Hace 100 años, un oficial japonés intentó ganar la carrera por conquistar el Polo Sur.
Opacado por las leyendas de Roald Amundsen y Robert Scott, la historia de Nobu Shirase apenas empieza a conocerse.
La historia sobre el asalto final al Polo Sur siempre se cuenta a dos bandas: las del noruego Roald Amundsen y el inglés Robert F. Scott. En la lucha de ambos parece agotarse la historia de la conquista del punto más austral del planeta.
Muy pocos saben que en ese diciembre de 1911 había un tercer hombre intentando la misma meta.
Un año antes, en 1910, un por entonces desconocido teniente de la armada japonesa llamado Nobu Shirase se abocó a organizar la primera expedición de su país en el continente antártico.
Sin experiencia a cuestas -ni propia ni como país-, el oficial se puso una meta ambiciosa: alcanzar el Polo Sur antes que nadie, sin importar que casi al mismo momento los exploradores Amundsen y Scott ya marchaban con ese rumbo.
Desde el comienzo, nada fue fácil para este oficial que por entonces tenía 49 años, hijo de un monje budista y quien desde niño había soñado con descubrir y explorar nuevas latitudes.
No sólo debió luchar arduamente para conseguir los fondos necesarios para financiar una expedición de esta envergadura, sino que tuvo que enfrentar de paso la incredulidad de casi todos en su país.
Con la perseverancia que lo caracterizaba, logró llamar la atención de parte de la opinión pública japonesa y hasta realizó una charla masiva sobre el tema en Tokio.
Así logró el patrocinio del respetado conde Okuma Shigenobu, ex Primer Ministro de su país, y además se formó el grupo Apoyo a la Expedición Antártica, por medio del cual se terminó de reunir el dinero necesario para intentar la misión.
A pesar de estas muestras de apoyo, cuando el Kainan Maru ("Pionero del Sur"), una modesta embarcación de madera de tan sólo 30 metros de largo, se lanzó rumbo a la aventura, el zarpe ocurrió en medio de la apatía y escepticismo.
Apenas unos pocos estudiantes fueron a despedir a Shirase y a sus 26 hombres.
Era el 1 de diciembre de 1910.
Primeros pasos
Cuando Nobu Shirase inició su aventura antártica tan sólo contaba con una expedición a su haber. A los 22 años, se unió al escuadrón naval que marchó a explorar las islas Chishima, actuales Kuriles, que por entonces pertenecían a Japón.
Aunque la expedición resultó un desastre y varios de sus integrantes murieron en el intento, los dos inviernos que Shirase pasó en este grupo de islas antes de ser rescatado, lejos de desalentarlo, lo inspiraron aún más para seguir la ruta de las aventuras con las que había soñado de niño.
Según los pocos textos que abordan la historia de Shirase, ya a los 11 años manifestó intenciones de explorar el Polo Norte, luego de que uno de sus maestros de historia le introdujese en este mundo inconquistado. Poco después, y luego de un breve e infructuoso paso por el Templo Sesoji -donde intentó seguir los pasos de su padre y convertirse en monje budista-, Shirase renunció a esa vida para unirse a la armada japonesa.
A sus ojos, ésa era la única forma de acercarse a sus sueños de explorador.
Tal era la vocación, que tras la penosa experiencia de las islas Kuriles, el joven oficial japonés apenas reintegrado a la sociedad, pasó años dándole vueltas a la idea y planificando una aventura para alcanzar el Polo Norte. Una meta que sólo desechó, como tantos otros, cuando se enteró de que el estadounidense Robert Peary reclamaba ser el primero en haber llegado a ese lugar.
Entonces, cambió por completo la mirada, y se dedicó totalmente a organizar un viaje al otro extremo del mundo: al Polo Sur.
El viaje
El Kainan Maru llegó a Wellington, en Nueva Zelandia, dos meses después de haber salido de Tokio. Cuatro días más tarde, el barco ya se dirigía a la Antártica.
A bordo, Nobu estaba consciente de que sus rivales Amundsen y Scott no sólo lo aventajaban en experiencia y recursos, sino en tiempo: a esas alturas, noruego e inglés ya estaban sobre suelo antártico.
El asunto no lo desmotivó. Tampoco el clima, que pareció ensañarse con la nave durante los días y semanas siguientes. Nevaba constantemente y la tripulación debió enfrentar duras tormentas antes de encontrar los primeros témpanos, bloques de hielo que para una embarcación de las características del Kainan Maru eran un riesgoso obstáculo.
La planificación contemplaba desembarcar en la península de Eduardo VII para sentar su base. Sin embargo, fue imposible. Rodeados por hielos, la nave quedó prácticamente inmovilizada, así que Shirase decidió informar a su ya abatida tripulación que darían media vuelta rumbo a Australia.
En Sydney, el recibimiento fue tan duro como el clima. La prensa australiana, que apoyaba a la expedición del inglés Scott, se burló de la misión japonesa. Algunos medios incluso los atacaron con una violencia que rayaba en el racismo.
