liberal como la versión secularizada del orden divino", por lo tanto la idea de democracia ha de ser casi religiosa.
Quizás en la secularizacion este la clave de la diferencia entre España y el resto de países de occidente.
Francia era un país católico, antes de afrontar su proceso de secularización y fueron las sucesivas revoluciones sociales las que hicieron grande a la revolución de 1789.
Cuando Rousseau predicaba la reciprocidad y la solidaridad social como una religión, estaba reinventando una nueva versión secularizada y liberal del "amaos los unos a los otros".
Este proceso secularizador se dio también en Inglaterra, Estados Unidos... pero no en España, donde el catolicismo relacionado con las estructuras de poder, perdura, de forma casi ininterrumpida, hasta el siglo XX.
En todos ellos, mediante "la instrucción pública", es decir, mediante la labor de la escuela, se introducen los valores de la ilustración fundamentalmente a través de un importante esfuerzo escola
rizador.
La escuela crea conciencia de nación
, fabrica a los nuevos ciudadanos. Esto no se dio en España, mucho menos en el nuevo Estado liberal del siglo XIX. Sí se intentó crear patriotismo, pero el régimen liberal español del mencionado siglo fracasó en su intento de interiorizarlo socialmente.
El Estado español se mostró realmente ineficaz a la hora de imponer una real unificación lingüística, cultural y económica. Las arcas del Estado estaban tan vacías que no podían ni proporcionar el sueldo a los maestros y la escuela , elemento primordial al nacionalizar a los futuros ciudadanos, era inexistente en muchos sitios donde la iglesia tomaba cartas en el asunto.
Salvo en el caso de la llamada Guerra de la Independencia, que precisamente se dio contra quienes nos querían traer los aires nuevos de Europa, el siglo XIX español no tuvo contiendas de agresión exterior que aglutinaran el sentimiento patrio de la población.
La unificación nacionalizante había funcionado mal porque no existía un auténtico liderazgo nacional burgués con capacidad de generar una amplia cohesión social y la clase política dominante en España se ocupó tan sólo de centralizar poder y de mandar.
Mientras en Francia, como afirma Eugen Weber, la nacionalización de los campesinos franceses se basó en la acción al unísono de estos factores:
- reclutamiento militar,
- escolarización,
- colonización cultural y
- mejora de las comunicaciones;
en España su influencia fue poca o insuficiente.
Ante este panorama, no es de extrañar que después de la abolición foral de 1876, en muchos ciudadanos vascos van a cobrar carta de naturaleza ciertos sentimientos de agresión y pérdida de identidad.
El vasquismo, el catalanismo, el galleguismo... van a ser movimientos, en clara consonancia con el romanticismo antiliberal de la época, que reivindiquen su presencia contra el otro, en este caso una representación del Estado que se les antoja torpe, ineficaz, corrupta e innecesaria para ellos. Como afirma José Mª Jover, en la España del siglo XIX se dio más la revolución política que la administrativa; y si algo caracterizó al reinado de Isabel II fue precisamente el desastre más absoluto en términos económicos y de administración.
Se podría afirmar, por lo tanto, que el éxito del vasquismo, catalanismo, galleguismo, andalucismo, etc... no sólo ha de ser tenido en cuenta como un signo defensivo de reafirmación de la propia identidad, sino también una respuesta social ofensiva a la ausencia de un proyecto español realmente cohesionador y modernizador.
En la actualidad, el andamiaje sobre el que se sustentan las sociedades modernas, los Estados en definitiva, se está viendo afectado por nuevos fenómenos como son
- la mundialización,
- las migraciones y
- la multiculturalidad.
Fruto de estas nuevas realidades, surgen nuevos conflictos y dinámicas.
Así, cada vez más minorías étnicas, nacionales, lingüísticas o religiosas piden les sean reconocidos sus derechos. Pero existen tradicionales objeciones liberales al reconocimiento de estos derechos colectivos, además de entusiastas apoyos.
"El reconocimiento de los derechos de las minorías lleva consigo unos riesgos obvios. Los nazis -y también los defensores de la segregación racial y el apartheid- hicieron uso y abuso del lenguaje de los derechos de las minorías.
