Qué raro ser kirchnerista en estos días. Los
escucho, los leo, los imagino: debe ser muy raro.
El problema no es que tengan que defender desde el
antiimperialismo los contratos con la Chevron, ni desde el indigenismo la
represión a los indios, desde el garantismo la imputabilidad de los chicos de
14, desde los derechos humanos la ley antiterrorista el espionaje militar la
recuperación del ejército, desde la democracia a Insfrán, Gioja, Sapag, Hadad, Manzano, desde la izquierda a Daniel Scioli o Guillermo Moreno o Néstor
Kirchner, desde la verdad la pavada del Indec, desde el peronismo la diáspora
sindical, desde el populismo la inflación o el crecimiento de las villas o los
asesinatos ferroviarios o los engaños a los jubilados, desde la independencia
económica la dependencia energética.
Eso no es tan grave: ya se habían acostumbrado.
Siempre podían decir que era lo que había votado el 54% o cualquier
otro argumento patotero, de esos que creen que anulan la necesidad de
argumentos. Y, sobre todo: lo hacían con la convicción de que servía para el
futuro: con el espíritu teleológico de cualquier buena militancia. Ahora, en
cambio.
* * *
(No, hermano, una cosa es tragar sapos sabiendo que
vamos para adelante, que le seguimos dando con fe, que los hijosdeputa esos la
tienen adentro. Ahí no te importa tanto, sabés que las revoluciones se hacen con
barro y en el barro siempre se mezcla un poco de mierda y te la bancás y le das
como sea. No, lo que se me hace difícil es mirar para otro lado y taparme la
nariz cuando tenés la sensación de que esto ya no va a ninguna parte,
¿no?)
* * *
El fin de fiesta es un momento triste. Se prenden
las luces, se apaga gimonte, se encienden el cansancio y el hastío, en las caras
aparecen las manchas, las arrugas: cada quien se parece demasiado a sí mismo –y
no siempre es bonito de ver.
Los kirchneristas –más o menos– convencidos tienen
esa sensación de botellas vacías, luz de tubo. Y entrecierran los ojos para
tratar de ver y buscan en sus recuerdos cómo era, y tratan de convencerse de que
en una de ésas sigue siendo. Pero está tan difícil.
* * *
(Lo que más me duele es que no entiendo qué fue lo
que pasó. Iba todo bien, seguíamos ganando, la gente estaba con nosotros, nos
votaban, nos aplaudían, y de pronto esto. No entiendo, de verdad no entiendo.
Capaz que de verdad el poder de los grupos concentrados es tan grande que al
final nos torcieron el brazo, que consiguieron convencer a todos estos de que…
No sé de qué los convencieron. ¿De que somos corruptos, de que somos inútiles?
La verdad, no sé de qué los convenció la corpo pero se ve que fue de algo muy
fuerte porque si no no se explica, si estaban todos con
nosotros...)
* * *
Se encuentran –a veces evitan encontrarse–,
discuten, piensan, discuten, tratan de no pensar. Por supuesto, hay de todo. No
es lo mismo el profesional o comerciante o empleado o estudiante que se
entusiasmó porque vio que por primera vez en su vida un gobierno le daba algo
para entusiasmarse –e iba a la plaza cuando llamaban a la plaza y trataba de
convencer compañeros de trabajo y se peleaba con el cuñado en los almuerzos– que
el militante de 30 horas por día. Y, de los de 30 horas, tampoco es lo mismo el
que lo hacía por pura vocación –o tenía si acaso algún puestito que le daba un
sueldo para poder hacerlo, nada, unas luquitas– que el que, ya que estaba, se
había acomodado para el campeonato y ahora se pregunta qué va a ser de su
vida.
* * *
(Y ahora estos hijos de puta son los primeros que
corren, ratas de albañal, los primeros. Hace tres meses te gritaban que iban a
dar la vida por la causa y ahora lo que dan es el número de la blackberry al
primer massista que se les cruza, reventados del orto. Capaz que es por tipos
como ésos que ahora estamos así. Sí, seguro que es por tipos como ésos. Porque
para mí la presidenta no hizo nada mal. Aunque quizá sí, voy a arriesgar: en una
de esas lo que le faltó fue un poco más de firmeza, ponerlos en vereda más en
serio, ser más dura con los oligarcas y no dejarse rodear por esos aduladores
que ahora salen corriendo. Si la hubiera hecho con nosotros, con los
auténticos…)
* * *
Se encuentran –a veces evitan encontrarse–,
discuten, piensan, discuten, tratan de no pensar. Los mejores intentan mantener
las viejas convicciones –aunque les resulta cada vez más complicado: se
necesitaba mucho triunfo, mucha confirmación externa para sostener ciertas
contradicciones.
