viernes, 16 de noviembre de 2007

Progresistas y reaccionarios

Ha pasado por España George Lakoff, lingüista y gurú de etiqueta progresista de la Universidad de Berkeley, que ha espetado a los estrategas de Zapatero que «nación y familia no son valores conservadores, sino progresistas», y que los izquierdistas americanos son unos estúpidos por no reivindicar la patria y la bandera.
Revuelo y estupor en Moncloa, porque el fino asesor estratégico ha llegado algo tarde, cuando toda la política de ZP se ha volcado en la versión española de la errónea Vulgata progresista. Lakoff no ha hecho más que situar los valores en perspectiva histórica, como lo hace Jacques Barzun o como los enfocara Alexis de Tocqueville.
El primero, en clave irónica; y el segundo, de forma abierta y didáctica. Este último llegó a decir que la clave de la posibilidad de la democracia americana radicó en las compartidas creencias cristianas de pueblo y padres fundadores.

Es progresista todo lo que hace avanzar
- la cohesión social,
- la unión entre los pueblos y personas,
- la amistad y el amor,
- el matrimonio estable y la tenencia de hijos,
- la donación y la cooperación,
- la democracia real y la sinceridad,
- la responsabilidad con la colectividad y el comercio honrado,
- el compromiso con el deber y
- el discurso sincero.

Porque son valores que garantizan la continuidad de la sociedad y la hacen progresar en bienestar material y armonía moral.

Mientras que es decadente y reaccionario
- el cinismo egoísta,
- el maquiavelismo primario y
- el individualismo insolidario,
- los cantonalismos sociales,
- los grupos de presión,
- los divorcios exprés;
- el desatender a la familia y
- el fijarse como referente el propio ombligo.


Lo decadente, lo reaccionario, es la pose de efectos sociales adversos.

No ver que una familia numerosa es una bendición para la sociedad, garantía de continuidad, riqueza inigualable para la socialización afectiva. Que un divorcio sea un fallo, un drama del encuentro y proyecto que no pudo ser.
Ni la unidad de un país como un logro ante la persistente tendencia a la feudalización y el retroceso al pasado.
Las creencias religiosas igualitarias y solidarias son un capital espiritual de la colectividad y las apatías espirituales, un peligroso deslizamiento hacia el nihilismo.
Los hombres no somos buenos innatos, nacemos individualistas y egoístas; no es la sociedad la que deforma; somos nosotros los que creamos una sociedad dura, fría e intransitable, donde nos convertimos en lobos para el resto de los hombres. Es la enseñanza de la historia, del ser en el tiempo real, en el pasado perceptible, en el frío y cada vez más agresivo presente.
Las alternativas están bien experimentadas; están en la visión objetiva de las consecuencias de actitudes y valores, no el decir lo que se es, sino en el ver lo que realmente se es.

Pedro Arias - "La Voz de Galicia" - Santiago - 14-Nov-2007

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