Me encantó la reflexión que hizo el escritor –sublime escritor– Jaume Cabré en "La Contra" de hace unos días.
Le preguntaba Víctor Amela por la mejora de la educación, y Jaume respondió:
-"Me desanima la superficialidad, que se nota en
- la incapacidad para estar a solas con nosotros mismos.
- ¡Educar consiste en enseñar al joven a estar a solas consigo mismo!".
Creo que es difícil condensar más sabiduría en una frase tan sencilla.
Ciertamente, en este mundo obsesivamente interconectado, donde es más fácil comunicarse con alguien de Tombuctú que hablar con el vecino del cuarto,
- lo más difícil de todo es comunicarse con uno mismo.
Arthur Schopenhauer lo definía de una forma bella:
- "La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes".
Pero
- más que suerte es un aprendizaje, una autoexigencia y, quizás, una valentía... En el fondo no me extraña que
- tengamos pánico a la soledad, como se lo tenemos también al silencio,
porque ambos
- nos rescatan del ruido cotidiano,
- nos desmontan las coartadas que pacientemente nos habíamos construido, y
- nos retornan, sin piedad, a lo esencial.
Incluso nos animan a hacernos preguntas. Y en estos tiempos donde el surfing de la vida triunfa en todos los aspectos, comida rápida, relaciones rápidas, conversaciones rápidas,
- la idea de estar con uno mismo es casi una idea revolucionaria.
Por supuesto
- hablo de la soledad creativa, escogida y buscada entre el ruido cotidiano.
La otra, la de aquellas personas que se han quedado solas, a menudo a edades avanzadas, es otra historia.
En ese caso no se trata de darse un respiro para bucear por los pliegues del alma, sino de vivir en la sensación de abandono.
Lo cual, extrañamente,
- es una consecuencia más de esta sociedad de tanta gente junta que, sin embargo,
- está perdiendo la capacidad de hablarse.
Este tipo de soledad, sin ninguna duda, no tiene nada de creativa y lo tiene todo de dolorosa.
Pero la otra soledad,
- la que es capaz de convivir y construir caminos compartidos,
- que no está vacía de gente, sino muy llena,
- que no huye sino que busca y encuentra,
- esa soledad debería ser una reivindicación diaria,
- una autoexigencia, un placer otorgado.
Poco a poco
- vamos perdiendo esa capacidad de recogernos en nosotros mismos,
ya sea para leer un buen libro o para sentir música a solas, o sencillamente para observar la vida.
Y la perdemos porque
- es más fácil vivir rodeados de ruido humano,
- aunque hayamos olvidado la gramática para entender el lenguaje.
En el fondo creo que
- somos una sociedad asustada y frágil
- que preferimos hacernos las preguntas justas,
- para no atisbar el abismo interior por el que derrapamos.
Por ello Cabré tiene tanta razón:
- educar es también enseñar a parar el tiempo,
- despojarse de los disfraces,
- quedarse sólo con los propios interrogantes y
- aprender a gustarse.
- Esa soledad conquistada es, en el fondo,
- la conquista de uno mismo.
Pilar Rahola - La Vanguardia - Barcelona - 11-Mar-2012
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