En la trama de la película Inteligencia
Artificial, dirigida por Steven
Spielberg, David es un robot humanoide
avanzado creado por la corporación Cybertronics, que tiene la
particularidad de haber sido diseñado con la capacidad de amar y
experimentar sentimientos, lo que lo convierte en la primera
computadora capaz de pasar efectivamente el test de
Turing.
El famoso test,
que lleva justamente el nombre del padre de la informática moderna, fue
propuesto en 1950 en el artículo “Computing Machinery and
Intelligence” para probar la existencia de
inteligencia artificial.
Turing sostenía
que si una persona interactuaba con alguien que estaba del otro lado de una sala
(no visible) haciéndole preguntas y pidiéndole cosas, de suerte tal que no
pudiera distinguir si las respuestas provenían de una persona de carne y hueso o
de una computadora, pues en caso de que su interlocutor fuera en efecto
una máquina, debía reconocérsele a esta, la capacidad
inteligente.
DEBATE CIENTIFICO
Es
verdad que desde la psicología se ha debatido mucho respecto de cuál
es la definición de la inteligencia, empezando por el artículo
seminal de Charles Spearman que diera nacimiento al
concepto de un único factor de inteligencia
(que es el que habitualmente miden los test de cociente intelectual
o CI) y llegando al planteo de Howard
Gardner, quien sostiene la idea de que existen
múltiples inteligencias (musical, espacial, lógico-matemática,
interpersonal, etcétera), pero lo cierto es que aún bajo ese
paradigma tan amplio sería difícil no reconocerle inteligencia a
un robot que fuera diseñado de manera tal que al interactuar
con él nos fuera imposible distinguir si se trata de una computadora artificial
o de un ser humano.
Pero
claro, hasta ahora todos pensamos que eso era imposible, que sólo sucedía en una
película de ciencia ficción.
Hasta ahora. O mejor dicho, hasta que Ray
Kurzweil, un científico norteamericano sobre el que
Bill Gates dijo que era la persona que
mejor podía predecir el futuro de la
inteligencia artificial, escribió The Singularity
is Near, (La Singularidad está Cerca),
un libro que plantea que para 2045 la inteligencia artificial
superará a la humana.
En
ese momento, según el autor y fundador de la Universidad de la Singularidad,
nuestra inteligencia será masivamente no biológica,
trascendiendo las limitaciones de nuestra especie de suerte tal que
no habrá una diferencia clara entre los humanos y las
computadoras.
El
avance tecnológico será tal que podrá frenarse el
envejecimiento y reemplazar absolutamente cualquier parte defectuosa de
nuestro cuerpo, como si se tratara de los repuestos de un
auto.
Es
más, la nanotecnología podría permitir
crear virtualmente cualquier producto físico
(incluyendo alimentos) a un costo despreciable, económicamente hablando, y si a
usted todo esto le parece un delirio de un científico loco, piense que esta
semana acaban de presentar la primera hamburguesa artificial hecha a
base de células madre, diseñada por un equipo de científicos de la
Universidad de Maastricht, con la conducción del
Dr. Mark Post.
Aunque esta primera hamburguesa de laboratorio tuvo un costo
de 250.000 euros, los expertos estiman que dentro de
10 a 15 años competirá de igual a igual en las góndolas de los principales
supermercados, y con semejante velocidad de avance tecnológico no
es tan loco pensar que Kurzweil esté en lo cierto y que en otros 15
años más se puedan producir con un costo tan bajo que desaparezca el hambre
del mundo.
OTRO MUNDO, OTROS
PROBLEMAS
Obviamente,
- pensar en un mundo que no envejece, donde no
faltan los alimentos y
- la inteligencia artificial supera a la humana, implica
- interrogarse respecto de los nuevos
problemas que tendrá el
desarrollo.
- ¿Cómo se insertará nuestro país en esa nueva realidad?
- ¿Seremos capaces de liderar los nuevos avances, o
por el contrario
- elegiremos vivir al margen del mundo en una suerte
de resistencia del
subdesarrollo?
Confieso que me hubiera gustado que en estos tiempos electorales algún
político fuera capaz de parar la pelota, y pensar la jugada, no ya para los
próximos dos años, sino para el 2030 o para el momento en que efectivamente
llegue, más tarde o más temprano, la
singularidad.
- ¿Qué productos demandará el mundo?,
- ¿Qué rol ocupará nuestra región?
- ¿Qué tipo de educación será necesaria para que mi hijo
que hoy
- se está formando en la panza de su madre, pueda ser
protagonista del desarrollo?
- ¿Son conscientes los políticos que China y la
India frenarán
- el crecimiento en sus demandas de materias primas
- cuando consoliden sus clases medias, dentro de
unos 20 años?
- ¿Piensan los educadores que el modelo de escuela actual
fracasa porque
- está diseñado a imagen y semejanza de la
revolución industrial, que ya se ha superado?
- ¿Se imaginan el subdesarrollo al que están condenando
a las próximas generaciones
- a las que insisten en imprimirles un conocimiento
enciclopédico vetusto, que
- en nada incentiva la creatividad, la creación
científica?
- ¿Son conscientes que resulta mucho más interesante
enseñarles a programar computadoras,
- que pretender que dominen los ríos argentinos?
- ¿Saben que los incentivos en el mundo de la escuela
están mal puestos,
- porque es tarde a fin de año para decirle a un joven
que no alcanzó los objetivos,
- cuando el mundo de los juegos electrónicos y las
redes virtuales permite
- empezar de nuevo tantas veces como uno tenga ganas en un
solo día?
- ¿Cómo imaginan los próximos 25 años los
hacedores de políticas educativas?
No sé
-
si la singularidad ocurrirá dentro de 30 años, o incluso antes, pero
estoy seguro que
-
el futuro no se está construyendo en
Argentina.
- Por suerte estamos a
tiempo.
Martín Tetaz - El Día - La Plata - 11-Ago-2013
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