En los dos últimos siglos nos hemos dedicado a reforzar el paradigma de que los seres humanos nos movemos sólo por un afán egoísta, que nos lleva a poner nuestro interés individual por sobre el del resto, privilegiando siempre el obtener.
Este ha sido el motor del capitalismo, desde Adam Smith en adelante, que ha traído consigo
- un crecimiento sin precedentes en la historia de la humanidad,
- liberando las infinitas capacidades individuales que,
- producto de ideologismos que niegan o buscan coartar este rasgo esencial de la naturaleza humana,
- han quedado aprisionadas por superestructuras sociales de carácter artificial.
Con todo, lo cierto es que el interés individual no es el único motor que nos mueve. También tenemos otro, más escondido, pero igualmente poderoso, y que aparece cuando el primero se queda sin combustible, cuando el tener más ya no es una motivación.
Este es el motor del servicio a los demás, que emerge de esa fibra de trascendencia que también es propia de la naturaleza humana.
- No sólo buscamos obtener para nosotros,
- sino también entregarnos a otros;
- no sólo tenemos ambiciones,
- sino también aspiraciones.
¿Hacia un nuevo orden?
Estos dos motores que mueven a las personas encuentran, consecuencialmente, una expresión en el orden social. Sólo que, hasta hace algunas décadas, parecían correr por caminos paralelos.
- El sector privado se movía con el motor del obtener, y
- el sector social se movía con el motor del entregar.
Pero claro, como el primero de ellos tiende a encenderse antes y a empujar por sí solo, el sector privado se desarrolló con fuerza desde el momento en que se le dio legitimidad al interés individual, mientras que el sector social fue avanzando muy lentamente, con los recursos humanos y materiales desperdiciados por el sector privado.
- ¿Y el sector público?
Bueno, se ha hecho cargo de sus roles más clásicos, pero no ha sido el mejor ejemplo en su rol social, pues en él conviven, las más de las veces en conflicto,
- el deseo de servir y
- el deseo de servirse
- ¿Qué ha pasado, entonces, que esos dos caminos han empezado a buscar puntos de convergencia?
La simple constatación de que el mundo, particularmente en los últimos 25 años, ha crecido a tasas nunca antes vistas, pero no lo ha hecho para todos, lo que significa que hoy, a pesar de los innegables avances, existen mil millones de personas que viven con menos de un dólar al día.
En otras palabras, nunca como hoy se hace tan necesario buscar una respuesta al dilema del desarrollo:
- ¿Cómo crear riqueza y, al mismo tiempo, construir una sociedad en la que nos sintamos orgullosos de vivir?
Bill Gates es quizás la encarnación actual más visible de alguien que, habiendo generado una riqueza sin precedentes impulsado por el motor del interés individual, está involucrado como pocos lo han hecho en la solución de problemas sociales, impulsado ahora por el motor del servicio a otros.
Tanto, que en junio de 2008 dejó su rol de ejecutivo máximo en Microsoft para dedicarse de cuerpo entero a la Fundación Bill y Melinda Gates, acuñando entonces el concepto de "Capitalismo Social", el que luego rebautizó como "Capitalismo Creativo".
Y lo explicó así:
"El capitalismo ha mejorado la vida de miles de millones de personas, algo que es fácil olvidar en tiempos de gran incertidumbre económica. Pero ha dejado fuera a miles de millones más.
Este ha sido el motor del capitalismo, desde Adam Smith en adelante, que ha traído consigo
- un crecimiento sin precedentes en la historia de la humanidad,
- liberando las infinitas capacidades individuales que,
- producto de ideologismos que niegan o buscan coartar este rasgo esencial de la naturaleza humana,
- han quedado aprisionadas por superestructuras sociales de carácter artificial.
Con todo, lo cierto es que el interés individual no es el único motor que nos mueve. También tenemos otro, más escondido, pero igualmente poderoso, y que aparece cuando el primero se queda sin combustible, cuando el tener más ya no es una motivación.
Este es el motor del servicio a los demás, que emerge de esa fibra de trascendencia que también es propia de la naturaleza humana.
- No sólo buscamos obtener para nosotros,
- sino también entregarnos a otros;
- no sólo tenemos ambiciones,
- sino también aspiraciones.
¿Hacia un nuevo orden?
Estos dos motores que mueven a las personas encuentran, consecuencialmente, una expresión en el orden social. Sólo que, hasta hace algunas décadas, parecían correr por caminos paralelos.
- El sector privado se movía con el motor del obtener, y
- el sector social se movía con el motor del entregar.
Pero claro, como el primero de ellos tiende a encenderse antes y a empujar por sí solo, el sector privado se desarrolló con fuerza desde el momento en que se le dio legitimidad al interés individual, mientras que el sector social fue avanzando muy lentamente, con los recursos humanos y materiales desperdiciados por el sector privado.
- ¿Y el sector público?
Bueno, se ha hecho cargo de sus roles más clásicos, pero no ha sido el mejor ejemplo en su rol social, pues en él conviven, las más de las veces en conflicto,
- el deseo de servir y
- el deseo de servirse
- ¿Qué ha pasado, entonces, que esos dos caminos han empezado a buscar puntos de convergencia?
La simple constatación de que el mundo, particularmente en los últimos 25 años, ha crecido a tasas nunca antes vistas, pero no lo ha hecho para todos, lo que significa que hoy, a pesar de los innegables avances, existen mil millones de personas que viven con menos de un dólar al día.
En otras palabras, nunca como hoy se hace tan necesario buscar una respuesta al dilema del desarrollo:
- ¿Cómo crear riqueza y, al mismo tiempo, construir una sociedad en la que nos sintamos orgullosos de vivir?
Bill Gates es quizás la encarnación actual más visible de alguien que, habiendo generado una riqueza sin precedentes impulsado por el motor del interés individual, está involucrado como pocos lo han hecho en la solución de problemas sociales, impulsado ahora por el motor del servicio a otros.
Tanto, que en junio de 2008 dejó su rol de ejecutivo máximo en Microsoft para dedicarse de cuerpo entero a la Fundación Bill y Melinda Gates, acuñando entonces el concepto de "Capitalismo Social", el que luego rebautizó como "Capitalismo Creativo".
Y lo explicó así:
"El capitalismo ha mejorado la vida de miles de millones de personas, algo que es fácil olvidar en tiempos de gran incertidumbre económica. Pero ha dejado fuera a miles de millones más.
Los gobiernos y las organizaciones sin fines de lucro tienen un rol irremplazable en ayudarlos, pero tomará demasiado tiempo si quieren hacerlo solos. Son principalmente las compañías las que tienen las competencias para hacer que las innovaciones tecnológicas funcionen para los pobres.
Para sacarle el máximo provecho a esas competencias, necesitamos un capitalismo más creativo:
- un intento para estirar el alcance de las fuerzas del mercado, de modo que más compañías se beneficien por trabajar para mejorar la calidad de vida de más personas".
Cualquiera sea su expresión concreta, lo probable es que estamos siendo testigos del surgimiento de una versión renovada del capitalismo,
- un Capitalismo 2.0, que ya no se limita al sector privado, sino que se extiende, a través de múltiples vías, al sector social.
Las huellas de la nueva tendencia
- ¿Cómo ha ido avanzando esta tendencia, para que podamos estar hablando hoy de una versión evolucionada del capitalismo?
Los primeros pasos, a los que en nuestros días calificaríamos de higiénicos, se dieron hacia mediados del siglo XIX, como reacción al capitalismo en su estado bruto -o brutal dirían algunos-, el llamado capitalismo manchesteriano.
Aún antes de la existencia de leyes sociales que lo limitasen, hubo empresarios que estuvieron dispuestos a obtener menos utilidades con tal de otorgar ciertos beneficios a sus empleados, como
- un fondo de salud,
- limitación de jornada o
- no contratación de niños.
