domingo, 28 de marzo de 2010

Dios y el demonio

Esa verdad culpa a la Iglesia de proteger el delito, esconder al culpable y abandonar a las víctimas.

A pesar de mi incapacidad para creer en la trascendencia, admiro a la gente que, gracias a su fe, es mejor persona.
Sólo hace falta conocer, por ejemplo, el trabajo extraordinario de las hijas de la caridad para entender la grandeza de Dios, si se traduce en amor.
La felicidad está en la caridad, dijo san Vicente de Paúl, y viéndolas felices ayudando a los más marginados, es posible que el mítico sacerdote tuviera razón.
Tanto en el interior de nuestros agujeros negros como en las lejanas geografías donde la vida es una lucha a muerte, en todas partes hay hombres y mujeres que dedican su vida a los demás.
Y lo hacen en nombre de una creencia, de un intangible. Dios, en esos casos, es el motor de la bondad.
Pero precisamente porque es un intangible, Dios ha sido, secularmente, el roto de muchas maldades, y en su nombre se ha tapizado de rojo y negro la piel de la historia.

Ahí están los locos que matan en nombre de Dios.
Y ahí están
- los que abusan,
- los que violentan,
- los que juegan al poder terrenal,
- bajo la excusa del aliento divino.
- También están los que esconden el delito,
- los que no protegen a las víctimas,
- los que, conociendo el mal, lo tapan más allá de toda ley.
Y en esos casos, el dios al que apelan sólo es una caricatura de su propia vergüenza.
- ¿Dónde estaba Dios en el último escándalo conocido de la Iglesia católica?
- ¿En el alma negra de un sacerdote paidófilo, felizmente escondido por sus propios colegas, o en el alma frágil y brutalmente violentada de sus víctimas?
- Más aún, ¿puede un solo sacerdote hacerse la simple pregunta, sin horrorizarse ante su propia indignidad
?

