miércoles, 28 de noviembre de 2007

Putin y el zarismo poscomunista

RUSIA ha dejado atrás la hoz y el martillo, el marxismo-leninismo y el internacionalismo proletario para adaptar su vocación dirigista y autoritaria a los nuevos tiempos.

La centenaria obsesión rusa por el orden y la autocracia ha acabado imponiéndose después de la decadencia y la debilidad política a las que condujeron el desplome institucional y la descomposición territorial de la URSS. Los excesos y el caos de la era Yeltsin han sido solidificados bajo una nueva glaciación autoritaria.
El siglo XXI ha dado paso a un nuevo zarismo. Putin ha desempolvado con éxito los centenarios mitos nacionalistas e imperialistas de siempre y ha logrado lo que parecía imposible: que Rusia vuelva a sentirse orgullosa de su poder y temida fuera de sus fronteras.
Las elecciones del próximo domingo tendrán un coste probablemente irreparable: que la democracia ceda al populismo y que los escasos resquicios por los que aún se dejan sentir el pluralismo y las libertades de una sociedad abierta sean definitivamente silenciadas bajo el peso de la aclamación plebiscitaria.

Concebidas así, las elecciones legislativas harán posible que Vladimir Putin siga cuatro años más en el poder. Antes, lo ejercía desde la jefatura del Estado y ahora lo hará desde la jefatura del Gobierno y a través de un férreo control de la Duma, donde su partido, Rusia Unida (RU), será casi con toda seguridad la fuerza hegemónica.
Se desconoce todavía cuál será la operación de ingeniería institucional que logre vaciar de contenido al régimen presidencialista que prevé la todavía vigente Constitución. De hecho, hasta el momento nadie ha planteado abiertamente la hipótesis de una reforma de la misma. Con todo, sea cual sea la fórmula que se ensaye el final, lo que nadie discute es que la solución política que resulte de la victoria electoral de RU está hecha a la medida de Vladimir Putin.
Sin apenas oposición y dominados casi todos los resortes de la Administración por un entorno de leales que comparten, en su mayoría, sus orígenes en el KGB, no es difícil aventurar que el país avanza a velocidad de crucero hacia un régimen cesarista que irá a golpe de clientelismo corruptor y represión selectiva, afianzando a Putin como líder indiscutible de todas las Rusias.
Malos tiempos para la libertad en un país que se aleja de la democracia al tiempo que los viejos hábitos del zarismo consolidan un proyecto autoritario y personalista, sostenido por la diplomacia de los hidrocarburos y las materias primas.

Lo más lamentable del asunto es que Europa se vea impotente ante esta deriva debido a su dependencia energética. La pregunta que pende como una espada de Damocles sobre el futuro es saber qué sucederá cuando Rusia reactive su presión estratégica sobre las fronteras occidentales y caucásicas, así como el Asia Central que tuvo que abandonar tras el derribo del Muro de Berlín.
Editorial - "ABC" - Madrid - 27-Nov-2007

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