lunes, 8 de octubre de 2007

La metamorfosis del Zar

Putin sabe bien de donde viene y quién era, sabe que habría sido de él si una constelación de factores tan compleja e inverosímil como benéfica para sus intereses no se hubiera producido en los últimos tres lustros y cuál podría ser su suerte si otros individuos de sus mismas características consiguieran romper su poder, probablemente hoy el más absoluto que ostenta un líder máximo en un país relevante.
Ningún dictador, sultán o sátrapa en el mundo tiene hoy una posición como la de este ex oficial chequista del KGB cuyos deseos y órdenes dictan todos los sucesos para él relevantes en un inmenso país de cinco franjas horarias, sin mayor oposición que el lamento en el interior y con un creciente potencial de intimidación en el exterior.
Así las cosas, nadie duda de que Putin seguiría al mando de Rusia después de que el año próximo expire su improrrogable mandato como presidente. Lo que era una incógnita hasta esta semana era la fórmula que elegiría para perpetuarse en el poder. Según acaba de anunciar, es «probable» que sea candidato a la Presidencia del Gobierno por el partido «Rusia Unida», creado por él desde el poder y dueño del Parlamento. Para que su poder absoluto no resultara excesivamente incómodo para quienes aún han de pretender el carácter democrático del «sistema Putin», el Kremlin dispone de otro partido, «Rusia Justiciera» tan dependiente y leal como el primero y un «Partido Comunista» que se compra con la calderilla de los primeros. La oposición real, marginada y en gran parte tan intimidada que sólo cree en los exilios, no tiene otra opción que la que los liberales en Rusia han tenido desde los zares y que no va más allá de lamerse las heridas.
Después del caos de los turbulentos y bienintencionados años de Boris Yeltsin, Vladimir Putin ha dado a los rusos lo que más añoraban, orden y socorro. En las sociedades del miedo -y Rusia está compuesta por muchas de ellas- el orden es siempre, como decía Goethe, preferible a la justicia. Por no hablar de la libertad, concepto perfectamente gratuito en situaciones de amenaza de supervivencia.
El orden lo ha impuesto Putin con su voluntad adecuada a sus escrúpulos, es decir de forma implacable y por la multiplicación del miedo. En los sectores poderosos del nuevo capitalismo dejó claro pronto que toda la mafia leal tendría cobijo y la desleal jamás. Entre los millones de rusos agraviados dejó fluir ese maná que le llovió con la vertiginosa subida de los precios de los combustibles y la generación de la megapotencia energética rusa gracias a inversiones externas y demanda insaciable, con el crecimiento económico en Occidente, China e India.

Terror sí, bienestar no
Si Stalin y los zares siempre tuvieron poder para quitar vidas y sembrar el terror, ninguno de ellos pudo combinarlo con la capacidad de distribuir bienestar e incluso riqueza en la medida en que hoy puede hacerlo Putin. En este sentido jamás hubo en la Rusia eterna nadie con tanto poder, tan bien centralizado, racionalmente expresado y articulado en la capacidad de dosificar terror y fortuna como el actual residente del Kremlin.
Putin ha impuesto en Rusia la convicción de que él ha frenado el deslizamiento hacia el pesimismo, la decadencia y la autodestrucción, las plagas del pensamiento ruso desde el siglo XIX.
Que en realidad no sea cierto y, tras la cortina de lluvia de subvenciones procedentes de los altos precios del petróleo y el gas, continúe la caída libre de la esperanza de vida, el alcoholismo y la falta de natalidad, no tiene mayor relevancia, porque ha surgido ya el nuevo Estado benefactor e implacable que sabe alimentar pero también matar como no deja de demostrar el Kremlin.
Casi cien años después de que en 1913 el filósofo, político y después padre fundador de Checoslovaquia, Thomas Garrigue Masaryk, nos dejara en su «Historia del espíritu y la religión en Rusia» las claves de la tragedia cultural rusa -lo haría magistralmente Isaiah Berlin después con sus «Pensadores rusos»-, lo cierto es que el nuevo zar y chequista, obsequioso monarca e implacable déspota, es celebrado de nuevo en una inmensa Rusia que comparte continente con Europa pero, después de un efímero amago de acercamiento, vuelve a alejarse hacia las antípodas de nuestros valores humanistas de libertad
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HERMANN TERSTCH - "ABC" - Madrid - 5-Oct-2007

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