De ahí que una teoría de los derechos de las minorías deba explicar cómo coexisten los derechos de éstas y los derechos humanos". (Will Kymlicka)
Esta voluntad de reconocimiento en el caso vasco, a pesar de que obedece a un deseo claro de conservar una identidad amenazada (cuando menos desde la Jena vasca, es decir desde la abolición foral en 1876) o que se percibe por una parte importante de la sociedad como en peligro; puede obedecer también, al igual que ocurre con todo el planeta, a una reacción contra las nuevas agresiones que representan, en el imaginario de muchos ciudadanos, el fenómeno de la inmigración y la realidad multicultural (¿se desea de verdad interculturalidad?) de nuestras futuras sociedades.
Observamos con miedo, seguro que por desconocimiento etnocéntrico, los cambios exógenos y no nos detenemos a mirar, siquiera un poco, en el interior de nuestra sociedad.
Rousseau defendía el "nacionalismo político" definiendo nación como una manera de incorporar al individuo. Respetando siempre la libertad innegable de éste, Herder representaba un nacionalismo más cultural que define nación como comunidad, como una gran familia.
Montesquieu, sin embargo, no define claramente nación. Este concepto es para él impreciso. Todo nacionalismo desaparecería con el cosmopolitismo.
La realidad cercana me hace pensar, quizá debiera utilizar me hace teme, que las tesis de Herder van tomando forma ahora en el siglo XXI, cuando nos dice: "El Estado más natural es, por tanto, un Estado compuesto por un único pueblo con un único carácter nacional".
Pienso que hay más de uno (tanto en el campo político, como en otros campos sociales) dedicado en cuerpo y alma a desarrollar una única lengua y una única cultura. Un patrón homogeneizador altamente peligroso.
Si el desarrollo del nacionalismo moderno surgió en la Europa del siglo XIX y fue resultado de la revolución francesa y del Romanticismo, parece que aquí estamos dispuestos a proseguir con la idea carlista de regreso a la situación anterior a 1876 y de nuevo al Dios y leyes viejas. Jaungoikoa ta lege zaharra!
Si la ilustración condenó los mitos populares como algo supersticioso, los románticos los veneraron y veneran. Y es entonces cuando pueden surgir movimientos identitarios esencialistas, no me refiero al nacionalismo moderado, que tanto preocupan y tan bien define Amin Maalouf en su libro Identidades asesinas: Hoy, en mi país, se habla sobre estos fenómenos que cuestionan profundamente la validez actual del estado-nación.
Esto, en principio, está bien o cuando menos es legítimo, pero no deja de ser preocupante si se apoya en fundamentos de tipo étnico, en argumentos que aluden al nativismo vasco más que a bases de carácter cívico. En la historia reciente del Viejo Continente tenemos ejemplos cercanos de guerras de identidad. El conflicto de la ex Yugoslavia se me antoja no como un choque de civilizaciones en el sentido de S. Huntington, "sino como un choque de identidades".
Pertenencias esencialmente bosnias, servias, croatas, etc... que, y esto es lo más dramático, después de siglos de mestizaje no podríamos definir como puras sino como mestizas.
¿Dónde ubicar el mestizaje durante el conflicto que anegó en sangre los Balcanes? Ésta fue, sin duda, una de las mayores tragedias de esta guerra.
Miles de personas desarraigadas por motivos étnicos que no pueden encontrar arraigo en la democracia que menciona Marramow,democracia como lugar común del desarraigo, pues los nuevos Estados se crean
- sobre supuestos nacionales étnicos y
- no sobre la libertad individual y el concepto liberal que emanó en Francia durante la revolución de 1789.
Si algo me da miedo es el pensar que esto puede reproducirse en nuestra Euskadi. Que cegados por difusos orígenes ancestrales nos carguemos de un plumazo todo lo que la ciudadanía democrática, todo lo que el espíritu liberal desde la creación de los estados-nación ha dejado en nuestras vidas.
Dice Maalouf: "...creo en determinados valores que resumiré en uno solo: la dignidad del ser humano. El resto no son más que mitologías o esperanzas".
Puedo decir que me siento mucho más cerca de Maalouf que de cientos de mis conciudadanos alineados hoy en día tras lo que se define como abertzale o patriota.
Con Maalouf puedo hacer alarde de mis múltiples identidades: vasco, español, europeo. Sin embargo, con muchos de mis paisanos he de amputar algo de mí, para presentarme con sólo una, la verdadera, la buena, la políticamente correcta entre nosotros, la que se pierde en los albores de la historia... sólo con mi identidad vasca.
Siento tristeza, pues tras una mutilación, por muchos años, a veces durante el resto de la vida, uno siente presente, vivo y dolorido el miembro amputado.
Jesús Prieto Mendaza - Antropologo - "DEIA" - Bilbao - 26-May-2009

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