viernes, 14 de agosto de 2009

¿Del lado de quién está Brasil?

Es hora de que el Presidente Lula da Silva defienda la democracia en vez de abrazar a los autócratas.

Éste es un gran momento para ser brasileño, y en especial para ser Luiz Inácio Lula da Silva, el Presidente del país.
Después de ser por largo tiempo el gigante de América Latina con un bajo rendimiento crónico, Brasil figura ahora en todas las listas de los pocos lugares nuevos que importan en el siglo XXI.
Parece que ninguna reunión internacional, ya sea para analizar la reforma financiera o el cambio climático, está completa sin Lula, un ex obrero y líder sindical cuya afabilidad e instinto para la conciliación lo hacen tener amigos en todas partes.
- "Él es mi hombre", expresó Barack Obama en la cumbre del G20 en Londres;
- Fidel Castro lo llama "nuestro hermano Lula".
El nuevo predominio de Brasil es merecido. Proviene en gran parte del éxito de Lula y su predecesor, Fernando Henrique Cardoso, en

- estabilizar una economía disfuncional,
- introduciendo un crecimiento económico más rápido.

Hacia el 2050
Al ser ya una de las 10 economías más grandes, fue una de las últimas en entrar en recesión y ahora se ve como una de las primeras en salir de ésta.
Cuando Goldman Sachs la puso en la misma categoría con China, India y Rusia como las economías BRIC (por la inicial de cada país) y señaló que dominarían el mundo para 2050, hubo comentarios despreciativos que sostenían que Brasil no debía estar en esa agrupación poderosa.

Sin duda que la etiqueta de BRIC le hizo un favor de marketing a Brasil. Pero es ahora Rusia, con su economía deprimida, la que no encaja bien.
Por supuesto que Lula merece gran parte de los elogios que le han hecho. Al asumir en 2003, mostró valentía al persistir con políticas económicas responsables, mientras que ignoró las peticiones de su izquierdista Partido de los Trabajadores para que dejara de pagar la deuda.
Su instinto para la economía racional lo ha convertido de un proteccionista en un defensor del libre comercio.
Sus ambiciosas políticas sociales han contribuido a sacar a 13 millones de brasileños de la pobreza; las estigmatizantes desigualdades de ingreso se están estrechando firmemente.

A pesar de los índices de popularidad casi sobrenaturales, él se ha negado inteligentemente a cambiar la Constitución para postular a un tercer período.
El éxito en casa le ha dado oxígeno a la ambición de política exterior de Lula. Su Brasil quiere que lo vean como una gran potencia, como el líder de una América Latina unida mientras busca nuevas alianzas con otras potencias crecientes del "sur" global.

Gracias a su habilidad para contentar a todo el mundo, hasta ahora Brasil ha conseguido influencia sin verse agobiado por la responsabilidad.
Pero si mira más detenidamente, él corre el riesgo de dejar un legado desafortunadamente ambiguo. Sobre todo, Brasil tiene que decidir qué es lo que defiende y quiénes son sus amigos reales; o peligra que otros hagan esa elección por él.
Brasil es a primera vista el más "occidental" de los BRIC. A diferencia de China o Rusia, Brasil es una democracia en una región democrática. Pero los líderes brasileños a menudo han preferido ver a su país como una potencia "sureña", un líder del mundo en vías de desarrollo.
Bajo el gobierno de Lula, este prejuicio se ha solidificado. En cierta forma esto es bueno.

Lula tiene razón al pedir a las instituciones del mundo que adopten una nueva forma para que reflejen un equilibrio de poder cambiante.
Las exportaciones del país han encontrado nuevos mercados en Asia, África y Medio Oriente. Pero
¿Qué une realmente a estos países?
Para desazón de Brasil,
- China ayudó a bloquear su esfuerzo por conseguir un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, mientras que
- India hizo mucho por detener un acuerdo comercial.
Y el prejuicio sureño ha ido de la mano con más características negativas. En forma admirable para una posible gran potencia, Brasil renunció a las armas nucleares. Lo que no es tan admirable para un país que defiende el Tratado de No Proliferación Nuclear, se niega a firmar un protocolo de salvaguardas perfeccionado, rechazando que inspectores internacionales tengan acceso total a sus instalaciones nucleares civiles.
El gobierno de Lula también muestra una desatención desconcertante por la democracia y los DD.HH. más allá de sus fronteras. El canciller Celso Amorim sostiene que las condenas que han hecho los países ricos por los abusos en países pobres son sesgadas e ineficaces.

Los grupos de DD.HH. se quejan de que en la ONU Brasil se alinea con países como China y Cuba para proteger a regímenes abusivos.
Lula congratuló a Mahmoud Ahmadinejad por su victoria en las elecciones iraníes, las que fueron manipuladas, y comparó las protestas de la oposición con aquellas de los fanáticos del fútbol cuando su equipo ha perdido.
El primer viaje al extranjero de Ahmadinejad post investidura va a ser a Brasilia.
Obama ha pedido a su par brasileño que "utilice su influencia" para persuadir a su invitado de que ponga freno a su labor nuclear. Si Brasil asume un escaño rotatorio en el Consejo de Seguridad en enero, tal vez tenga que escoger si respalda sanciones más severas contra Irán.
En varias de estas posiciones hay un tácito rasgo anti Estados Unidos. Esto es lo más costoso para Brasil en América Latina. La influencia yanqui en la región está en relativa declinación, mientras que el predominio de China y otros está en aumento.

Si ahora existe el temor de una "nueva Guerra Fría" en la región, el hombre que amenaza iniciarla no es Obama sino uno de los amigos más problemáticos de Lula, Hugo Chávez.
Sí, Chávez fue elegido, pero muestra cada vez menos señas de estar preparado para abandonar el poder en las urnas y agita constantemente las tensiones en la región. Fue el temor a que el Presidente de Honduras estuviera convirtiendo su país en la más reciente ficha de dominó chavista lo que impulsó el extraviado golpe en ese país.
Ahora Chávez amenaza con una guerra contra Colombia porque está actualizando un acuerdo que otorga instalaciones en bases militares a EE.UU., el que está ayudando a combatir a las guerrillas de las FARC y a otros narcotraficantes.
Sólo un paranoico puede tomar esto como una amenaza para Venezuela. Sin embargo, Brasil optó por
- expresar su preocupación por las bases mientras
- permanecía silencioso con respecto a la acumulación de armas de Chávez y la clara evidencia de que su pueblo ha vendido armas a las FARC.
Nadie debería esperar que Brasil actúe como el alguacil de Estados Unidos. Pero es de su propio interés impedir una nueva Guerra Fría en la región.
La forma de hacerlo no es emplear un lenguaje equívoco entre demócratas y autócratas, como al parecer piensa Lula.

Sino avergonzar a Chávez trazando una línea clara, pública a favor de la democracia, el sistema que permitió que un tornero pobre llegara al poder y cambiara a Brasil.
¿Por qué otros países deberían merecer menos?

The Economist - "El Mercurio" - Sgo. de Chile - 14-Ago-2009

No hay comentarios: