Fatou no sabe a qué edad la mutilaron. Debió de ser a los pocos días de vida, no recuerda nada. Sólo sabe que fue su abuela la que le practicó la ablación, porque ésa es la tradición entre los mandinga, la etnia de la que proviene. Le ha costado 26 años recuperar su vida, esa vida feliz que llevó hasta los 13 años, cuando se dio cuenta de que no era una chica como las demás. Entonces empezó su calvario: 26 años de sufrimiento y de rabia, de mentiras con las amigas para que no se dieran cuenta de lo que le pasaba, de vergüenza al entrar en cualquier consulta médica, de noches sin dormir y pastillas, de falta de ganas de tener relaciones sexuales, de falta de ganas de vivir.
A sus 39 años, ha vuelto a la vida. Ha recuperado la ilusión, las ganas de relacionarse. Ha descubierto las posibilidades de su sexualidad. El pasado septiembre le hablaron de la operación de reconstrucción genital que el doctor Barri Soldevila practica en el Instituto Universitario Dexeus. No pudo dormir en toda la noche. A la mañana siguiente estaba en la clínica. Un mes más tarde entraba en el quirófano: "Dormir, despertar y ser ya otra, el sueño de toda una vida", dice Fatou con una sonrisa. "Si hoy me muero, me muero feliz".
Fatou es un nombre ficticio para proteger la identidad de esta mujer senegalesa. Ella dice que algún día se pondrá al frente en la lucha contra la ablación y no le importará que se la reconozca en la foto, pero aún es pronto para eso.
Su historia es la de más de 100 millones de mujeres a lo largo y ancho del planeta. La inmensa mayoría, procedentes de África. Millones de mujeres a las que se les amputó la vida para seguir ancestrales tradiciones machistas que aún hoy perviven: cada día, 8.000 niñas corren el riesgo de ser sometidas a la amputación de sus genitales, según un informe de Amnistía Internacional.
Entre los mandinga, cuenta Fatou, la ablación viene de tiempos en que los hombres se iban a la guerra. "Lo hacían para evitar que las mujeres tuvieran tentaciones, para evitar que tuvieran ganas".
Fatou nació en Thies, a 70 kilómetros de Dakar, en una familia "moderna". Se crió en un ambiente en el que se estudiaba, en el que se hablaban idiomas: el padre, profesor; la madre, secretaria. Las primeras conversaciones de sexo con las amigas, en plena adolescencia, despertaron los primeros temores. Se daba cuenta de que, anatómicamente, no era como ellas. "Empecé a sentirme un bicho raro", recuerda. En la televisión se empezaba a hablar por aquellos años de la ablación, ese fenómeno al que había que poner freno.
Tenía relaciones con chicos, pero nunca llegaba "hasta el final". No tenía por qué dar más explicaciones; en países como Senegal, de la mujer se espera que llegue virgen al matrimonio. Fue en una visita al ginecólogo, a los 22 años, cuando tomó plena conciencia de lo que le pasaba, la maldita palabra se convirtió en condena: ablación. Fatou entró en estado de shock. No tenía nadie con quien comentarlo. Ni con su familia, ni con sus amigas, ni con sus novios. "La ablación es un tabú: nadie habla de ella, no se ve nada en ningún lado, no se puede sospechar que existe, pero allí está".
Tras años trabajando como profesora en su país de origen, llegó a España en octubre de 1999. Una nueva visita al ginecólogo volvió a desatar el tormento. La especialista no había visto nunca a una mujer víctima de la ablación. Miró, se calló y se fue a cuchichear con la enfermera. Fatou volvió a sentirse, una vez más, un bicho raro. Humillación. Impotencia. Rabia. Una rabia contenida a lo largo de años que aún viaja bajo sus palabras:
"Aquella visita al ginecólogo fue un suplicio para mí. Volví llorando a casa. ¿Por qué? Tenía muchos porqués en mi cabeza. ¿Por qué tengo que vivir yo esto? ¿Acaso alguien me preguntó si yo quería someterme a la ablación? ¡Me hacen una cosa con la que tengo que cargar toda mi vida y la gente, encima, viene a mirarme con curiosidad!