Un paso adicional se comenzó a dar hacia finales de esa centuria cuando Andrew Carnegie, el hombre más rico de la época, fundó 2.509 bibliotecas y donó el 90% de su fortuna antes de morir, dando pie a las grandes donaciones y a la creación de fundaciones personales, como la Ford, que nacería hace poco menos de un siglo.
Dave Packard, uno de los dos fundadores de HP, iría un paso más allá, sentando en 1960 las bases de lo que hoy conocemos como responsabilidad social empresarial (RSE):
"Mucha gente asume, equivocadamente, que una compañía sólo existe para ganar dinero. Aunque éste es un resultado importante, tenemos que ir más a fondo y encontrar las verdaderas razones de nuestra existencia... La gente se junta y forma una compañía para lograr colectivamente algo que no podría lograr separadamente, y que se traduce en una contribución a la sociedad".
Y en los 70 aparecerían las campañas de marketing conectadas con causas de beneficencia, como nuestra Teletón, en que las compañías prometían donar una parte del precio de venta del producto. Hasta aquí, sin embargo, nada muy nuevo bajo el sol, y nada que permitiese decir que estábamos en presencia de un Capitalismo 2.0. Al fin y al cabo, nada de esto sería capaz de producir un impacto contundente y masivo en la calidad de vida de aquéllos que no tenían acceso al mercado, es decir, los que el propio sistema capitalista dejaba fuera.
Sin embargo, las últimas dos décadas han sido testigos de una profundización radical en el involucramiento de agentes y prácticas del sector privado en el sector social. Es aquello de lo que Matthew Bishop, jefe de la oficina de Nueva York de la revista The Economist, da cuenta en su libro "Capitalismo Filantrópico: ¿Cómo los ricos pueden cambiar el mundo?".
Este sugerente título sirve para ilustrar el reciente fenómeno por el que una cantidad cada vez más grande de dinero privado -junto con las conexiones y la reputación de los donantes- se pone al servicio de causas sociales, pero con la misma aptitud que el capitalista usa en sus negocios:
- agresividad,
- sentido del riesgo,
- eficacia y, sobre todo,
- atención a los resultados.
En otras palabras, gestión privada aplicada a problemas sociales. Y los ejemplos son crecientes: desde Bill Gates y su fundación hasta inversionistas como Warren Buffett, pasando por los grandes visionarios como
- Ted Turner (CNN),
- Richard Branson (Virgin) y
- Mo Ibrahim (Celtel);
- los donantes de Silicon Valley;
- las fundaciones de empresas como Google, WalMart y Coca Cola;
- las celebridades filántropas como Bono, Angelina Jolie, Elton John y Bob Geldof; y
- los grandes intermediarios como Bill Clinton o Goldman Sachs.
En síntesis, son tres huellas las que están marcando esta nueva tendencia, que en Chile comienza a dar tímidos pasos:
- a) Un aumento sustancial en la cantidad de dinero privado invertido en causas sociales, proveniente de grandes corporaciones y de millones de donantes individuales;
- b) El involucramiento de ejecutivos experimentados del sector privado en el manejo de estos fondos, con la consecuente utilización de las mejores prácticas de gestión y de innovación, y
- c) El surgimiento del concepto de emprendimientos sociales, esto es, de empresas en las que se combinan el lucro de los dueños con el beneficio gratuito que la sola existencia de ese negocio representa para la sociedad, para cuyo financiamiento, incluso, han surgido los hoy llamados fondos de inversión social.
El desafío adaptativo
Aunque la tendencia es cada vez más visible, el escepticismo respecto de sus beneficios sigue estando presente.
Para muchos, el sector privado debe permanecer donde está, no pretendiendo extenderse a lo social, y asegurándose de hacer bien su trabajo, que no es sólo generar utilidades.
También debe
- pagar impuestos,
- no producir bienes que provoquen daño a la gente,
- retribuir con salarios y beneficios decentes,
- dejar de corromper la política, y
- obedecer las regulaciones que atienden al interés público.
