lunes, 11 de julio de 2011

Sobre la desobediencia civil

Vivimos tiempos de contrarreforma

La reacción global a
- los atentados del 11-S y
- la amenaza hostil del fundamentalismo
- generó un cierto consenso internacional
,

en el ámbito de los sistemas democráticos, en torno a
- la necesidad de restringir ciertas libertades individuales.
Se trataba, se dijo entonces, de
- garantizar la seguridad aunque fuera al precio de un retroceso en el estado de las libertades:
- o, formulado en términos más paradójicos, de
- salvar las libertades a costa de recortarlas.
Ahora, con una crisis económica de alcance quizás imprevisible,
- no sólo se están desmontando las bases del denominado Estado de Bienestar,
- sino que, además, se están eliminando algunas garantías sociales,
también, para paradójicamente preservar el sistema, en un proceso que aquí llega aliñado con la retórica de la eficiencia y del ahorro, palabras mágicas que pretenden, con su sola invocación, constituirse en argumentos autosuficientes para cualquier medida.
Pero hay más. Todo proceso de contrarreforma se caracteriza históricamente por
- la redefinición de las supuestas esencias,
- el retorno al dogma,
- el reforzamiento de la autoridad y la jerarquía y,

en consecuencia con todo ello,
- la estigmatización de cualquier forma de disidencia.
No hace falta irse a la época de la Santa Inquisición. A finales de los años sesenta, las asociaciones pro law and order (no confundir con la serie de televisión de Dick Wolf), quisieron frenar
- la liberalización de las costumbres y
- oponerse a los avances que estaban proponiendo los sectores más progresistas y politizados
de la democracia estadounidense.
Algo de todo esto está volviendo a pasar, pero

- no ya en nombre del puritanismo moral,
- sino amparándose en la transformación de la razón política en argumentación jurídica,
policial y economicista.
Con ocasión de las reacciones ante el movimiento social del 15-M, se han producido, a modo de destilado, algunos posicionamientos explícitamente contrarreformistas.
El otro día analizábamos aquí una selección de las falacias más habituales que habían podido escucharse o leerse. Tener razón o no, como acertadamente supo ver Aristóteles, depende también de todo ello:
- hay argumentos que no lo son, aunque lo parezcan.
Y, con ellos,
- es imposible tener razón.
Pero más allá de la forma de los argumentos, también el contenido de lo que se defiende puede ser sometido a escrutinio. Y de todo lo que entonces se dijo, resulta especialmente inquietante la descalificación generalizada, y por momentos agresiva, de

- la posibilidad misma de impugnar y cuestionar algunos aspectos, o incluso las bases
mismas, de
- las medidas económicas y sociales con las que la clase política está intentando reaccionar
ante la crisis.
De acuerdo con este argumento,
- si las mayorías democráticas en los parlamentos representativos están adoptando

algunas medidas de gobierno,
- no tiene sentido la impugnación ni la protesta fuera de los espacios parlamentarios.
De ahí que el movimiento del 15-M fuera incomprensiblemente calificado de antipolítico y sus partidarios, de antipolíticos, cuando, en realidad, cuesta reconocer, en los últimos años,
- un movimiento más político que este.
Por una parte, esta posición da por supuesto, incomprensiblemente, que
- la política es aquello que hacen los denominados políticos profesionales,
- presupuesto que es, en sí mismo, una barbaridad.
Pero, por otra parte, parece sugerir que
- aquellos que se oponen a algunos aspectos del sistema parlamentario partidista y a
ciertas medidas legislativas promovidas son, sin que ello necesite mayor aclaración,
- antidemocráticos, contrarios al sistema democrático.
- ¿Por qué es tan grave esta posición?
Pues porque, precisamente,
- lo que define al sistema democrático es
- la posibilidad de enfrentarse a él para modificarlo y transformarlo,
- incluso a través de la "desobediencia".
Hannah Arendt
, sin duda una de las grandes pensadoras políticas del siglo XX y nada sospechosa de ser eso que algunos llaman antisistema, escribió en 1970 un texto, a partir de entonces de referencia, en el que diagnosticaba que
- la desobediencia civil a la ley se había convertido en un fenómeno masivo no sólo

en Estados Unidos sino en el mundo.
- El fenómeno, decía, tenía que ver con
- la desintegración del sistema político y
- la progresiva merma de autoridad de los gobiernos debido a
- la creciente sospecha de incumplimiento de su función.
Estaba hablando de Estados Unidos, pero generalizaba su reflexión a las democracias occidentales.
-"La desobediencia civil surge cuando una cantidad significativa de ciudadanos
- se convence o bien de que los canales utilizados tradicionalmente para conseguir cambios
- ya no están abiertos o a través de ellos
- no se escuchan ni se atienden sus quejas o bien de que,
- al contrario, es el Gobierno quien unilateralmente impulsa los cambios y persiste en

una línea
- cuya legalidad y constitucionalidad despierta graves dudas".

En realidad,
- la desobediencia civil no sólo es compatible con los sistemas democráticos,
- sino que constituye, a juicio de todos los teóricos serios,
- uno de sus más relevantes elementos correctivos
- frente a los peligros del dominio incontrolado de las mayorías parlamentarias.
Basta repasar la historia de las luchas en favor de los derechos civiles, a lo largo de todo el siglo XX, para ejemplificarlo.
De ahí que, visto el calibre de ciertas reacciones entre la clase política y opinadora, uno tienda a pensar que algunos tienen realmente la piel muy fina.
O que tal vez sea cuestión, como en tantas ocasiones, de madurez democrática.
Xavier Antich - La Vanguardia - Barcelona - 11-Jul-2011

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