Se ha producido cierto grado de crítica en círculos de analistas y políticos hacia el Banco Central por el aumento en la tasa de interés de política monetaria de los últimos meses.
En particular, se ha objetado el alza de la reunión de septiembre, dado que, posteriormente, la Reserva Federal bajó su propia tasa en medio punto porcentual. Se sostiene, además, que el alza en los precios ha sido por factores externos y que, por lo tanto, el instituto emisor no debería reaccionar.
Más aún, se construyen diversos índices -el propio Banco Central lo hace en su informe de política monetaria de septiembre-, de los que se excluyen alimentos y otros productos que han subido de precio, y se llega, así, a que el incremento del resto de los precios ha sido menor a la meta.
Se trata de un ejercicio poco novedoso, pues es evidente que si se saca de un índice de precios a aquellos productos que suben mucho de precio, el resto aumentará menos. Curiosamente, quienes hacen este ejercicio no sacan del índice a aquellos bienes que han bajado de precio también por "condiciones exógenas". Entre éstos están el vestuario y el equipamiento de la vivienda, que ya llevan varios años bajando, por la importación de bienes más baratos desde China. Siempre es posible encontrar explicaciones para las alzas y bajas de ciertos precios, pero eso no debe confundir lo relativo a la meta de inflación.
El objetivo que la ley le fija al Banco Central es la estabilidad de precios. El propio instituto emisor -correctamente- ha ratificado lo anterior al señalar que su meta es el IPC total, no el subyacente ni cualquier otra medida que se pueda construir. Esto último, evidentemente, sirve para fines informativos y de análisis, pero no para la medición de la meta. Y la razón por la cual se tomó la decisión de incluir la totalidad del IPC como meta es también obvia: la variación de este índice es la que afecta a la población, porque mide el cambio real en el costo de la canasta de consumo.
Además, cualquier otra medición corre el riesgo de utilizarse según la conveniencia del momento, como se desprende de lo antes señalado. El Banco Central no debe caer en la tentación de modificar su definición de la meta de inflación ahora que el IPC no lo favorece. Sería una actitud autocomplaciente y, a la postre, no confiable y lesiva para su prestigio. Más vale una posición como la que hace poco adoptó uno de los consejeros del instituto emisor, Enrique Marshall, quien sostuvo -sin ambages ni eufemismos- que la actual situación en materia de inflación está lejos de ser satisfactoria.
Editorial - "El Mercurio" - Santiago de Chile - 28-Sep-2007
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