Para los verdaderos liberales,
la desigualdad no es el problema.
El problema es la
pobreza.
A muchas personas, el mero hecho de formular esta pregunta les parece
inaceptable.
Evidentemente, piensan ellos,
- la desigualdad es un gran problema.
Como diría la Presidenta Bachelet:
- la desigualdad es nuestro "gran enemigo".
La declaración de Bachelet, sin duda en sintonía con
el Zeitgeist, no es
irrelevante.
Como advirtiera John Stuart Mill,
- el clima de opinión intelectual define en buena medida
- la evolución institucional de un país y puede tener
consecuencias desastrosas.
De ahí que sea pertinente
- examinar el postulado
igualitarista críticamente de modo de establecer
- qué es realmente lo que
ataca y
- qué es lo que propone.
Como primera cuestión,
este ejercicio requiere
- analizar cuál es el origen de la
desigualdad.
- Y este no es otro, como notó Courcelle-Seneuil
hace un siglo y medio, que
- la naturaleza
humana.
- Todos somos diferentes, es decir,
desiguales.
Nuestros talentos,
capacidades, inteligencia, disposición al esfuerzo y todos los demás factores
que definen nuestro ingreso varían de una persona a otra.
En una
sociedad de personas libres
- estas desigualdades afloran
permitiendo que cada uno haga
- el mejor uso de los talentos, suerte
y capacidades de que dispone
- para servir a otros.
Esto es lo que se conoce
como principio de división del trabajo que
Adam Smith explicara tan magistralmente en "La Riqueza
de las Naciones", obra poco leída por liberales y aún menos leída
por los críticos del liberalismo.
Bajo un "sistema de
libertad natural", como lo llamó Smith,
habrá algunos que sean panaderos, otros ingenieros, habrá abogados, herreros,
profesores, deportistas, campesinos, obreros, etc.
También habrá muchos que cambien de
profesión en el camino, mientras otros comenzarán pobres y terminarán ricos, y
viceversa.
En este sistema
- los ingresos variarán de acuerdo a
la valoración que
- el resto de los miembros de la
sociedad hace del aporte de cada persona.
Se trata de
- un sistema que satisface necesidades y
deseos ajenos, y en el cual
- los méritos no juegan
ni pueden jugar un rol
relevante.
Cuando usted va a comprar
carne de cerdo no le interesa
saber si el carnicero fue personalmente a cazar, cuchillo en
mano, un jabalí en la montaña o si el animal fue producido en masa a un mínimo
esfuerzo.
Tampoco le
interesa si el productor de un cierto bien es buena persona.
- Usted no paga por el mérito sino por el
producto.
- Si es bueno y a un precio razonable, lo
compra;
- si no, busca otro.
En ese sentido
- el consumidor, como
explicó Ludwig von Mises, es despiadado y
- el empresario está obligado
a satisfacerlo si quiere
sobrevivir.
Esta libertad de
- elegir de acuerdo a las
propias valoraciones constituye
- la esencia de la democracia del
mercado y es lo que explica que
- Alexis Sánchez gane miles de veces más por
patear una pelota que
- una enfermera por salvar vidas, a pesar de que
- lo primero sea menos meritorio que lo
segundo.
Lo fascinante de este
sistema de libertad es que,
- a pesar de contravenir intuiciones de
justicia bastante generalizadas,
- es sin duda alguna el que permite el
mayor progreso económico y social
- para todos los miembros de la
comunidad.
Si mañana un ingeniero japonés
descubriera la fórmula para producir energía limpia a costo casi cero, no solo
ese ingeniero se haría millonario, sino que el ingreso de la mayoría de los
habitantes del mundo se incrementaría exponencialmente.
Esa es la historia del
capitalismo,
- el que indudablemente no produce
igualdad sino riqueza.
Cuando
Friedrich Hayek observó, para escándalo de los
socialistas, que
- la desigualdad era parte fundamental
de la economía de libre mercado,
- no estaba más que constatando que
- esta se deriva de el principio de división del trabajo
- sobre el
que descansa nuestro bienestar y nuestra
civilización.
En ese contexto, sostener, como hizo
Bachelet, que
- la desigualdad es el enemigo equivale
a afirmar que
- la libertad y la diversidad humana
son el enemigo. Si no fuera así y
- la libertad no fuera considerada el enemigo,
- no sería necesario reemplazar
la cooperación voluntaria de las personas por
- intervención
estatal, que es lo que proponen los igualitaristas a sabiendas de que
- solo el Estado permite alcanzar,
mediante la coacción,
- resultados políticamente deseados como la
igualdad.
La mejor prueba de que la
búsqueda de igualdad es, a pesar del
notable esfuerzo de John Rawls,
- necesariamente incompatible con la libertad
son los regímenes totalitarios socialistas.
Su máxima fue precisamente que
- la desigualdad y, por tanto, la economía libre
eran el gran enemigo.
El resultado es conocido. Obviamente,
esto no es lo que pretende Bachelet ni la mayoría de
los igualitaristas. Pero el camino que proponen
recorrer, muchas veces con las mejores intenciones, sin duda
conduce en la dirección de
- restringir la libertad de las personas
afectando el bienestar de la sociedad.
La fórmula liberal, por el
contrario,
- propone maximizar espacios de libertad y
- ayudar solo a quienes por sus medios no logran
surgir.
En otras
palabras, para los verdaderos liberales
- la desigualdad no es el problema.
- El problema es la pobreza.
- Lo que importa es que todos estén mejor y no
que estén igual.
Si un liberal tuviera que
elegir entre duplicar los ingresos actuales de todos los chilenos, desde el más
rico al más pobre, manteniendo con ello la desigualdad relativa existente hoy, o
reducir a la mitad los ingresos del 15% más acomodado para convertirnos en un
país muchísimo más igualitario, el liberal elegiría la primera opción. En
cambio, un igualitarista convencido, como Bachelet, de que la desigualdad y no
la pobreza es el gran enemigo a ser derrotado, preferiría la segunda opción
- desmejorando a algunos sin mejorar a
nadie.
Axel Kaiser - El Mercurio - Sgo. de Chile - 25-Mar-2014
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