Mi opinión es que lo de verdad arriesgado y valiente es hablar de "la masa".
No he leído el "manifiesto de Jaron Lanier" al que el domingo se refería Llàtzer Moix en su artículo en este diario, pero con su análisis queda clara la desazón de Lanier al ver hacia dónde está derivando la red que él contribuyó a articular.
Leía e iba subrayando frases que me emocionaban por su exactitud.
- Un subrayado: "Internet ya no es lo que era, lo que empezó como un espacio de enriquecedor intercambio entre individuos se ha convertido en una especie de deidad colectiva".
- Otro: "Entronización de la masa, de la muchedumbre".
- Otro: "Quienes en realidad dominan la red, unos nuevos señores feudales –verbigracia, Google– que hacen y deshacen a su antojo".
- Y la demoledora conclusión: "Los nuevos señores de la red tienen por vasallos a incontables clientes crecidos en la convicción de que los productos culturales son gratis total y sus autores viven del aire. Como si pillar los frutos del trabajo ajeno sin pagar fuera muy cool.
Como si este robo institucionalizado no entrañara un riesgo cierto para la supervivencia de muchos cantantes, escritores, cineastas, periodistas, editores y demás profesionales que se dedican a lo que creen saber hacer y aspiran –¡qué extravagancia!– a vivir de ello".
Hay columnistas políticos que chulean de que lo arriesgado, lo valiente, es hablar de política, no de las menudeces de la vida.
Mi opinión es que lo de verdad arriesgado y valiente es hablar de la masa, de esa muchedumbre a la que se refieren Moix y Lanier.
Una masa que antes daba sus opiniones en el bar, mientras se comía su pincho de tortilla, y nos explicaba cómo había que dirigir el país o cómo solucionaría "lo de la inmigración".
Pero la masa ya no sólo da sus opiniones en el bar sino en los foros de internet, con seudónimo y total impunidad.
El domingo, en un e-mail, Jordi Basté me explicaba que a partir del martes –ayer– el Avui, en su web, sólo acepta opiniones de personas que previamente se hayan identificado. Fíjense en el vapuleo al que someten a todo aquel que se atreve a criticar el dogma según el cual "la piratería" –la descarga ilegal de canciones, pongamos– es uno de los derechos humanos básicos. Ramoncín o Víctor Manuel, por ejemplo.
Moix escribía: "Maoísmo digital, lo llama Lanier, quien harto ya de este pensamiento de la colmena se ha convertido en algo parecido a un apóstata digital".
Antes nos quedábamos pasmados cuando nos explicaban que, en Cuba, el castrismo había abolido los derechos de autor, y pensábamos lo bueno que era vivir en una democracia.
Pues ahora, en "internet, una cierta variante del castrismo" –tecnológica, demagógica y mesiánica– se expande a mil por hora.
En los últimos años de su vida, el gran escritor Stanislaw Lem empezó a usar internet y enseguida vio de qué iba la cosa.
Dejó escrito: "Hasta que empecé a utilizar internet no sabía que en el mundo había tantos idiotas".
Que conste en acta.
Quim Monzó - "La Vaguardia" - Barcelona - 27-Ene-2010
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