Profesor y alumno serán iguales.
Iguales, Einstein y Pajín o Zapatero.
Iguales todos. En la inepcia
HACE ya algunos años, un antiguo alumno mío, por entonces catedrático de enseñanza media, se vio amenazado de expediente académico.
Una denuncia de la asociación de padres de su instituto constataba
- la ausencia de «igualdad en el trato» mediante la cual el docente «humillaba»
a sus alumnos.
- El profesor tenía la fea costumbre de hablar de «usted» a aquellas tiernas criaturas.
Yo he hecho exactamente el mismo uso del trato que un día se llamó de cortesía con mis estudiantes en mis casi cuarenta años de docencia; por fortuna, a un catedrático de Universidad se le toleran ciertos anacronismos que se suponen ligados a su edad o extravagancia.
El expediente contra el profesor no prosperó. Hace veinte años, una denuncia así podía aún parecer pintoresca.
A partir de la aprobación de eso a lo cual la no muy letrada ministra Pajín llama una ley de «igualdad en el trato», un armario ropero y un atanor serán lo mismo.
Y quien cuestione su igualdad incurrirá en delito desigualitario.
A partir de ese día, los diccionarios podrán ser quemados en pública pira al buen estilo del Berlín de 1934.
- Destruir las sutilezas de la lengua es destruir lo humano: la desigualdad.
- Nadie es igual a nadie. Nada es igual a nada.
Platón hace nacer de esa desasosegante constancia la filosofía:
- ¿Cómo hablamos, cómo podemos hablar, si cada empírico objeto determinado es, bajo algún aspecto, necesariamente distinto de todos los demás que comparten con él nombre?,
- ¿Cómo podemos hablar de modo verosímil, si «lo igual se dice sólo de lo distinto»?
Nadie crea que los padres de la política moderna, los primeros teóricos de la democracia que en el último decenio del siglo XVIII erigieron la igualdad en soporte universal del ciudadano, ignoraban esta paradoja:
- que el de igualdad es un criterio formal, sólo unívocamente operativo en las
disciplinas formales
- cuyo modelo da la matemática—-de la geometría, en efecto, tomó su problematicidad Platón—;
- y que su uso analógico en los demás campos del lenguaje requiere minuciosas
cautelas y matices.
Si hablamos de política,
- lo que se juega en esas cautelas y esos matices es la libertad misma de los individuos.
La que dice a cualquiera en su sano juicio que
- un profesor no es igual a un alumno y
- que el trato entre ambos no es jamás un trato entre iguales.
Cuando la democracia nace, en 1789, el Abad de Sieyès se toma infinito cuidado en que la Asamblea Constituyente fundamente
- una sociedad de iguales… ante la ley.
Y en ese matiz —al cual se opondrá el utopismo igualitario de Babeuf—
- sabe que se juega la función misma de la democracia,
- a la cual define precisamente como sociedad en la cual la primacía de la ley
- a la cual se hallan sometidos por igual los desiguales,
- protege a los más débiles del abuso de los más fuertes.
Se acabó.
Si la ministra Pajín llega a tiempo de hacer ley firme su disparate,
- la base misma de la democracia en España habrá sido rota.
Suplida por ese principio totalitario que predica
- la identidad de todos, para mejor asentar el absoluto del único desigual: el Estado.
Y llamar a alguien de "usted" será -como lo fue en la Alemania nazi- delito.
Y
- profesor y alumno serán iguales.
- Iguales, Einstein y Pajín o Zapatero.
- Iguales todos. En la inepcia.
GABRIEL ALBIAC - "ABC" - Madrid - 19-Ene-2011
inepcia. - DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA 20a. edición
(Del lat. ineptĭa).
1. f. Cualidad de necio.
2. f. Dicho o hecho necio.
3. f. ineptitud.
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