Mientras esperaba nuevos fondos desde Japón para reiniciar su intento en primavera, Shirase y sus hombres acampaban en el patio trasero que les facilitó un generoso vecino del exclusivo barrio de Vaucluse. A pesar de esta ayuda, sus circunstancias eran miserables: pasaron hambre y sufrieron humillaciones.
Multitudes llegaron para mofarse en directo de los exploradores. La campaña mediática en su contra sólo se moderó cuando Shirase recibió el público respaldo de Sir Edworth David, connotado profesor y explorador antártico, quien resaltó el valor del grupo.
Sin mostrar agobio por la situación, Shirase seguro sólo pensaba en que Scott y Amundsen ya llevaban meses en la Antártica preparándose y que en cualquier momento partirían a reclamar el Polo.
Pero no pensaba rendirse.
La nueva misión
Cuando Shirase partió desde Australia, el 19 de noviembre, a bordo de su Kainan Maru, sabía que la carrera estaba perdida. El viaje para ser los primeros en el Polo, si es que alguna vez había tenido posibilidades, ya era un despropósito, así que decidió darle un giro científico a su expedición.
Finalmente largó anclas a orillas de la barrera de hielo de Ross (bastante más al sur que en su primer viaje) el 16 de enero de 1912, justo un día antes de que Scott pisara el Polo.
El lugar escogido, llamado Bahía de las Ballenas, tenía una sorpresa: más allá, otro barco permanecía anclado. Era el Fram, con la tripulación del noruego Roald Amundsen que esperaba al regreso de su líder.
Hubo saludos e intentos de diálogo entre japoneses y noruegos, pero el idioma impidió más intercambios.
Ya desembarcados, el grupo enfrentaba una pared de hielo casi vertical. Shirase escribió en su diario: "Estamos dispuestos a escalar esta barrera o morir". Su perseverancia tuvo resultados y dos días después ya estaban sobre la masa polar.
El explorador había elegido a siete hombres para formar su "patrulla de carrera", a la que equipó con dos trineos tirados por 28 perros, y así emprendió el viaje. Pero una vez más la agresividad del clima se interpuso en el camino y luego de escasos 13 kilómetros debieron detenerse y acampar hasta que la tormenta cesara.
Un par de días más tarde, al retomar la marcha, el viaje se hizo cada vez más lento y sólo pudieron cubrir 250 kilómetros en nueve días. Sin ánimo de arriesgar a sus hombres, Shirase resolvió volver. Antes, en ese punto -latitud 80º 05'- clavaron la bandera japonesa e hicieron el tradicional saludo banzai, gritando tres veces esa palabra cuyo significado es "10.000 años".
Ahí mismo también enterraron una vasija de cobre que contenía el relato de lo que habían vivido hasta ese momento.
Shirase y sus hombres llegaron al barco recién el 2 de febrero de 1912, y partieron pronto con rumbo a Tokio a donde llegaron cuatro meses más tarde.
Curiosamente, su arribo ocurrió sólo un mes después de lo que el oficial japonés había planificado inicialmente.
Aunque la expedición no había cumplido su plan, Shirase se había mostrado como un buen líder, que volvía a su país sin perder a ninguno de sus hombres. Y en adelante, Japón podía considerarse parte de la historia de la exploración antártica.
Posiblemente por eso, la llegada fue muy distinta a la indiferencia que enfrentó el grupo al partir.
Unas 50.000 personas los esperaban exultantes en Tokio y la empresa fue presentada como un éxito.
El sabor a victoria fue pronto opacado. El costo final de la travesía era significativamente mayor que el dinero reunido antes de partir y la deuda adquirida apremió a Shirase por el resto de su vida.
Aun vendiendo el legendario Kainan Maru, el explorador debió pasar el resto de su vida haciendo viajes para recaudar fondos.
Nobu Shirase terminó sus días, solo y enfermo, en una habitación arrendada en el segundo piso de una pescadería, donde murió en 1946.
Sus vecinos nunca supieron que ese anciano había sido recibido como un héroe.
La reivindicación llegó recién en 1990, cuando se creó en el distrito de Akita el museo Shirase Antarctic Expedition Memorial, donde se guarda una réplica del Kainan Maru y la completa historia de la expedición.
Más sobre Shirase
En diciembre de 2010, el estadounidense Chet Ross lanzó "Lieutenant Nobu Shirase and the Japanese Antarctic Expedition of 1910-1912: A Bibliography", una recopilación bibliográfica de todo el material escrito sobre el explorador japonés, pero que también incluye textos del propio Shirase, traducidos al inglés.
El libro de Ross incorpora además relatos en primera persona de los otros compañeros de Nobu, y fotografías de la aventura. Se puede conseguir en http://chetrossrarebooks.com
Olga Mallo - El Mercurio - Sgo. de Chile - 11-Dic-2011
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