Las lecciones de la crisis y cómo la disciplina debería cambiar para evitar los errores del pasado.
De todas las burbujas económicas que han tenido su pinchazo, pocas han estallado en forma más espectacular que "la reputación de la economía misma".
Hace algunos años, a esta desastrosa ciencia se la estaba aclamando como un modo de explicar más formas de comportamiento humano, desde el narcotráfico hasta la lucha de sumo. Wall Street exploraba las mejores universidades en busca de teóricos de los juegos y modelistas de opciones. Y en la escena pública, los economistas eran considerados como personas muchísimo más confiables que los políticos.
John McCain bromeaba que Alan Greenspan, en ese entonces a la cabeza de la Reserva Federal, era tan indispensable que si él moría, el Presidente debía "mantenerlo afirmado y ponerle un par de lentes oscuros".
Después de la mayor calamidad económica en 80 años esa reputación ha quedado por los suelos. En la mentalidad de la gente una profesión arrogante ha sufrido una humillación. Aunque los economistas todavía ocupan el centro del debate de política -piense en Ben Bernanke o en Larry Summers en Estados Unidos, o Mervyn King en Gran Bretaña-, sus declaraciones son consideradas con más escepticismo que antes.
La profesión misma está sufriendo de culpabilidad y rencor. En una conferencia reciente, Paul Krugman, ganador del Premio Nobel de Economía 2008, sostenía que gran parte de los últimos 30 años de la macroeconomía fue "espectacularmente inútil en el mejor de los casos, y positivamente dañina en el peor de los casos".
Barry Eichengreen, destacado historiador económico estadounidense, señala que "la crisis ha puesto en duda mucho de lo que creíamos que sabíamos sobre economía".
En su forma más cruda -la idea de que la economía en general está desacreditada- el actual contragolpe ha llegado demasiado lejos. Si la ignorancia permitió que los inversionistas y los políticos exageraran las virtudes de la economía, ahora los ciega a sus beneficios.
Y si la economía como una disciplina amplia merece una firme defensa, también la merece el paradigma del libre mercado. Un gran número de personas, especialmente en Europa, pone a un mismo nivel los errores que han cometido los economistas con un fracaso del liberalismo económico. Su lógica parece ser que si los economistas se equivocaron, entonces los políticos lo harán mejor. Ésa es una conclusión falsa, y peligrosa.
No obstante, estas explicaciones no deberían oscurecer el hecho de que dos partes importantes de la disciplina -la macroeconomía y la economía financiera- ahora se están reexaminando severamente.
Hay tres críticas principales:
- que los economistas financieros y los macroeconomistas contribuyeron a provocar la crisis,
- que no la descubrieron y
- que no tienen idea de cómo arreglarla.
La primera acusación es semicorrecta. Los macroeconomistas, en especial en los Bancos Centrales,
- se enfocaron demasiado en controlar la inflación y
- fueron demasiado arrogantes con respecto a las burbujas de activos.
Los economistas financieros, mientras tanto,
- formalizaron las teorías de la eficiencia de los mercados, fomentando la idea de que los mercados se regularían solos y
- la innovación financiera siempre sería beneficiosa. Los instrumentos más esotéricos de Wall Street se construyeron en base a estas ideas.
Sin embargo, los economistas creían en forma difícilmente ingenua en la eficiencia del mercado. Los académicos de finanzas han pasado gran parte de los últimos 30 años buscándole errores a la "hipótesis del mercado eficiente".
Una reciente clasificación de economistas académicos fue encabezada por Joseph Stiglitz y Andrei Shleifer, dos destacados buscadores de errores. Un campo que ha cobrado gran importancia recientemente, la economía del comportamiento, se concentra en las consecuencias de las acciones irracionales.
Por lo tanto, hubo abundantes advertencias. Pero mientras surgían las ideas de la comunidad académica en medio de la lucha al interior de Wall Street, tales consideraciones se dejaron de lado. Y se sumaron suposiciones absurdas.
Ninguna teoría económica indica que se deberían valorar los derivados hipotecarios sobre la base de que los precios de las casas siempre subirían. No se puede culpar a los profesores de finanzas por esto, pero ellos podrían haber gritado más fuerte que sus ideas se estaban utilizando en forma errónea.
La afirmación que una mayoría de economistas no vio que venía la crisis también tiene sus méritos. Sin duda, algunos advirtieron sobre los problemas. Aquellos como Robert Shiller, de Yale; Nouriel Roubini, de la Universidad de Nueva York, y el equipo del Bank for International Settlements son ahora famosos por ello. Pero una mayoría se encontró desprevenida. E incluso aquellos aprensivos que sentían que algo andaba mal no tenían idea de lo nefastas que serían las consecuencias.
Cambio de mentalidad
¿Qué hay con respecto a intentar un arreglo? Aquí, la crisis financiera ha desbaratado el frágil consenso entre los puristas y los keynesianos que la política monetaria era la mejor forma de pulir el ciclo económico.
En muchos países las tasas de interés a corto plazo están cercanas a cero y en una crisis bancaria la política monetaria no funciona tan bien. Con su instrumento de avenencia inservible, ambas partes han vuelto a sus raíces, ignorando las ideas del otro campo.
Los keynesianos, como Krugman, se han vuelto partidarios incondicionales del estímulo fiscal.
Los puristas son firmes opositores.
Para aquellos ajenos a esto, la cacofonía destaca la inutilidad de la profesión.
Sume estas críticas y hay un caso claro para una reinvención, especialmente en la macroeconomía. Igual como la Depresión produjo el keynesianismo, y la estanflación de la década de 1970 estimuló un contragolpe, la destrucción creativa ya está en marcha.
Los bancos centrales están ocupados engullendo crudos análisis de mercados financieros sobre sus modelos de trabajo.
Los economistas financieros están estudiando la forma en que los incentivos pueden tergiversar la eficiencia del mercado.
Sin embargo, aún se necesita un cambio de mentalidad más amplio. Los economistas tienen que salir de sus silos especializados:
- los macroeconomistas tienen que entender las finanzas y
- los profesores de finanzas tienen que analizar más profundamente el contexto dentro del cual funcionan los mercados.
- Y todo el mundo tiene que esforzarse más para entender las burbujas de activos y qué sucede cuando ellas explotan.
Porque al final los economistas son cientistas sociales, que tratan de entender el mundo real. Y la crisis financiera ha cambiado ese mundo.
En la mentalidad de la gente, una profesión arrogante ha sufrido una humillación.
The Economist - "El Mercurio" - Sgo. de Chile - 24-Jul-2009
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