Hace 200 años el mundo despegaba en flecha, después de milenios de pobres avances. Grecia, Roma, la civilización del Nilo, del Indo, de Asiria, del Ganges o las grandes dinastías chinas eran fogonazos en la noche.
Desde 1810, el crecimiento constante y lineal ha multiplicado por diez la riqueza -por 23 en Estados Unidos, por cuatro en el África subsahariana-. Las desigualdades aumentan. Pero el desarrollo es asombroso.
Lean el resumen de Martin Wolf en la página 9 del F. Times, 19 diciembre. Desde que la economía existe, es decir, desde la aparición de la escritura, unos 8.000 años, la historia se componía de avances y retrocesos.
De 1780 acá, la vida de los pueblos, casi todos los pueblos, ha sido interrumpida por catástrofes y guerras: pero el crecimiento ha sido casi ininterrumpido. Ese ejercicio de suma
- ha acabado con
- la esclavitud legalizada y
- con la servidumbre
- Ha alumbrado
- el descubrimiento de las vacunas,
- el fin de los imperios,
- la extensión de la democracia y
- la información cotidiana.
Esta radical transformación coincide, es un modo de hablar, con la implantación de la energía derivada del sol y con la circulación, cada vez más intensa, de un antiguo producto, las ideas. Wolf llama energía del sol -"fossilised sunlight"- al carbón, petróleo y gas, guardados en el subsuelo, extraídos por el hombre desde 1800 e industrialmente explotados.
El carbón o el petróleo son, en gran parte, materias vegetales transformadas en el seno de la tierra por el factor tiempo, millones de años.
El cambio crecientemente acelerado que origina la extensión social de las ideas, más la transformación introducida por las nuevas energías, es la doble base que revoluciona el mundo.
Europa reanudó la marcha en el siglo XV y pisó el acelerador a fondo en el XVII, para lanzar el proceso en que estamos hoy.
La democracia lleva a los europeos a acabar con dos antiguas plagas,
- la represión en el interior de Europa y
- el pillaje en el exterior.
El siglo XIX impone en Norteamérica y en Europa el pacto político: acuerdos articulados entre grandes fuerzas, luego transformadas en partidos, surgidas de la base o de lo alto del sistema, acaba por convertirse en norma de las sociedades avanzadas.
A veces habrá que pactar con partidos menores y necesarios. Las dos energías combustibles, el carbón y la inteligencia, dan vida al mundo moderno.
Posiblemente el debate intelectual, generador de grandes sistemas organizativos, ha servido de base a la extensión de las energías fósiles, generadoras de la nueva industria, multiplicadoras de la riqueza.
En 1905, Albert Einstein mantenía un coloquio con sus alumnos de la universidad de Friburgo. Sus intuiciones sobre la base primordial de la materia fueron expuestas ante los doctorandos. Los espacios subatómicos, lo que existe entre los corpúsculos que viven dentro de los átomos, está compuesto por dos elementos distintos de lo que entendemos por materia.
La materia menos material está compuesta por la energía de un lado, de otro la inteligencia. Dos componentes que desde el origen del mundo organizan la vida. Hay que ser atrevido para resumir en este recuadro algo tan complicado, pero no todos los argumentos se desarrollan con sencillez.
Escribimos desde el sur de Indochina, entre Battambang y la antigua Saigon. El mundo ha de enfrentarse, de pronto, a un enorme desafío, para muchos inesperado. Los bienes fósiles que han permitido el progreso han puesto al hombre contra las cuerdas.
El calentamiento de la Tierra reclama el concierto entre científicos, políticos, diplomáticos, economistas. El preacuerdo de Bali muestra el camino. La desertización provocaría seísmos sociales en más de medio mundo.
Las nuevas energías -viento, placas solares, biocarburantes, nuclear, entre otras- han de sustituir a las energías fósiles. Toda energía tiene su origen en el sol. Antes de 40 años, la mitad de las emisiones deberán reducirse al 50 por ciento.
La inteligencia, hasta hoy, ha sabido hacer frente. De nuevo la inteligencia organizadora de los espacios subatómicos habrá de enfrentarse a la humana imbecilidad. Los profesores deben explicar trigonometría, los niños deben comprar helados. También en esta asignatura el presidente Bush ha sido el peor alumno de la clase. Pero grandes sectores de América son hoy un modelo a seguir.
Una vez más, son los nórdicos, suecos, noruegos, finlandeses, daneses, respaldados por Alemania, Reino Unido y Francia, quienes dirigen el cambio.
DARÍO VARCÁRCEL - "ABC" - Madrid - 10-Ene-2008
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