Es la caricatura más
sutil de las aparecidas estos días en la prensa francesa.
En ella se ve a François Hollande de pie,
con su traje, sus gafas y ese aire de presidente “normal” del que quería vivir,
en oposición a los caprichos de su predecesor. Se contempla en un espejo y
exclama: “¡Quién me iba a decir que un día iba a capturar
Tombuctú!”.
- La guerra transforma a un hombre y
transforma la idea que nos hacemos de él.
El presidente francés, como su homólogo
estadounidense, es el jefe supremo de las fuerzas armadas. Desde Napoleón y el
general de Gaulle,
- Francia vibra a golpes de bandera;
de hecho,
- es la única democracia que hace
desfilar a su Ejército para celebrar la fiesta nacional.
La expedición militar a Malí,
decidida por sorpresa por el presidente para detener la gangrena
yihadista que está pudriendo parte del Sahel, se ha llevado a cabo
- con eficacia,
- con los aplausos de la clase
política francesa y
- la mayor parte de la opinión
pública.
No cabe duda de que los supuestos expertos
en estrategia se han precipitado al cantar victoria en los platós de televisión,
puesto que
- el enemigo, en este tipo de guerra
asimétrica,
- es al mismo tiempo escurridizo y
- dueño de su inmenso territorio de
arena.
Aun así, es evidente que la
operación ha sido un éxito y que la alegría de las poblaciones
liberadas de la sharía no es fingida, como tampoco lo son los elogios del
vicepresidente estadounidense, Joe Biden, a su paso
por París.
Washington había invertido discretamente
alrededor de 600 millones de dólares para formar a los militares malienses
contra la amenaza islamista, pero sus comandantes prefirieron sumarse a la
rebelión.
Estados Unidos prepara la instalación de una
base de aviones no tripulados para vigilancia en la zona occidental del norte de
África.
Una medida que pone de relieve
- la capacidad de mantenerse en la
inercia y
- la miopía de la Unión Europea,
- cuyo respaldo a la iniciativa
francesa, estas tres últimas semanas, ha sido casi grosero, y
- cuya falta de impulso político se
ha vuelto desoladora,
igual que los mercadeos actuales a propósito
del presupuesto comunitario.
El martes pasado, en
Estrasburgo, mientras exponía ante el Parlamento
Europeo su visión de una unión más ambiciosa, François
Hollande
- ya no daba la imagen
de un político “normal”,
- ligeramente
sobrepasado por su cargo: gracias a su guerra africana,
- se ha convertido en
presidente de pleno derecho de la República.
Tras ocho meses difíciles en los que le ha
costado situarse, vacilante, voluble, reacio a tomar decisiones entre unos
asesores desorientados, acompañado de un primer ministro que se le parece
demasiado para serle de verdadera utilidad, por fin ha sentido cómo le
acariciaba la mejilla el viento de la Historia.
- “¡Acabo de vivir, sin duda, el día
más importante de mi vida política!”,
exclamó el sábado en la gran plaza
de Bamako, con
- una fórmula asombrosa por su
candor y su narcisismo,
- embriagado antes de regresar a la
rutina y sus crueldades.
La primera, la de los
sondeos.
- El presidente sigue batiendo
marcas de impopularidad: el 38% de opiniones favorables, y
- no se espera ninguna recuperación
significativa.
El Elíseo esperaba mucho de otra táctica,
justificada por ciertas promesas de campaña del candidato Hollande. Como
- la situación económica sigue
siendo pesimista y
- el Gobierno debe revisar de nuevo
sus previsiones a la baja,
- ¡distraigamos a los
franceses a base de grandes debates sociales!
- Matrimonio homosexual,
- ayuda médica a la procreación,
- cambio en la atribución del
apellido para todos los niños que nazcan en el futuro...
A base de imponer en el Parlamento una
agenda de reformas que dividen a la opinión pública sin satisfacer nunca del
todo a los grupos de presión interesados, el Gobierno se expone a los mismos
peligros que sufrió en sus comienzos de descontrol y desacuerdos dentro
de su mayoría.
- Peor aún, el clima social no deja
de empeorar.
En el sector
público, los docentes y funcionarios en huelga
- han demostrado que los
corporativismos no están dispuestos a
- hacer ninguna concesión a la
izquierda en el poder.
En el sector
privado, la situación se ensombrece todavía más:
- una industria del automóvil
—Peugeot, Renault y sus subcontratistas— en grave peligro,
- récord de cierres de empresas y
- un desempleo que, sin alcanzar el
nivel español, continúa creciendo.
- Los planes sociales en ráfagas
atizan
- la indignación de los trabajadores
y la angustia colectiva.
- La guerra, para
los franceses, no tiene más que un frente:
- el de la crisis
económica y el paro.
- Lo importante no
son ya las caricias de la Historia,
- sino las iras del
pueblo.
Christine Ockrent - El País - Madrid - 8-Feb-2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario