Hubo una "generación perdida", que vivió en el período de entreguerras de los años 20 y que vio cómo se desvanecieron trágicamente grandes ilusiones.
Hubo también una "generación beat", contestaria, que creció en los años 50 y se expandió en la década del 60 por numerosas universidades del mundo.
Más tarde, en el inicio de los años 90, emergió una "generación X", que careció de modelos y de fines que la motivaran, reacia a contraer compromisos y construir un porvenir.
Hacia el fin del siglo XX otros comportamientos juveniles permitieron hablar de una "generación Y",
- poco dispuesta al trabajo,
- entregada a un nomadismo sin destino,
- sometida al vértigo tecnológico y a la revolución de las comunicaciones que la hicieron adicta al celular, la PC y la navegación por Internet.
Ahora se ha presentado en el escenario mundial la "generación Odisea", bautizada así por William Galston, investigador del Brookings Institute de Washington y referida a jóvenes que se encuentran entre los 20 y los 35 años.
Según puede imaginarse, el nombre de Odisea tiene el sentido de una metáfora. La adolescencia siempre se ha visto como etapa de maduración que, al culminar, da paso a la joven adultez que se revela
- en la capacidad de asumir decisiones y vínculos estables, tanto en el estudio como en el trabajo,
- en la elección de pareja o en la fundación de una familia.
Ahora bien, si en vez de esas definiciones los comportamientos que se observan son de una continua elusión de compromisos y relaciones estables, resulta justificado hablar de una prolongada adolescencia, a la que cabe comparar con un alargado viaje como el de Ulises, con peripecias y riesgos, que expresan -y esto sería lo llamativo- una voluntad de permanecer en la moratoria de una edad sin arribar al puerto de las obligaciones adultas.
En las diferencias apreciadas entre las conductas de las distintas camadas generacionales es posible observar significativas y diversas influencias. Así, por ejemplo, cada guerra mundial afectó a los jóvenes, que reaccionaron con decepción o con rebeldía. Luego se insinuaron influencias más sutiles como el posmodernismo, cuya concepción escéptica y relativista contribuyó a desorganizar la vida social y a socavar el impulso idealista de los proyectos juveniles.
Paralelamente, la promoción continua del hedonismo en los mensajes que prometen beneficios sin aludir al esfuerzo de su logro redujeron aspiraciones y proyectos que reclaman estudio y trabajo firme, y empujaron a miembros de las generaciones más recientes a evitar obligaciones y postergar compromisos.
De ese modo, el deterioro de valores, creencias y propuestas ha llevado a un consumo incesante de lo que no es meritorio y a dejar pasar el tiempo como si fuera inagotable. Con respecto al cuadro descripto es justo decir que no debe caerse en el error de una falsa generalización que igualara lo que posee diversidad. Sin duda se viven tiempos difíciles para la adolescencia y la juventud, receptoras ambas de insidiosos estímulos e incitaciones con los cuales se los desorienta y manipula.
La educación familiar y escolar están más a prueba que nunca. Se requieren claridad y fortaleza en las convicciones morales que se transmiten. Los mayores deben ser conscientes de que a ellos les corresponde proveer los ejemplos que los adolescentes necesitan.
Editorial II - "La Nación" - Buenos Aires - 17-Nov-2007
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