miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿Amaremos a Zapatero?

Se requiere talento también para ser malo.
Es peor: un necio armado de una fe segura.
Lo peor. Lo peor de todo.


«LA intención de la neolengua
- no era sólo proveer un medio de expresión a la cosmovisión y hábitos mentales propios de los devotos del Partido,
- sino también imposibilitar otras formas de pensamiento.
Lo que se pretendía era que,
- una vez la neolengua adoptada definitivamente y
- olvidada la vieja lengua,
- cualquier pensamiento herético, es decir, un pensamiento divergente de sus principios,
- fuera literalmente impensable».
El Partido Único se llama Ingsoc, apócope de English Socialism, y neolengua es el" hallazgo literario" mediante el cual George Orwell da, a final de los años cuarenta, espejo al monstruo stalinista en su novela 1984.
La intuición de Orwell —que fue militante comunista hasta la guerra de España— deslumbra por su sencillez:
- aquello que diferencia al totalitarismo de todas las variedades de dictadura en
el siglo precedente es
- la capacidad de crear lenguaje e imponerlo
.
Porque
- los individuos no somos más que lo que las palabras hacen de nosotros.
- Quien manda sobre la gramática, manda sobre las conciencias.
Fue un hallazgo transversal a Hitler y Stalin. Y si Orwell y Koestler dieron su clave narrativa en lo que a la Unión Soviética se refiere, Victor Klemperer lo haría —él mediante clave filológica— en lo que da las grandes claves del nazismo:
- la forja de un habla, anatomizada en su LTI: La Lengua del Tercer Imperio.
Esa lengua que permitía la nazificación automática de los tan exquisitos, tan cultos, tan sabios colegas universitarios del profesor judío: «Ninguno era nazi», deja caer irónico acerca de esas gentes demasiado elegantes; «pero todos estaban intoxicados», por la lengua. No hay quien escape a eso.
- El proceder básico de la "neolengua orwelliana" está en
- la generación de lo que su autor llama un "doblepensar".
Lo que es lo mismo,
- el trastrueque del significado de las palabras,
- hasta hacerlas decir exactamente lo contrario de lo que dicen.
Cristaliza en fórmulas
cerradas, vistosas, fáciles de retener:
- «la ignorancia es la fuerza»,
- «la guerra es la paz»,
- «la libertad es la esclavitud»…
Al final, el disidente Winston torturado experimentará la dimensión de esa derrota del hombre sin palabra propia.
Y en los cuatro dedos que el torturador pone ante sus ojos, él verá lo que está mandado ver: cinco.
Y todo retorna al orden.
«Amaba al Gran Hermano»: es la frase que cierra la novela.
«La ignorancia es la fuerza», «la guerra es la paz», «la libertad es la esclavitud»…, «el paro es el trabajo».
Idéntica la estructura y función de los cuatro enunciados: suplantar la realidad.
Sólo que el cuarto de ellos no es del gran George Orwell en una de las novelas más imprescindibles y amargas del siglo XX.
Es del párvulo Zapatero. Que tal vez —estoy convencido de que es posible para su cerebro— ni siquiera haya sido cínico al formularla:
- se requiere cierta densidad neuronal para ser cínico.
Y que probablemente no ha experimentado siquiera el primordial placer sádico que debiera aportarle un tal escupitajo sobre el rostro de los millones de parados en el límite de la supervivencia:
- se requiere talento también para ser malo.
- Es peor: un necio armado de una fe segura. Lo peor. Lo peor de todo.
- ¿Acabaremos, como el pobre Winston de Orwell, amando a Zapatero?
GABRIEL ALBIAC - "ABC" - Madrid - 15-Sep-2010

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