Soy consciente: el otoño puede ser tremendo
Cuando manden a sus casas a todos los contratados temporales de estos tres últimos meses, volveremos a temblar de miedo ante las cifras del paro.
Sin embargo, mientras el otoño llega, disfrutemos las alegrías del momento:
- llevamos tres meses consecutivos de creación de empleo;
- los parados registrados en el INEM bajan de los cuatro millones;
- el mes de junio ha sido el mejor de los últimos cinco años;
- además, por lo menos hasta la llegada del IVA, se vendieron bastante bien los coches y
hubo algún dato bueno por ahí que nadie se atreve a llamar «brote verde», porque
hay expresiones malditas.
Y aquí viene lo ácrata:
- todo lo bueno que ha ocurrido se ha producido al margen de las soluciones oficiales y
- de las previsiones de organismos e instituciones.
Los nuevos contratos se han firmado sin poner en marcha un Plan E.
- Mientras la clase política se recreaba en examinar el sexo de la reforma laboral y
- los partidos estrujaban su imaginación para definir su postura,
- unos cuantos cientos o miles de empresarios buscaban 83.834 personas en
el mercado para darles trabajo,
- a espaldas de los debates parlamentarios y las profecías de los expertos, y
- sin esperar ninguna novedad en las fórmulas de contratación ni en la cuantía del despido.
Que salga un miembro del Gobierno y diga
- Cuál de sus sabias medidas sacó a un solo ciudadano de las listas del paro.
- Que bajen de sus estadísticas y previsiones los grandes órganos colegiados y
- digan si han hecho otra cosa que asustar al inversor para que no cree una sola empresa y
- aterrorizar al ciudadano medio para que deje de comprar.
«O galego, cando di que morre, morre», reza el principio universal, y empiezo a pensar que a la economía le ocurre lo mismo:
- de tanto decirle que su enfermedad no tiene cura,
- los analistas, los políticos y los aficionados están consiguiendo que no salga de la uci o que se muera de verdad.
Quiero decir con estas anotaciones, posiblemente aberrantes, que
- la Sociedad tiene vida propia.
- Se mueve por estímulos que no se pueden controlar ni prever desde un despacho de ejecutivo
encorbatado en un rascacielos de Nueva York.
- Los grandes economistas sinceros confiesan que no saben qué ocurre.
- Los grandes personajes del momento no tienen ni idea de cómo arreglar esto,
como se demuestra en las sucesivas y estériles reuniones del G-8, del G-20 y de otros medios de estropear el mundo.
Han hecho más fotos que medidas, y las medidas han resultado inútiles.
Solo hay un experimento que no han hecho todavía:
- Dejar de asustar a la gente y permitir que la sociedad viva y respire con libertad.
Pero, claro:
- En ese momento dejarían de justificar su sueldo. Y la crisis sería para ellos
Fernando Ónega - "La Voz de Galicia" - Sgo. de Compostela - 3-Jul-2010
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