jueves, 1 de abril de 2010

Liderazgos siglo XXI

Las ideas republicanas, sometidas a pruebas y a nuevas tensiones.

A punto de cumplir su primera década, el siglo XXI está adoptando el carácter de una centuria marcada por el conflicto cultural y religioso.
Hace cincuenta años, algunos intelectuales con mirada larga para comprender los procesos históricos -Raymond Aron, Daniel Bell, Seymour M. Lipset- esbozaron el pronóstico de un cercano crepúsculo de las ideologías que entonces disputaban la supremacía en el planeta.

Aron soñaba con que ese ocaso podría acunar un renacimiento plural de las ideas.
Cuando cayó el Muro de Berlín, hace ya más de veinte años, no faltaron autores que vaciaron esos pronósticos en el molde de una profecía:

- No habría más combate ideológico en el mundo -decían-, sino un benéfico apaciguamiento de las pasiones.
En realidad, lo que se fue decantando en estas dos décadas es
- un escenario multifacético, muchísimo más complejo,
- en el cual el renacimiento de las pasiones religiosas, en la clave de fundamentalismos,
- que no sólo se manifiestan en el mundo islámico,
- corre parejo con la persistencia de una variada gama de fórmulas autocráticas.
Este último aspecto revela que las formas de gobierno, más allá de los estremecedores ensayos del totalitarismo en el siglo XX, no cambian fácilmente.
A la vuelta de la crisis económica de 2008, la potencia que sobresale, frente a las dificultades de los Estados Unidos y la Unión Europea, es China.
- La opinión pública mundial aplaude los logros de este coloso;
- los países emergentes celebran su capacidad de demanda para mantener firme el precio de las commodities .
- Mientras tanto, muy pocos, o ninguno, son los gobiernos preocupados por la envoltura política de esa economía,
- que defiende a rajatabla

- la legitimidad del régimen de partido único y
- la restricción de las libertades políticas y culturales.
China es, pues, una autocracia de partido consentida
, con plena aceptación en la esfera internacional. En la medida en que esa potencia se porte bien y no rompa las reglas básicas de la coexistencia, no hay motivo, en comparación con otros conflictos, para inquietarse.
La paradoja
que surge de esta historia de veinte años, acelerada en el último bienio, es que
- las palmas de la victoria no recaen en las democracias, sino en una autocracia
- que ha sabido combinar
- la represión política con la dinámica del capitalismo y
- con la inversión extranjera directa.
Esta paradoja no deja de producir asombro, sobre todo en la perspectiva que ofrece el desarrollo actual de los liderazgos en el mundo occidental y, en particular, en América latina.
Aquí, el panorama es, como diría Octavio Paz, de "tiempo nublado".

En la Unión Europea, cuyos límites llegan hasta una Rusia postsoviética semejante en algunos aspectos a China, un clima crepuscular envuelve a la que posiblemente sea una de las creaciones políticas más notables de los últimos tiempos:
- el pausado desenvolvimiento de la integración económica y política
- a través de la deliberación y los consensos democráticos.
De no recuperarse, esta fatiga puede oscurecer el horizonte de las ideas republicanas.
Pese al proteccionismo agrícola que tantos perjuicios nos ha traído,
Europa es
- un espacio cosmopolita,
- republicano en el sentido de Kant,
- devoto de la paz y de las libertades,
- que debe encontrar un nuevo impulso,
- volver a la doctrina de los fundadores y
- pegar otro salto cualitativo que la conduzca
- de la integración monetaria a la coordinación de las políticas fiscales.
Para ello, hace falta afianzar el perfil de un liderazgo de reconstrucción institucional capaz de emular al que en su momento encarnaron Robert Schumann y Konrad Adenauer, François Mitterrand y Helmut Kohl.
El ejemplo de los liderazgos de reconstrucción institucional sirve para echar alguna luz sobre lo que pasa
- en los Estados Unidos y
- en América latina.

Reconstrucción
Es decir, la voluntad de reparar un edificio con fallas en su estructura a través de una ética reformista. Con sus más y sus menos, ésta ha sido la propuesta de Barack Obama en su año y medio de ejercicio de la presidencia.
Un proyecto, como sabemos, que se concentró en la reforma del sistema de salud.
Con modificaciones importantes, se ha logrado que el Congreso aprobara esta legislación.

Pero tal vez lo que importaría destacar aquí es la atmósfera de virulencia verbal que envolvió los debates. Obama fue y es acusado de lo peor:
- de tirano,
- de comunista,
- de anticristo,
- de musulmán infiltrado,
- de consciente saboteador de un ethos norteamericano,
basado en una visión extrema del individualismo que, además, se asienta en concepciones religiosas tan anacrónicas como militantes.
Esta conjunción de estilos se traduce en formaciones políticas (el Tea Party, por ejemplo, capitaneado por Sarah Palin) que tienen la particularidad de ser factores novedosos, con el dinamismo suficiente para erosionar el espacio de centro sobre el cual, desde larga data, convergieron los grandes partidos políticos de los Estados Unidos, el Demócrata y el Republicano.
Con alguna excepción importante como Alemania, la erosión de los partidos políticos es un dato que atraviesa, en son de alarma, el presente de las democracias.
Se habla de nuevas formas de representación e identidad:

- el problema es que esas formas no han cuajado aún en la praxis cívica y, lo que es más grave,
- en lugar de completar la obra de la democracia representativa no hacen, por ahora, más que socavarla.
Estas reflexiones sirven de preámbulo para una última reflexión en torno de América latina.
La buena noticia que surge de estos últimos años es que en nuestra región hay

- partidos y también
- liderazgos democráticos fuertes.
Mientras en otros continentes

- el prestigio de los partidos y sus líderes está cuestionado
- por los resultados de su acción y por la munición gruesa que disparan diversas facciones,
en muchos países de América latina (por citar los más cercanos, Chile, Brasil y Uruguay) los presidentes, masculinos o femeninos, vuelven a su casa rodeados por el afecto popular.
Si bien este reconocimiento tiene que ver con el excelente ciclo económico en que estamos inmersos, también alude al modo como en varios de nuestros países hemos aprendido la lección.
Por donde se los mire, estos liderazgos no han sido de ruptura sino de continuidad en el desarrollo institucional.
Liderazgos de síntesis más que de exclusión
: acaso ellos hayan asumido tácitamente el viejo dicho de Charles de Gaulle, aquel que sugería que,
- "En una república democrática, los verdaderos revolucionarios son los reformistas".
Valiosa enseñanza para derechas e izquierdas
.
En todo caso, no todas son flores, porque si hay un rasgo definitorio de nuestra circunstancia es

- la frontera que separa con nitidez la autocracia de la democracia.
Estas herencias, difíciles de doblegar, están revestidas con nuevos lenguajes. Adoptan, en efecto, lemas antaño convocantes y los usan como ariete para disputar la hegemonía con nuevos enemigos, reales o inventados.
Todo ello instalado sobre una legitimidad democrática de origen que se emplea para fraguar un ejercicio de la autoridad presidencial opuesto a las exigencias derivadas de los principios de limitación del poder.
Venezuela hace punta en esta querella, mientras la Argentina oscila entre uno y otro modelo.

Pronóstico razonablemente optimista
-
En América latina la regla predominante está del lado de las democracias representativas con talante republicano;
- las excepciones están en la vereda de enfrente.
- Sería hora de que los argentinos nos sumemos con liderazgos constructivos a ese caudal de experiencias.

Natalio R. Botana - "La Nación" - Buenos Aires - 1-Abr-2010

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