El Papa
Francisco ha dado su versión del mercado. Es muy negativa. La tituló
Alegría del Evangelio.
Llega a decir que el
capitalismo mata, cuando es evidente que, en los últimos dos
siglos,
- las libertades
políticas,
- la economía de mercado
y
- la empresa privada,
combinadas,
- han sido los factores
que han mejorado y alargado sustancialmente la existencia de las
personas.
Francisco,
incluso, cita a San Juan Crisóstomo, que fue
el peor de los antisemitas del antiguo mundo
cristiano, y hace suya la frase: "No compartir con los
pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son los nuestros,
los bienes que poseemos; son los suyos".
Como se pregunta el economista
argentino Benegas Lynch: ¿estará incitando
a los italianos pobres a que asalten los tesoros del Vaticano con ese alegato
contra los derechos de propiedad?
Dice
Francisco: "Mientras las ganancias de unos
pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos
del bienestar de esa minoría feliz.
Este desequilibrio
proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la
especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los
Estados, encargados de velar por el bien
común".
Curiosamente, sin referirse a ella,
Francisco niega, implícitamente, la
encíclica "Centesimus Annus" promulgada por Juan Pablo
II en 1991 tras el colapso del comunismo.
El polaco fue un decidido
apologista del mercado, tal vez porque había vivido la experiencia
del colectivismo marxista.
Como todo el mundo es hijo de su
circunstancia,
- el argentino es un detractor del
mercado.
- Creció en medio de la
jerigonza peronista en materia económica
(aunque los peronistas no
lo quieren demasiado).
En todo caso, es muy difícil
- haber
alcanzado la edad adulta
- en medio del ruido y la furia del populismo y
- que no
hayan quedado cicatrices y deformaciones.
- ¿Con cuál de los dos papas
se queda uno?
Allá los católicos con ese dilema. Yo,
gracias a Dios, soy agnóstico.
Michelle
Bachelet, que también es agnóstica, sin embargo,
- no
anda muy lejos del papa Francisco en su rechazo al mercado.
Coinciden en la sospecha de que
- esa maligna forma de asignar bienes
y recursos
- es culpable de los bolsones de pobreza que hay en el
mundo y,
- especialmente, de la desigualdad que se
observa en Chile.
Aceptémoslo con cierta melancolía:
América Latina es mayoritariamente populista.
En conjunto, la sociedad
latinoamericana está más cerca del criterio del papa Francisco y de Michelle
Bachelet que de quienes pensamos que el mercado y no los
funcionarios públicos o los comisarios políticos son el resorte económico que
disminuye la pobreza y crea y redistribuye la riqueza de un forma menos
imperfecta y más ajustada a la moral.
Chile, precisamente, es un caso que lo
demuestra.
Es verdad que, de acuerdo con el índice
Gini, es un país muy desigual en el
que
- el 10% más rico recibe 35 veces más que el 10% más
pobre,
pero ese dato
- no revela toda la complejidad de
la desigualdad.
- El país menos
desigual del mundo es Azerbaiyán.
- Jamaica y Sierra Leona
tienen mejores índices de desigualdad
- que EE.UU y Chile.
¿Y qué?
El igualitarismo es una
quimera perversa que conduce a la miseria colectiva.
Que se lo pregunten, si no,
- a los
chinos de la terrible era maoísta o
- a los cubanos.
- Incluso, que se lo pregunten a Raúl
Castro.
Carlos Alberto Montaner - El País - Uruguay - 23-Dic-2013
Ideas por las que tacharon
de marxista al Papa Francisco
Su contenido evidencia la experiencia de un
hombre que ha nacido y crecido en una Latinoamérica que ha sufrido tantas crisis
y tanta injusticia, en una Argentina como la de 2001, cuando él era arzobispo de
Buenos Aires y el pueblo se levantaba ante la debacle política, económica y
social.
Aquí seleccioné algunas frases interesantes
que sobre economía vertió el Papa, mezcladas con enlaces a artículos vinculados
de este blog y algunas canciones de la música popular iberoamericana sobre la
Navidad de los pobres.
“Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un
límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que
decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía
mata”, escribe Francisco.
Porque pese a las mejoras sociales logradas en el siglo XXI
y a que los medios de comunicación se centran en hablar de la nueva clase media
y sus protestas, todavía hay demasiados pobres que
quizás no llaman la atención con sus quejas, que tal vez ya no pasan
tanto hambre como antes, pero que demandan soluciones que en los
últimos dos años de desaceleración económica continental han sido
relegadas.
“No puede ser que no sea noticia que muere
de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos
puntos en la bolsa. Eso es exclusión”, dice Bergoglio.
“No se puede tolerar más que se tire comida
cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad.
Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de
la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia
de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas:
sin trabajo, sin horizontes, sin salida”, dice el Papa.
"Se considera al ser humano en sí mismo como un
bien de consumo, que se puede usar y luego tirar.
Hemos dado inicio a la cultura del
‘descarte’ que, además, se promueve.
Ya no se trata simplemente del fenómeno de la
explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con
la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad
en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la
periferia, o sin poder, sino que se está fuera.
Los excluidos no son ‘explotados’ sino
desechos, ‘sobrantes’”, añade Francisco.
En Argentina y ahora como obispo de Roma ha denunciado
siempre el trabajo esclavo aún vigente en este
mundo.
“En este contexto, algunos todavía defienden
las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento
económico, favorecido por la libertad de mercado,
logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en
el mundo”, dice el máximo pontífice.
“Esta opinión (la del derrame), que jamás ha
sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua
en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos
sacralizados del sistema económico imperante.
Mientras tanto, los excluidos siguen esperando.
Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros,
o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado
una globalización de la indiferencia.
Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de
compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante
el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una
responsabilidad ajena que no nos incumbe.
La cultura del bienestar nos
anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que
todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de
posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”,
afirma Francisco.
“Una de las causas de esta
situación se encuentra en la relación que hemos establecido con
el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su
predominio sobre nosotros y nuestras sociedades.
La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que
en su origen hay una profunda crisis antropológica:
¡la negación de la primacía del ser
humano! Hemos creado nuevos ídolos.
La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una
versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la
economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente
humano.
La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía
pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave
carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de
sus necesidades: el consumo”, critica el jefe de la Iglesia
católica.
“Mientras las ganancias de unos pocos crecen
exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar
de esa minoría feliz.
Este desequilibrio proviene de ideologías que
defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación
financiera”, observa Francisco.
“De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados,
encargados de velar por el bien común.
Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual,
que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la
deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su
economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real”, relata el Papa.
“A todo ello se añade una corrupción ramificada
y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones
mundiales”, dice Bergoglio.
“El afán de poder y de tener no conoce límites. En este
sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios,
cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los
intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta”, añade el
obispo de Roma.
El papa latinoamericano dice que “la ética
suele ser mirada con cierto desprecio burlón” y “lleva a un Dios
que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del
mercado”.
Más adelante cita a Juan
Crisóstomo, un santo del siglo IV: “Animo a los expertos
financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un
sabio de la antigüedad: ‘No compartir con los pobres los propios
bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos,
sino suyos’”.
“Hoy en muchas partes se reclama mayor
seguridad. Pero hasta que no se reviertan la
exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos
será imposible erradicar la violencia.
Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos
pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de
guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su
explosión”, sentencia Francisco.
“Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en
la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni
recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la
tranquilidad.
Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la
reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el
sistema social y económico es injusto en su raíz.
Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido,
que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar
silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido
que parezca.
Si cada acción tiene consecuencias, un mal
enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de
disolución y de muerte.
Es el mal cristalizado en estructuras sociales
injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro
mejor. Estamos lejos del llamado ‘fin de la historia’, ya que
las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavía no
están adecuadamente planteadas y realizadas”, refuta al politólogo
estadounidense Francis Fukuyama, que proclamaba a
principios de los 90 el triunfo del mercado tras la caída del comunismo en
Europa.
“La inequidad genera tarde o temprano una violencia que las
carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás.
Sólo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor
seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más
que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos.
Algunos simplemente se regodean culpando a los
pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas
generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una
‘educación’ que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e
inofensivos.
Esto se vuelve todavía más irritante si los
excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción
profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e
instituciones– cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”,
advierte Francisco.
“La necesidad de resolver las causas
estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una
exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para
sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá
llevarla a nuevas crisis.
Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias,
sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras.
Mientras no se resuelvan radicalmente los
problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los
mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales
de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva
ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales”,
concluye Francisco.
“Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano
invisible del mercado.
El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento
económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas,
mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del
ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción
integral de los pobres que supere el mero asistencialismo.
Estoy lejos de proponer un populismo
irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a
remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar
la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos
excluidos”, advierte el Papa. Aquí,
“La paz social no puede
entenderse como un irenismo o como una
mera ausencia de violencia lograda por la imposición
de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como
excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los
más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan
sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como
pueden.
Las reivindicaciones
sociales, que tienen que ver con la distribución
del ingreso, la inclusión social de los
pobres y los derechos humanos,
no pueden ser sofocadas con el pretexto de
construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz.
La dignidad de la persona humana y el bien
común están por encima de la tranquilidad de algunos que no
quieren renunciar a sus privilegios”, continúa el prelado romano.
Alejandro Rebossio - El País - Madrid - 24-Dic-2013