El acento tendría que estar en
Cualquiera sea su expresión concreta, lo probable es que estamos siendo testigos del surgimiento de una versión renovada del capitalismo,
- un Capitalismo 2.0, que ya no se limita al sector privado, sino que se extiende, a través de múltiples vías, al sector social.
Las huellas de la nueva tendencia
- ¿Cómo ha ido avanzando esta tendencia, para que podamos estar hablando hoy de una versión evolucionada del capitalismo?
Los primeros pasos, a los que en nuestros días calificaríamos de higiénicos, se dieron hacia mediados del siglo XIX, como reacción al capitalismo en su estado bruto -o brutal dirían algunos-, el llamado capitalismo manchesteriano.
Aún antes de la existencia de leyes sociales que lo limitasen, hubo empresarios que estuvieron dispuestos a obtener menos utilidades con tal de otorgar ciertos beneficios a sus empleados, como
- un fondo de salud,
- limitación de jornada o
- no contratación de niños.
Un paso adicional se comenzó a dar hacia finales de esa centuria cuando Andrew Carnegie, el hombre más rico de la época, fundó 2.509 bibliotecas y donó el 90% de su fortuna antes de morir, dando pie a las grandes donaciones y a la creación de fundaciones personales, como la Ford, que nacería hace poco menos de un siglo.
Dave Packard, uno de los dos fundadores de HP, iría un paso más allá, sentando en 1960 las bases de lo que hoy conocemos como responsabilidad social empresarial (RSE):
"Mucha gente asume, equivocadamente, que una compañía sólo existe para ganar dinero. Aunque éste es un resultado importante, tenemos que ir más a fondo y encontrar las verdaderas razones de nuestra existencia... La gente se junta y forma una compañía para lograr colectivamente algo que no podría lograr separadamente, y que se traduce en una contribución a la sociedad".
Y en los 70 aparecerían las campañas de marketing conectadas con causas de beneficencia, como nuestra Teletón, en que las compañías prometían donar una parte del precio de venta del producto. Hasta aquí, sin embargo, nada muy nuevo bajo el sol, y nada que permitiese decir que estábamos en presencia de un Capitalismo 2.0. Al fin y al cabo, nada de esto sería capaz de producir un impacto contundente y masivo en la calidad de vida de aquéllos que no tenían acceso al mercado, es decir, los que el propio sistema capitalista dejaba fuera.
Sin embargo, las últimas dos décadas han sido testigos de una profundización radical en el involucramiento de agentes y prácticas del sector privado en el sector social. Es aquello de lo que Matthew Bishop, jefe de la oficina de Nueva York de la revista The Economist, da cuenta en su libro "Capitalismo Filantrópico: ¿Cómo los ricos pueden cambiar el mundo?".
Este sugerente título sirve para ilustrar el reciente fenómeno por el que una cantidad cada vez más grande de dinero privado -junto con las conexiones y la reputación de los donantes- se pone al servicio de causas sociales, pero con la misma aptitud que el capitalista usa en sus negocios:
- agresividad,
- sentido del riesgo,
- eficacia y, sobre todo,
- atención a los resultados.
En otras palabras, gestión privada aplicada a problemas sociales. Y los ejemplos son crecientes: desde Bill Gates y su fundación hasta inversionistas como Warren Buffett, pasando por los grandes visionarios como
- Ted Turner (CNN),
- Richard Branson (Virgin) y
- Mo Ibrahim (Celtel);
- los donantes de Silicon Valley;
- las fundaciones de empresas como Google, WalMart y Coca Cola;
- las celebridades filántropas como Bono, Angelina Jolie, Elton John y Bob Geldof; y
- los grandes intermediarios como Bill Clinton o Goldman Sachs.