- No nos vengan con monsergas,
- no nos confundan con su dominio milenario de la retórica,
- no nos vendan silogismos,
porque la verdad es descarnada como descarnado fue el dolor de los 200 niños sordomudos de los que abusaron.
Y esa verdad vuelve a culpar a la Iglesia Católica de
- proteger el delito,
- esconder al culpable y
- abandonar a las víctimas.
Como lo hicieron los Legionarios de Cristo con su pervertido fundador, cuyas barbaridades eran otro de los grandes secretos públicos de la fanática congregación.
En materia de abusos sexuales y de perversión paidófila, la jerarquía católica se ha comportado vergonzosa
mente y ha sido aliada natural de la impunidad de los abusadores.
- Tan culpables, pues, como ellos mismos.
- Maestros en el arte de la doble moral y del dominio de la apariencia,
- esa misma jerarquía ha construido, durante siglos, un castillo de mentiras.
Después harán campañas a favor de la vida
, pero habrán escondido a sus paidófilos bajo las faldas.
En su caso, pues, Dios no habrá sido la excusa para el bien, sino el paraguas para esconder el mal, lo cual,
- además de un serio pecado,
- es un grave delito.
Para ellos, la famosa frase de Jean Anouilh:
-
Lo terrible en cuanto a Dios, es que no se sabe nunca si es "un truco del diablo"...
Pilar Rahola - "La Vanguardia" - Barcelona - 28-Mar-2010
Guerra al Cristianismo
La cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desencadenada últimamente en Alemania tiene como objetivo al Papa.
Pero se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá, dada la enormidad temeraria de la iniciativa.
Y se cometería un error aún más grave si se sostuviese que la cuestión finalmente se cerrará pronto como tantas otras similares. No es así. Está en curso una guerra.
No precisamente contra la persona del Papa ya que, en este terreno, es imposible.
Benedicto XVI ha sido convertido en invulnerable por su imagen, por su serenidad, su claridad, firmeza y doctrina. Basta su sonrisa mansa para desbaratar un ejército de adversarios.
No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca, se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana.
Por esto, los laicistas acompañan su campaña con preguntas del tipo
- «¿quién más llevará a sus hijos a la Iglesia?», o también
- «¿quién más mandará a sus chicos a una escuela católica?», o aún también
- «¿quién hará curar a sus pequeños en un hospital o una clínica católica?».
Hace pocos días una laicista ha dejado escapar la intención. Ha escrito:
«La entidad de la difusión del abuso sexual de niños de parte de sacerdotes socava la misma legitimidad de la Iglesia católica como garante de la educación de los más pequeños».
No importa que esta sentencia carezca de pruebas, porque
- se esconde cuidadosamente «la entidad de la difusión»:
- ¿uno por ciento de sacerdotes pedófilos?,
- ¿diez por ciento?,
- ¿todos?
No importa ni siquiera que la sentencia carezca de lógica: bastaría sustituir
- «sacerdotes» con «maestros», o
- con «políticos», o
- con «periodistas»
para «socavar la legitimidad» de la escuela pública, del parlamento o de la prensa.
Lo que importa es la insinuación, incluso a costa de lo grosero del argumento:
- los sacerdotes son pedófilos,
- por tanto la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral,
- por ende la educación católica es peligrosa,
- luego el cristianismo es un engaño y un peligro.
Esta guerra del laicismo contra el cristianismo es una batalla campal. Se debe llevar la memoria al nazismo y al comunismo para encontrar una similar.
Cambian los medios, pero el fin es el mismo:
- Hoy como ayer, lo que es necesario es la destrucción de la religión.
Entonces Europa, pagó a esta furia destructora, el precio de la propia libertad. Es increíble que sobre todo Alemania, mientras se golpea continuamente el pecho por el recuerdo de aquel precio que ella infligió a toda Europa, hoy, que ha vuelto a ser democrática, olvide y no comprenda que la misma democracia se perdería si se aniquilase el cristianismo.
- La destrucción de la religión comportó, en ese momento, la destrucción de la razón
.
- Hoy no comportará el triunfo de la razón laicista, sino otra barbarie.
En el plano ético, es la barbarie de quien asesina a un feto porque su vida dañaría la «salud psíquica» de la madre.
De quien dice que un embrión es un «grumo de células» bueno para experimentos.
De quien asesina a un anciano porque no tiene más una familia que lo cuide.
De quien acelera el final de un hijo porque ya no está consciente y es incurable.
De quien piensa que «progenitor A» y «progenitor B» es lo mismo que «padre» y «madre».
De quien sostiene que la fe es como el coxis, un órgano que ya no participa en la evolución porque el hombre no tiene más necesidad de la cola y se mantiene erguido por sí mismo.
O también, para considerar el lado político de la guerra de los laicistas al cristianismo, la barbarie será la destrucción de Europa.
Porque, abatido el cristianismo, queda el multiculturalismo, que sostiene que cada grupo tiene derecho a la propia cultura.
El relativismo, que piensa que cada cultura es tan buena como cualquier otra.
El pacifismo que niega que existe el mal.
Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen. En cambio, muchos de ellos participan de esa incomprensión.
Son aquellos teólogos frustrados por la supremacía intelectual de Benedicto XVI.
Aquellos obispos equívocos que sostienen que entrar en compromisos con la modernidad es el mejor modo de actualizar el mensaje cristiano.
Aquellos cardenales en crisis de fe que comienzan a insinuar que el celibato de los sacerdotes no es un dogma y que tal vez sería mejor volver a pensarlo.
Aquellos intelectuales católicos apocados que piensan que existe una «cuestión femenina» dentro de la Iglesia y un problema no resuelto entre cristianismo y sexualidad.
Aquellas conferencias episcopales que equivocan en el orden del día y, mientras auspician la política de las fronteras abiertas a todos, no tienen el coraje de denunciar las agresiones que los cristianos sufren y las humillaciones que son obligados a padecer por ser todos, indiscriminadamente , llevados al banco de los acusados.
O también aquellos embajadores venidos del Este, que exhiben un ministro de exteriores homosexual mientras atacan al Papa sobre cada argumento ético,
O aquellos nacidos en el Oeste, que piensan que el Occidente debe ser «laico», es decir, anticristiano.
La guerra de los laicistas continuará, entre otros motivos porque un Papa como Benedicto XVI, que sonríe pero no retrocede un milímetro, la alimenta.
Pero si se comprende por qué no cambia, entonces se asume la situación y no se espera el próximo golpe. Quien se limita solamente a solidarizarse con él es uno que ha entrado en el huerto de los olivos de noche y a escondidas, o quizás es uno que no ha entendido para qué está allí.
Marcello Pera - Senador de la República Italiana - "Corrieri della Sera" - Milano - 17-Mar-2010

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