Un buen gestor del ODIO
¿QUÉ es un profesional de la política? Un buen "gestor del odio".
Tan trivial era el gesto que ningún asistente se había apercibido. Tan insignificante era también su autor. Ya a media tarde, hubo de ser él mismo quien telefoneara a las redacciones:
- «¿Qué? ¿Qué os ha parecido lo que he hecho...?»
- Y, ¿qué diablos es lo que podría haber hecho aquel pesado "don Nadie"?,
se preguntaron, tras colgar, los requeridos.
Repaso de las fotos, por si acaso. Nadie que no sea del gremio puede imaginar la cifra de las que se hacen en el curso de un desfile.
Al fin, en una de esas que los fotógrafos tiran al azar de la ráfaga, aparece la tontada: el chico que sustituyó a Borrell tras levantarle la merienda a Bono, está sentado con cara de mala leche; todos, a su alrededor, de pie.
¡Bingo! Hay quien cambia la «primera», a toda prisa: ahí va la foto. Más por irrisión que por otra cosa. Un cateto, tenso en su silla mientras las tropas de un aliado pasan, no deja de ser un espectáculo.
Y José Luis Rodríguez Zapatero -que hasta ese día se llamaba Nadie- inicia su leyenda.
Madrid, 2010. 8 de mayo. Joe Biden ha pedido visitar el acuartelamiento de la Bripac, para «rendir tributo a los verdaderos guerreros» que van a combatir -a combatir- junto a los soldados estadounidenses en Afganistán. «Nuestros soldados en el campo de batalla, cuando pueden elegir quién les acompaña, lo hacen a favor de que sean unidades valientes como éstas».
Nada demasiado extraordinario: un vicepresidente americano, cuyo hijo ha combatido en Irak, arenga a soldados que combatirán al mismo enemigo en otro frente.
El presidente español habla luego: no a soldados; sí a imaginarios enfermeros y asistentes sociales que nadie ve por ninguna parte. El espectáculo podría ser regocijante. No tanto, si uno recuerda la reacción de ese presidente cada vez que un camarada de estos a los cuales tiene ante sí ha caído en el campo de batalla: ausencia. Regocijante, no. Electoral, sí. Y mucho.
Quienes reímos del infantilismo necio de aquel cateto que, en 2003, llamaba a media tarde a los periódicos para mendigar su foto de adolescente descortés en la primera página del día siguiente, nos equivocábamos.
No porque el de la suplicada foto fuera menos infantil o cateto de lo que parecía. Nos equivocábamos en lo esencial:
- no entendimos que infantilismo y catetez,
- sumadas a una impecable carencia de escrúpulos morales,
- son arma eficacísima en las manos de un frío profesional de la política;
- esto es, de un tipo que jamás se ha ganado ni se ganará la vida de otro modo
- que no sea engañando al contribuyente, ese pobre animal que vota, calla y paga.
No había sectarismo ideológico en el maleducado gesto de entonces. Como no hubo delirio -no sólo- en el discurso del sábado ante el vicepresidente Biden. Había -y hay- cálculo electoral. Bien medido.
La más irracional pulsión -y la más eficiente- del inconsciente político español es el antiamericanismo. Arranca del trauma que liga el ascenso estadounidense al naufragio de la última migaja del imperio español en 1898.
Y trasciende a ideologías: igual de antiestadounidense es, en España, la izquierda comunista que el franquismo.
La retórica de un Girón de Velasco y la de un Santiago Carrillo son, en eso -no sólo en eso-, intercambiables.
Que los Estados Unidos salvaran a Europa del irreversible reparto entre Hitler y Stalin, sólo refuerza ese odio.
Da votos. El rencor, digo. Puede que, de verdad, sea lo único que da votos en España.
Y hasta un necio puede entender eso.
Un necio sin escrúpulos.
Que apueste por administrar en su provecho el odio.
GABRIEL ALBIAC - ABC - Madrid - 10-May-2010
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