lunes, 7 de enero de 2008

Migraciones Globales: Mantengan las fronteras abiertas

No comprender los beneficios de la inmigración y la reacción violenta contra ellos es una amenaza para la prosperidad de las naciones.
Al menos US$ 200.000 millones fueron los recursos enviados por inmigrantes a sus países de origen durante 2006, fruto del trabajo realizado en los países que los acogieron
.


Los italianos culpan a los gitanos provenientes de Rumania por el aumento de la delincuencia.
Los políticos británicos de todas las tendencias prometen contener la rápida inmigración de los últimos años.
El electorado en Francia, Suiza y Dinamarca el año pasado prefirió a los políticos que prometieron negar la entrada a los extranjeros.
En Estados Unidos, grupos de inmigrantes no tienen muy buena acogida mientras varios candidatos presidenciales prometen levantar un muro en torno a México.

Y en el mundo industrializado, la inmigración ha ido subiendo hasta los primeros lugares de las listas de inquietudes de los votantes; lo cual, para aquellos que creen que la migración beneficia enormemente al país tanto receptor como donante, es una preocupación en sí.
La inmigración adopta muchas formas. El flujo desde Polonia a Gran Bretaña, de México a Estados Unidos, de Zimbabwe a Sudáfrica y de Bangladesh al Golfo Pérsico tiene diferentes causas y consecuencias en cada caso.
Pero principalmente la migración es de personas jóvenes, motivadas y dinámicas que buscan mejorar a través del trabajo duro. La historia ha demostrado que la inmigración estimula la prosperidad. Decenas de millones de europeos que llegaron al Nuevo Mundo en los siglos XIX y XX mejoraron su suerte, igual como lo están haciendo actualmente los cerca de 40 millones de inmigrantes en Estados Unidos.
Las remesas a los países pobres en 2006 llegaron al menos a los 260 mil millones de dólares; en muchos países, más que la ayuda y la inversión extranjera juntas. Permitir la entrada de inmigrantes ayuda muchísimo más a los pobres del mundo que rellenar de billetes las alcancías de Oxfam.
El movimiento de personas también ayuda al mundo industrializado. Los países prósperos con fuerzas laborales que ya peinan canas dependen más de extranjeros jóvenes. En realidad, las economías avanzadas compiten enérgicamente por los extranjeros especializados.
Alrededor de un tercio de los estadounidenses que ganaron el Premio Nobel de física en los últimos siete años nació en el extranjero.
Cerca del 40 por ciento de los doctores en ciencias e ingeniería que trabajan en Estados Unidos es inmigrante. Alrededor de un tercio de las empresas de Silicon Valley fueron creadas por indios y chinos. También son necesarios aquellos no calificados, especialmente en la agricultura, los servicios y el cuidado de niños y ancianos. No es coincidencia que los países que reciben inmigrantes -tales como Suecia, Irlanda, Estados Unidos y Gran Bretaña- tienen mejores antecedentes económicos que los países que los evitan. Hay que enfrentar los temores.

En vista de todos estos beneficios, ¿por qué la reacción violenta? En parte porque los políticos prefieren consentir los temores xenófobos que explicar los beneficios de la inmigración. Pero no todos los temores a los extranjeros son irracionales. La preocupación de los votantes es genuina.
- Una gran cantidad de inmigrantes puede ser inquietante;
- el sombrío panorama económico hace que los nativos teman por sus empleos;
- las agudas desigualdades de ingresos a través de las fronteras amenazan a los países ricos con grandes flujos de extranjeros;
- aquellos foráneos que lucen notablemente diferentes de sus anfitriones tal vez encuentren difícil integrarse.
Para mantener las fronteras abiertas, hay que abordar tales temores. La inmigración puede perjudicar, por ejemplo, a aquellos no calificados al bajar sus salarios. Pero estos trabajadores corren un riesgo mayor debido a la nueva tecnología y los bienes extranjeros. La respuesta no es deteriorar toda la economía al no dejar entrar a los inmigrantes, sino proporcionar a este grupo los conocimientos que de todos modos necesitan.

Los estadounidenses ponen objeciones a la presencia de cerca de 12 millones de trabajadores inmigrantes ilegales en un país con altos índices de migración legal.
Pero puesto que la economía norteamericana cuenta con ellos, es absurdo construir muros más altos para impedirles la entrada. Es preferible que el Congreso reanude sus esfuerzos para sacar a tales trabajadores de la ilegalidad, abriendo más vías para la inmigración legal, quizás temporal, y una amnistía para los antiguos trabajadores observantes de la ley ya en el país.
Los políticos en los países ricos deberían también ser honestos con respecto a la presión que los inmigrantes ejercen sobre los servicios públicos, y estar más dispuestos a aumentar el gasto para abordar esta situación. Sin embargo, no todo es dinero. Como lo demostraron los terroristas suicidas del metro de Londres y los incendios en los barrios periféricos de París, la integración social de los recién llegados también es algo crucial.
La llegada del terrorismo islamista ha agudizado los viejos temores de que los inmigrantes tal vez no adopten los valores básicos del país anfitrión. Abordar esta amenaza nunca será simple. Pero tampoco bloquear la migración haría mucho por detener al terrorista consagrado.
Es preferible buscar formas de aislar a los grupos extremistas, haciendo un esfuerzo mayor por inculcar valores comunes donde estos falten y, a través de un mercado laboral flexible, proporcionar a los descontentos un empleo digno.
Sobre todo, se necesita cierta perspectiva. Los grandes movimientos poblacionales de las últimas cuatro décadas no trajeron los conflictos sociales que predijeron los alarmistas. Por el contrario, han ofrecido una vida mejor a millones de inmigrantes y han enriquecido a los países receptores tanto cultural como materialmente.

Pero para preservar estos grandes beneficios en el futuro, los políticos necesitan el valor no sólo para hablar claro contra la corriente populista , sino también para abordar honestamente los problemas que ésta puede causar a veces.
The Economist - "El Mercurio" - Santiago de Chile - 7-Ene-2008

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