La psiquiatra Elisabeth Kúbler-Ross definió las
cinco etapas que atraviesa un individuo cuando se entera de que se va a morir.
La primera –la fase de la negación– ya pasó: por más habilidad que hayan
acumulado en estos años ya no consiguen hacerse los boludos. Ahora están, según
quienes, entre las dos fases siguientes: el cabreo o la negociación. O –son
peronistas– ambas asimetrías a la vez. Y algunos –siempre hay precursores– ya
están entrando en la cuarta etapa, la de la depresión. A la quinta –la
aceptación– todavía no llegaron.
* * *
(Ya me los imagino de acá a un par de años –qué digo
un par de años, para algunos van a ser unos meses–, enganchadísimos con la
contra, dando cátedra, hablando de lo mal que le hizo a la Argentina el
kirchnerismo; esos hijos de puta siempre caen parados, y por eso estamos como
estamos. Pero nosotros los de siempre vamos a seguir dándole. Sí, es cierto que
va a ser más difícil, que no vamos a tener la guita, los medios, la banca que
teníamos. Pero mejor, va a ser más auténtico, vamos a quedar los de verdad y va
a ser más en serio…)
* * *
Para muchos, por supuesto, ser kirchneristas era un
trabajo como cualquier otro, una fuente de ingresos. Esos ya están empezando a
pensar con qué van a reemplazarlo, de dónde van a sacar el diario sustento -y,
sobre todo, el próximo veraneo en las Seychelles. Son los que están contentos
con las concesiones que está haciendo el gobierno últimamente: imaginan que
puede ser la forma de durar un poco más, de postergar el momento de buscar
laburo.
Para otros era una mezcla que unía lo útil a lo
agradable –y algunos van a lamentar más la plata, otros más la esperanza. Estos
preferirían perder "sin bajar las banderas". Aunque ahora descubren que pueden
hacer las dos cosas al mismo tiempo, pero todavía piensan que, si las mantienen
erguidas, en el mediano plazo van a poder volver, recuperarlas. E incluso, por
momentos, se descubren viéndole el lado bueno a la derrota: que cuando sean
oposición –imaginan–, cuando estén en el llano, podrán rearmar el mito del mejor
gobierno de la historia del mundo mundial sin que el relato choque todos los
días contra la realidad.
Pero, en los momentos de lucidez que incluso a veces
tienen, se preguntan si de verdad serán oposición: si quedarán suficientes como
para seguir llevando los trapos al mañana. Y en las noches de insomnio algunos
se confiesan lo que no querrían decirse: que les vendría tanto mejor que los
echaran con alguna violencia, con alguna épica, para no tener que aceptar que
perdieron por bobos, que desperdiciaron el mayor capital electoral de la
Argentina reciente porque no supieron qué hacer con él, cómo llevarlo a buen
puerto –o a cualquier otra parte. Y que en cambio, si los echan, el relato va a
ser mucho más fácil de contar.
* * *
(Cómo me gustaría estar ahí, ponerles el pecho a las
balas de los oligarcas, caer peleando. Lo triste es irse así, como quien silba,
sin dar la pelea. Aunque tampoco es cierto: flor de pelea dimos estos diez años,
por eso ahora nos tratan así, nos tiran con todo. Les tocamos bien el orto y
saltaron, claro que saltaron, y nos las hacen pagar. Pero el pueblo no es tonto,
va a entender. Capaz ahora está un poco confundido pero a la larga va a entender
que nosotros somos los únicos que los defendimos, esto es un movimiento
histórico, carajo, y por eso yo sé que no vamos a bajar las banderas, vamos a
seguir pase lo que pase, y algún día vamos a volver. Volveremos, sí. Seguro
volveremos. Bueno, espero.)
* * *
Raro ser kirchnerista en estos días:
triste.
Aunque creo que lo más peor les llegará en unos
años, cuando empiecen a preguntarse cómo fue que perdieron toda una década de su
vida siguiendo a un par de truchimanes. Y nos la hicieron perder a los demás.
Pero no se preocupen: no vamos a pedirles cuentas. Solo los vamos a mirar con la
penita que merecen, sin rencores.
Martín Caparrós - El País - Madrid - 9-Sep-2013
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