Ya es un lugar común decir que
ha habido un cambio profundo en el mundo, por
- lo fácil que es conectarse
en línea, y de allí
- organizarse para salir a
protestar.
No hay duda de que la red
- ha bajado el costo de
convocar a una protesta, y
- subido el de reprimirla.
Pero no hay que exagerar. No es tan
claro que haya ahora más protestas que antes.
Dudo que en Francia se hayan superado
alguna vez las magnas manifestaciones estudiantiles de mayo 1968, y en Chile,
las de 2011 no creo que excedan las de hace medio siglo, cuando hasta los
candidatos presidenciales llenaban la Alameda.
- Los actos callejeros no solo no son
ni más grandes ni tan distintos a los de antes.
Como antes,
- expresan emociones pasajeras y
cambiantes.
Un ejemplo notorio es el de la
Plaza Tahrir en El Cairo.
Allí las multitudes
- exigieron y lograron la caída de
Mubarak.
- Después celebraron el triunfo de
Morsi.
- Después exigieron su renuncia.
- Después celebraron el triunfo del
general Sissi.Las protestas
- no solo son efímeras e
inconstantes:
- son de dudosa
representatividad, por el hecho obvio de que
- la mayoría de la gente -la
mayoría silenciosa- no sale a protestar.
Los que sí se molestan en hacerlo tienden a
estar motivados por fuertes pasiones coyunturales, más aún ahora que el
internet, a diferencia de medios más antiguos, es capaz, sin necesidad de
economías de escala, de convocar a grupos de interés de tamaño ínfimo.
Finalmente, las protestas
- tienen otra característica
esencial:
- los que acuden a ellas suelen
volverse insaciables en sus demandas
- cuando el gobierno se apresura
en acatarlas, porque
- la sensación de triunfo
los tienta, por instinto,
- a querer probar los
límites.
Es así que en Chile
protestas para
- extender el pase escolar
terminaron
- exigiendo la nacionalización
del cobre.
Desde luego un sobregiro de este tipo termina
creando anticuerpos, por lo que
- las protestas se vuelven
impopulares:
en una encuesta del CEP de hace un año, la
aprobación del movimiento estudiantil había bajado a un exiguo 23 por
ciento.
Por todo esto,
Por todo esto,
- los buenos gobiernos son
aquellos que, sin ignorarlas,
- no se dejan
amedrentar por las protestas, y
- no permiten que
estas los desvíen de su tarea indelegable, que es
- la de gobernar por el bien
de todos.
Eso significa
- diseñar políticas
públicas que se hagan cargo de
- las infinitas complejidades que
componen
- una sociedad moderna real.
Porque las políticas
públicas por definición
- no pueden emanar de las
consignas simplistas de la calle.Es por eso curioso que la Nueva
Mayoría, desde el primer día,
- se hubiera puesto a gobernar en
función de consignas de la calle
- que ni siquiera eran recientes:
¡eran del 2011!
De allí esa ráfaga de medidas improvisadas y
poco coherentes que vimos.
Como respondían a las demandas de una calle
que creían todavía mayoritaria, deben haber pensado que iban a ser acogidas con
alegría.
Ha pasado todo lo contrario.
Las medidas se han ido topando
con resistencia en la misma sociedad civil y en los
mismos medios sociales que fueron originalmente su
inspiración.
- ¿Qué cambió?
No necesariamente la "ciudadanía", esa
abstracción misteriosa que tanto se invoca, sino
- aquella parte de ella que en un
momento dado se siente impelida a manifestarse.
La ciudadanía real,
en un país pluralista y democrático,
- tiene tantas voces como hay
ciudadanos o grupos de ellos.Felizmente, el Gobierno parece
haberse dado cuenta de eso. Todo indica que la agotadora ola de improvisación
con que partió está menguando, por lo menos en materias económicas. Pero no en
educación.
Allí el Gobierno sigue tratando
de diseñar políticas públicas que satisfagan los intereses de la calle de
antaño, lo que explica la batería de medidas confusas y contradictorias que va
improvisando.
David Gallagher - El Mercurio - Sgo. de Chile - 25-Jul-2014
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