Empecé a tener depresiones, duraron muchos años. Sentía tal impotencia, y una rabia interior..., me habían quitado algo que no volvería a tener en mi vida. Las chicas seguían contándome lo bien que se lo habían pasado con sus novios y sus maridos. '¡Y yo no voy a poder vivir eso en mi vida!', me decía a mí misma. Eso era lo más duro.
Me daba rabia cada vez que un médico me miraba. Cada vez que me pasaba algo y tenía que ir a urgencias, era un sufrimiento, no lo soportaba. ¡Sí, ya lo sé, soy un bicho raro, esto es lo que me han hecho! Ya no lo soportaba. Durante mucho tiempo dejé de ir al médico. Empecé a investigar en Internet, tenía que haber algo. 'No puedo nacer, vivir y morir sin tener la sensación de qué es ser una mujer', pensaba. No me sentía una mujer completa. Me faltaba algo. Esto es como ver la vida en gris".
Buscando en Internet, se encontró con que en Francia había un médico que realizaba operaciones de reconstrucción de los genitales femeninos, el doctor Pierre Foldes. Ella vivía por aquel entonces en Valencia. Ya estaba dispuesta a irse a Francia cuando se enteró de que en Barcelona había un cirujano que también realizaba esa intervención.
Pere Barri Soldevila se acomoda en la butaca de su consulta en el Instituto Dexeus de Barcelona. Las operaciones de reconstrucción de clítoris son sólo un 1% de su actividad, pero le reportan grandes satisfacciones profesionales. Este cirujano de 33 años conoció la técnica del doctor Foldes durante su estancia en el hospital Bichat-Claude Bernard de París, en 2005.
Existen tres tipos de ablación.
- La tipo I consiste en la escisión del clítoris.
- La tipo II añade la amputación de los labios menores y es la más común.
- La tipo III supone además el sellado de labios mayores, dejando un pequeño orificio para las funciones fisiológicas.
El doctor Pierre Foldes, urólogo, empezó a investigar hace ya 20 años, tras varios de cooperación humanitaria en África. Para reconstruir el clítoris adaptó una técnica de alargamiento de pene. El clítoris mide 10 centímetros, sólo una pequeña parte es externa. Está anclado a la base del pubis mediante un ligamento.
Seccionando el ligamento, se consigue que vuelva a emerger. "Luego queda anclarlo a la base del pubis, darle volumen y darle forma", explica Barri Soldevila. "Los resultados son muy buenos. A los chicos les pasa inadvertido que una chica ha sido operada".
La operación que realiza Barri Soldevila es gratuita. Forma parte de la línea de responsabilidad social corporativa de la clínica Dexeus y de la ONG que de ella depende, Matres Mundi.
El coste de la operación, en realidad, gira en torno a los 1.800 euros, dice Barri, excluidos los honorarios del cirujano y el anestesista. "Es fundamental que las instituciones se involucren; lo ideal sería que estas operaciones las cubriera la Seguridad Social", reclama. El Departament de Salut de la Generalitat anunció en abril de 2008 su compromiso de financiar la operación a las mujeres que lo soliciten.
El hospital Dexeus tiene asumido seguir haciendo en torno a 15 intervenciones al año. Esperan que la técnica se traslade a otros hospitales de España. La primera reconstrucción la realizaron en 2007. Desde entonces han efectuado más de 20. En el 90% de los casos se consigue una restitución anatómica. En el 75%, una restitución funcional, es decir, la mujer recupera la capacidad de tener orgasmos.
Fatou ha recobrado esa capacidad. "Ahora estoy menos nerviosa, antes tenía mucho carácter. Me siento mucho más guapa y orgullosa de mi cuerpo". Se casó en mayo pasado en su país de origen, Senegal. Su marido, que vive allí y pronto vendrá a España, aún no sabe que ella se ha operado. Han estado juntos hace un mes, él no se ha dado cuenta de nada, ella no le ha dicho nada. "Algún día se lo diré. De momento, quiero disfrutar de mi victoria dentro de mí".
