- ¿Se imaginan cómo se gestionaría una empresa si su presidente y todos sus directivos cambiaran cada 4 años?
- ¿Se imaginan una empresa que tuviera que decidir cada 3 años y medio
- la política de +D,
- la financiera,
- la de RRHH,
- la industrial,
- la de marketing,
- la energética,
- la de formación,
- la logística o
- las inversiones y adquisiciones?
Una empresa así sería muy difícil de gestionar, porque las decisiones de I+D, industriales o financieras tienen periodos de maduración superiores a los, ya citados, "cuatro años".
Una empresa como la del ejemplo, sólo sería viable con muy escasa competencia, en régimen de monopolio o oligopolio,
- con altísimos márgenes netos, o bien
- con una tecnología revolucionaria que permitiera una ventaja sostenible y competitiva en el tiempo.
Pero de un hecho íbamos a estar seguros:
- El "enemigo" de dicha empresa estaría en su propio modelo de gestión.
Se desperdiciaría talento y experiencia y no se daría tiempo suficiente para comprobar la bondad de los planes establecidos. Nadie se responsabilizaría de los fracasos y todos los equipos directivos se apuntarían los éxitos.
Algo así podría ocurrir a un Estado, y de hecho ya ocurre, cuando no hay un modelo de "gestión" compartido y consensuado.
Un Estado sin un plan de acción a largo plazo está a merced
- de la demagogia,
- de los grupos mediáticos "afines" o "contrarios",
- de las encuestas de opinión,
- de los diferentes avatares y vicisitudes y... sobre todo
- de la improvisación. Una contracción del PIB del 4% y un déficit público cercano al 10% como el que va a tener nuestro Estado durante el año 2009, es todo un ejemplo de lo que no debería ser.
El Consejo de Administración de una empresa así gestionada "haría dimitir" a la Dirección General, sin dudarlo, y la Junta de accionistas sería de lo más tensa. Pero por supuesto, el dinero de todos, no es de nadie... y las cuestiones de la administración del Estado parecen "anónimas", tan alejadas del ciudadano como no deberían serlo por derecho.
Nuestros representantes políticos deciden el futuro inmediato en los próximos presupuestos del Estado (nuestro único e insuficiente plan a "largo plazo"). El dilema está servido:
-¿Aumentar los impuestos para reducir el abultado déficit, o
- Aumentar la deuda pública para no perjudicar la posible y esperada recuperación del año 2010 o siguientes? 1.Con el aumento de los impuestos la economía oficial se contraerá aún más y aumentará la economía sumergida desde el actual 20% del PIB. No parece una buena política fiscal aquella que incrementa la tasa impositiva de los trabajadores, o de las empresas, esperando que con ello aumente el consumo, la inversión y la generación de empleo. 2. Por el contrario, si no aumentan los impuestos y se reduce el gasto público se garantiza la no interferencia de "las cuentas del Estado" en la recuperación "natural" de la crisis. Crisis que a medio plazo acabará siendo superada si controlamos la inflación y el gasto público... para no generar más deuda. Además, este escarmiento colectivo nos "obliga" a invertir más en educación, infraestructuras y en I+D sino queremos repetir la mala experiencia el año... ¿2016? 3. El peor escenario sería aquel en el que aumentara la presión impositiva, así como el gasto público y se emitiera mucha más deuda. Este escenario es generador de una inflación por exceso de liquidez tan pronto como empiece la deseada recuperación. Es decir, tan pronto como el dinero "empiece a moverse de su reposo".La inflación llegará tarde o pronto (en mi opinión más temprano de lo que creemos) y el aumento de tipos de interés será necesario para "poder colocar", entre los ahorradores, la ingente deuda pública de los Estados occidentales. Un escenario de millones de desocupados, inflación por encima del 5% y elevada deuda sobre el PIB es el escenario previsible cuando las cosas "comiencen a mejorar".Podríamos llegar a ver algo que los ortodoxos de la economía (y yo mismo) niegan ahora por imposible. Esto sería, que la deuda privada de las solventes y saneadas empresas multinacionales españolas tuviera una prima muy cercana a aquella emitida por el mismo Estado, o incluso en algún momento puntual, menor a éste.Nos queda un pequeño consuelo, la previsible inflación hará aumentar la recaudación impositiva y reducirá el valor real de la ingente deuda emitida por el Estado.
"Por favor" señores de lo público: "Planifiquemos y cumplamos..." que
- la economía no es (aún) la caótica meteorología.
- Hay demasiado en juego para reducirlo a "dimes y diretes" parlamentarios.
- Trabajemos, -de nuevo les digo "por favor"-, en un proyecto común de Estado por un soleado mañana de esperanza para nuestros hijos.
Josep Martí Font - "La Vanguardia" - Barcelona - 18-Jul-2009
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