En síntesis, son tres huellas las que están marcando esta nueva tendencia, que en Chile comienza a dar tímidos pasos:
- a) Un aumento sustancial en la cantidad de dinero privado invertido en causas sociales, proveniente de grandes corporaciones y de millones de donantes individuales;
- b) El involucramiento de ejecutivos experimentados del sector privado en el manejo de estos fondos, con la consecuente utilización de las mejores prácticas de gestión y de innovación, y
- c) El surgimiento del concepto de emprendimientos sociales, esto es, de empresas en las que se combinan el lucro de los dueños con el beneficio gratuito que la sola existencia de ese negocio representa para la sociedad, para cuyo financiamiento, incluso, han surgido los hoy llamados fondos de inversión social.
El desafío adaptativo
Aunque la tendencia es cada vez más visible, el escepticismo respecto de sus beneficios sigue estando presente.
Para muchos, el sector privado debe permanecer donde está, no pretendiendo extenderse a lo social, y asegurándose de hacer bien su trabajo, que no es sólo generar utilidades.
También debe
- pagar impuestos,
- no producir bienes que provoquen daño a la gente,
- retribuir con salarios y beneficios decentes,
- dejar de corromper la política, y
- obedecer las regulaciones que atienden al interés público.
El acento tendría que estar en
- cómo se gana el dinero más que en cómo se gasta, porque
- haciéndolo bien en lo primero se generaría más beneficio social que desviando la atención hacia lo segundo, que es de menor impacto.
Pero el aporte privado va mucho más allá de los montos donados, y tiene esencialmente que ver con la capacidad de innovación que puede poner a disposición de la solución de los problemas sociales.
Tratándose de
- enfermedades como la malaria o el virus VIH,
- el desarrollo de energías sustitutivas del petróleo,
- la brecha digital,
- el acceso al crédito,
- la incorporación de los grupos más desposeídos a mercados de bienes y servicios, entre tantos otros;
- la creatividad,
- el empuje y
- la gestión eficiente del sector privado
pueden servir para buscar soluciones más rápidas y efectivas.
Sin embargo, para que ello produzca resultados sostenibles y "los ricos puedan cambiar el mundo" -en palabras de Bishop- es posible vislumbrar desde ya algunos desafíos adaptativos, es decir, algunos asuntos en los cuales el sector privado debe adaptar su mirada y su forma de actuar, porque el escenario es distinto.
Desde luego, las culturas del sector privado y del sector social son diferentes, lo que hace difícil la colaboración, al punto que se generan suspicacias y desconfianzas, con etiquetas que se ponen de uno y otro lado para reforzar la posición propia, como las de "ineficientes", "burocráticos" o "lentos", desde una vereda, y "monetizados", "pragmáticos" o "engreídos", desde la del frente.
Pero también está el cómo el sector privado entiende y trabaja los procesos de cambio social, en los que es necesario movilizar no a los clientes, que voluntariamente compran productos y servicios de acuerdo a sus preferencias, sino a los ciudadanos, que muchas veces se resisten a cambiar sus hábitos, sin mencionar siquiera lo que implica lidiar con el mundo político.
Por lo tanto, si bien es cierto que las prácticas de gestión e innovación que aporta el sector privado son de un enorme valor para enfrentar problemas sociales, ellas deben adaptarse a un escenario que muestra diferencias profundas con aquel en que tradicionalmente han sido aplicadas.
De ahí la relevancia que pasa a tener la humildad, para entender que no existen recetas mágicas que se puedan importar fácilmente, y para valorar y entender el trabajo hecho hasta ahora por el sector social.
Pero el aporte privado va mucho más allá de los montos donados, y tiene esencialmente que ver con la capacidad de innovación que puede poner a disposición de la solución de los problemas sociales.
Tratándose de
- enfermedades como la malaria o el virus VIH,
- el desarrollo de energías sustitutivas del petróleo,
- la brecha digital,
- el acceso al crédito,
- la incorporación de los grupos más desposeídos a mercados de bienes y servicios, entre tantos otros;
- la creatividad,
- el empuje y
- la gestión eficiente del sector privado
pueden servir para buscar soluciones más rápidas y efectivas.
