miércoles, 1 de diciembre de 2010

La jerga del mercado

Hemos dado por inventar un fantasma de rostro enmascarado y maldad perfecta: «los mercados»

«YO mismo de mi mal ministro siendo». Releo a Francisco de Aldana.
De algún modo tiene uno que consolarse de la ruda realidad para cuyo acecho no hay ya demasiado refugio.
Europa se desmorona, con la pausada perseverancia del terrón de azúcar en la taza de té.
Y el prodigio de

- haber vivido décadas por encima de las propias posibilidades muestra
su envés.
- Lo habéis llamado "milagro", y era sólo deuda.
No hay un duro en el bolsillo.
- Lo habéis llamado euro, pero su "nombre es quiebra".
Grecia, Irlanda ya; dentro de nada, Portugal, España, de inmediato Italia…
Si a alguien le quedan ganas de seguir repitiendo Europa como quien invoca un tantra, mejor cortarle una camisa de fuerza a la medida.
- Esto se acabó, muchachos. Es el fin de la partida.
Ahora toca
- inventarse excusas de malos perdedores.
- Buscarle en la memoria cartas trucadas al tahúr contra el cual jugamos.
Todo, con tal de no afrontar lo más sencillo:
- que jugamos mal,
- que de todo cuanto nos sucede nosotros pusimos las causas, y
- que la única sorpresa ha sido el momento preciso en el cual nos
fue reclamado el pago.
Ingenuos de nosotros, confiábamos en morirnos antes que eso llegase.
Porque
- saber que el Continente producía poco y caro,
- saber que su economía dejó de ser rentable hace decenios,
- eso lo sabíamos todos.
- ¿Redujimos nuestro tren de vida?
- ¿Produjimos más?
Una cosa y otra
- nos parecían vulgaridades propias de piojosos del tercer mundo.
Y hasta nos permitimos la señoriaarrogancia del traernos a casa
- un buen puñado de esos "muertos de hambre" para hacer
nuestros "trabajos sucios.
Y nos pareció divertido repetirnos el encantado abracadabra de que
- era aquí donde menos se trabajaba y mejor se vivía.
Un día de hace tres o cuatro años empezaron a llegar los cobradores con los que habíamos soñado que se las vieran nuestros hijos. Y
- no supimos dónde meternos.
Llevamos, desde entonces, dando vueltas en un loco juego del escondite.
Como a nadie le gusta demasiado reconocerse autor de sus propios desastres,
- hemos dado por inventar un fantasma de rostro enmascarado y
maldad perfecta: «los mercados».
- «Los mercados» atacan a tal o cual moneda,
- «los mercados» atentan contra este o el otro Estado,
- «los mercados» conspiran contra un gobierno a favor de otro, contra
un partido, un país o un continente en pro de su contrario…
Como niños, pretendemos que
- una palabra mágica trueque en cueva de Alí Babá
- la pared granítica contra la cual una inercia implacable lleva
nos a estrellarnos.
Somos idénticos a aquellas ingenuas criaturas de Pascal que exorcizaban el vértigo del abismo saltando a él a través del tenue señuelo de un lienzo de vivos colores:
- el mercado, repetimos.
Pero
- el mercado éramos nosotros.
- Y lo somos.
- Mercado es el espacio vacío en el cual intercambian los sujetos sus valores.
Un tablero pautado, sobre el cual componen las piezas del ajedrez humano pacientes estrategias en las cuales no siempre se percibe claro el fragor de la batalla.
Pero la guerra está, aun silenciosa, en cada movimiento. Y un minúsculo error arrastra, en su cadena de jugadas no previstas, el relámpago final. Que nos fulmina.
- El buen jugador sabe que sólo él es responsable de su desdicha.
- «Yo mismo de mi mal ministro siendo», escribe Aldana.
Gabriel Albiac - ABC - Madrid - 1-Dic-2010

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