sábado, 20 de marzo de 2010

Razón y tradición

Apelar a la razón humana como exclusiva fuente de la ordenación de la vida colectiva es un error.

Un reciente debate social ha rozado un tema clásico: la dialéctica razón-tradición.
No entro en su vertiente filosófica; me limito a contemplarlo desde su perspectiva jurídica y política.
Por tanto, sin discutir la afirmación que se ha hecho de que "la tradición no justifica nada", quisiera destacar la trascendencia histórica de la tradición.
- La tradición es un hábito social, y,
- cuando este hábito social tiene fuerza normativa,
- estamos ante la costumbre: Norma creada e impuesta por el uso social.
Y esta tradición, concretada en costumbres –las mores maiorum de los romanos–, ha sido la fuente por excelencia del derecho durante siglos, hasta que
- el monarca absoluto primero y
- el parlamento más tarde
- asumieron de forma plena la potestad normativa creadora –la facultad de dictar leyes–
desplazando
la costumbre a una posición subordinada pero aún operativa, como lo muestra la vigencia de los usos de comercio. Debe tenerse encuenta que
- la diferencia entre la costumbre y la ley justa no está en su esencia como norma jurídica,
ya que ambas son –deben ser– expresión de lo que la voluntad social dominante considera como más adecuado a lo conveniente en cada momento histórico.
- Su diferencia se halla en la forma como se producen, ya que mientras
- la costumbre surge del pueblo –de abajo arriba–,
- la ley es impuesta por un poder soberano –de arriba abajo–.
De lo que resulta, siendo esto así, que
- la contraposición entre la tradición –manifestada en costumbres– y
- la razón –expresada en leyes– tiene otro origen.
Éste se halla en la creencia de que
- la ordenación racional de la vida humana se inicia con la Ilustración,
- mediante leyes fruto de un pensamiento racional que hace tabla rasa de la atroz realidad preexistente,
- regida por costumbres irracionales.
En suma, el auténtico Adán –ser racional y no atávico– nació, según esta creencia, en el siglo XVIII.
- ¿Es así de simple?

Es cierto –como escribe Todorov– que con la Ilustración, por primera vez en la historia,
- los seres humanos deciden tomar las riendas de su destino y
- convertir el "bienestar de la humanidad" en objetivo último de sus actos.

Lo que debe guiar la vida de los hombres ya no es la autoridad del pasado, sino su proyecto de futuro:
- toda persona ha de aspirar a la felicidad –bienestar–
- en lugar de a la redención.
Lo que significa que
- No se debe confundir la tradición con un orden natural inmutable del mundo, cristalizado en las estructuras
del Antiguo Régimen.
No obstante, la innovación profunda que supone la Ilustración no está en la negación radical de la tradición,
- sino en el rechazo a atribuir a esta tradición, petrificada en un periodo determinado,
- el carácter de canon inmutable.
Y es que debe admitirse que el proceso de racionalización de la vida colectiva se inició con la aparición del ser humano sobre la tierra y ha avanzado –con altibajos pero sin solución de continuidad– hasta hoy.
Por ello, lo que de nuevo supuso la Ilustración, dentro de este proceso, fue la proclamación de tres ideas de incalculables consecuencias:
1- La autonomía personal
–primacía de las decisiones personales sobre las que vienen impuestas por una autoridad–;
2- La finalidad humana de nuestros actos –suceda lo que suceda después de la muerte, el hombre debe dar sentido a su existencia terrenal–; y
3- La universalidad de todo proyecto humano –todos los seres humanos, por el hecho de serlo, poseen derechos inalienables, lo que los hace irrevocablemente iguales.

No obstante, no hay avance o progreso en la historia humana que no genere a su vez riesgos antes desconocidos. Y así, el nuevo orden surgido de la Ilustración alumbró el peligro de lo que Alexis de Tocqueville denominó
- el "despotismo democrático", esto es, la implantación de "una democracia sin libertad", que es consecuencia de la tiranía de la mayoría: "de tal suerte –escribe Tocqueville– que, después de haber roto todas las trabas que antes le imponían clases u hombres, el espíritu humano se encadenaría estrechamente a las voluntades generales del mayor número".
Por esta razón, Tocqueville, que amaba sobre cualquier otra cosa la libertad de espíritu, afirma con desgarro:
- "En cuanto a mí, cuando siento la mano del poder pesar sobre mi frente, me importa poco quien me oprime, y no estoy mejor dispuesto a poner mi cabeza bajo el yugo porque un millón de brazos melo presenten".
Y busca solución a este problema, sin abjurar del ideal democrático, mediante
- la potenciación de las libertades locales –como antídoto a la tendencia centralizadora–,
- la defensa de las asociaciones –como contrapeso al poder–, y
- el respeto a la religión –como garantía de aquellas costumbres sin cuyo entramado no es posible la libertad–.

Después de lo sucedido en el mundo durante el siglo XX,
- apelar a la razón como exclusiva fuente de la ordenación de la vida colectiva
- es más que un delirio.
- Es un error.
El mismo error que cometieron –a babor y a estribor–
todos los intentos de constructivismo social que hemos padecido.
Pero no aprendemos. Así nos va.

Juan José López Burniol - "La Vanguardia" - Barcelona - 20-Mar-2010

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