La vida de Aminata también ha cambiado, se siente más valiente, más fuerte que antes. Aminata (nombre ficticio) también decidió pasar por la clínica Dexeus desafiando todas las creencias que le fueron inculcadas. Se operó en junio del año pasado. Nació en España, pero sus padres proceden de Gambia.
A sus 27 años, luce look juvenil y pañuelo en la cabeza; es musulmana. "En nuestra religión, el sexo es tema tabú", cuenta. La operación para ella ha sido muy dolorosa, pero está satisfecha: "Antes no tenía fantasías sexuales", cuenta, "y no me apetecía hacer el amor. Ahora sí".
Aminata sufrió la ablación en territorio europeo. Cerca de Girona. En su caso, fue un auténtico trauma. Se lo hicieron a los nueve años. Fue consciente de lo que le estaba pasando. Recuerda que aquella mañana se subió a un coche y sus padres le dijeron que iban a una fiesta. A ella le extrañó que, si había fiesta, no le acompañaran sus hermanos, pero subió al coche sin darle más vueltas al asunto.
Llegó a una casa. Había una mujer esperando. Le pidió que se desnudara. Ella se resistió. Le taparon la cara. Recuerda que vio un cuchillo.
Cuando acabó la tortura, su padre se la llevó en brazos al coche. Estuvo a punto de morir.
El cuchillo. El arma con la que se siguen practicando ablaciones en África. Una práctica que también se realiza con bisturí y de modo clandestino en hospitales. "En Malí se sigue practicando a escondidas", confirma en conversación telefónica desde Malí Virginie Monkouro, mujer que lleva 25 años luchando contra la ablación en su país desde el Centro Djoliba.
La ONG Save the Children, que trabaja de la mano con este centro en Malí, ha conseguido acabar con esta práctica en 40 pueblos de este país en el que el 85% de las mujeres han sido víctimas de la ablación.
Practicar una operación de reconstrucción de clítoris es peligroso en más de un país africano. Los médicos que lo hacen están amenazados. El doctor Barri lo ha podido comprobar en sus viajes de cooperación humanitaria a África; nunca realiza esta operación. De la ablación ha vivido mucha gente durante años, es un negocio para matronas de pueblos remotos y cirujanos que la siguen practicando a pesar de prohibiciones gubernamentales.
"En Gambia, 60 mujeres practicantes han enterrado el cuchillo en diciembre". Lo cuenta Mama Samateh, gran luchadora contra la ablación en Catalunya. Gambiana de 52 años, Samateh trabaja como mediadora cultural y vive en Premià de Mar, cerca de Barcelona.
Desde el año 1998 está al frente de la Asociación de Mujeres Antimutilación. Ya ha podido salvar a unas 30 niñas en territorio español a base de derribar creencias. El último caso que frenó fue en Lloret de Mar, el año pasado.
La lucha de Mama Samateh consiste en recorrer los pueblos y concienciar a comunidades de inmigrantes africanos. Acude a bodas y bautizos, a reuniones sociales en las que pueda divulgar su mensaje. Su objetivo: que los musulmanes entiendan que el Corán no ampara la ablación, una creencia generalizada que ella intenta desmontar. "Me siguen acusando de colaborar con los blancos para ir en contra de la religión musulmana", explica apesadumbrada. Samateh reclama una sede para su asociación, un espacio que le permita continuar con sus actividades.
Hay más de 500.000 mujeres en territorio europeo que han sido víctimas de esta práctica. "Lo consideramos una forma de tortura", clama Giulia Tamayo en la sede de Amnistía Internacional en Madrid.
Tamayo recuerda que las mujeres que corren el peligro de sufrir la ablación ya pueden pedir asilo en Europa, pero muchas veces no están informadas de sus derechos.
Fatou y Aminata han conseguido dar la vuelta al guión que les habían escrito. Gracias al progreso científico, que es capaz de dar bofetadas al curso de la historia y de las tradiciones, han vuelto a ver la luz.
Su experiencia es una historia de esperanza para millones de mujeres. Sólo unas pocas consiguen acceder a esta operación y revertir años de sufrimiento
Joseba Elola - WebIslam - Madrid - 30-Mar-2010