Sin embargo, para que ello produzca resultados sostenibles y "los ricos puedan cambiar el mundo" -en palabras de Bishop- es posible vislumbrar desde ya algunos desafíos adaptativos, es decir, algunos asuntos en los cuales el sector privado debe adaptar su mirada y su forma de actuar, porque el escenario es distinto.
Desde luego, las culturas del sector privado y del sector social son diferentes, lo que hace difícil la colaboración, al punto que se generan suspicacias y desconfianzas, con etiquetas que se ponen de uno y otro lado para reforzar la posición propia, como las de "ineficientes", "burocráticos" o "lentos", desde una vereda, y "monetizados", "pragmáticos" o "engreídos", desde la del frente.
Pero también está el cómo el sector privado entiende y trabaja los procesos de cambio social, en los que es necesario movilizar no a los clientes, que voluntariamente compran productos y servicios de acuerdo a sus preferencias, sino a los ciudadanos, que muchas veces se resisten a cambiar sus hábitos, sin mencionar siquiera lo que implica lidiar con el mundo político.
Por lo tanto, si bien es cierto que las prácticas de gestión e innovación que aporta el sector privado son de un enorme valor para enfrentar problemas sociales, ellas deben adaptarse a un escenario que muestra diferencias profundas con aquel en que tradicionalmente han sido aplicadas.
De ahí la relevancia que pasa a tener la humildad, para entender que no existen recetas mágicas que se puedan importar fácilmente, y para valorar y entender el trabajo hecho hasta ahora por el sector social.
Sin esa humildad, es probable que se inviertan millonarios recursos que, al final del día, no sean capaces de generar la transformación social que este tipo de desafíos requiere.
Hacerlo bien y hacer el bien
Más allá de la experimentación, vía ensayo y error, que se podrá observar en los años que siguen, encontrando vías más efectivas para enfrentar problemas sociales desde el sector privado, quizás lo más relevante de esta tendencia que se observa está en lo que pasa al interior de las personas que se están sumando a ella, lo que asegura que efectivamente se está avanzando hacia un nuevo orden, hacia un Capitalismo 2.0.
Porque la abundancia está haciendo que el motor del entregar vaya cobrando cada vez más relevancia. Es como si, poco a poco, las personas fuéramos buscando algo más que ganar dinero.
Hacerlo bien y hacer el bien
Más allá de la experimentación, vía ensayo y error, que se podrá observar en los años que siguen, encontrando vías más efectivas para enfrentar problemas sociales desde el sector privado, quizás lo más relevante de esta tendencia que se observa está en lo que pasa al interior de las personas que se están sumando a ella, lo que asegura que efectivamente se está avanzando hacia un nuevo orden, hacia un Capitalismo 2.0.
Porque la abundancia está haciendo que el motor del entregar vaya cobrando cada vez más relevancia. Es como si, poco a poco, las personas fuéramos buscando algo más que ganar dinero.
Es como si, cada vez más, quisiéramos trascender hacia otros. Es como un lento despertar social de algo que está escondido en nuestro ser individual.
Y, claro está, los síntomas se perciben mucho más nítidamente en las nuevas generaciones, que viven con menos ataduras, porque quizás confían en que sus necesidades materiales, en la etapa de desarrollo en que se encuentra el mundo, se cubren casi por añadidura.
Una razón más, entonces, para que el sector privado transite
Una razón más, entonces, para que el sector privado transite
- desde sólo "hacerlo bien"
- a también "hacer el bien".
Sin ese sentido de propósito más profundo le será más difícil atraer y retener al talento joven, que ya no se mueve con un solo motor, sino que crecientemente lo hace con ambos.
Sin ese sentido de propósito más profundo le será más difícil atraer y retener al talento joven, que ya no se mueve con un solo motor, sino que crecientemente lo hace con ambos.
Juan Carlos Eichholz - Universidad Adolfo Ibáñez - "El Mercurio" - Sgo. de Chile - 27-Dic-2009
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