domingo, 30 de diciembre de 2012

La lección de Eton


Fue a principios de la década de los treinta cuando el Secretario de Estado del Foreign Office, -que años más tarde llegaría a Primer Ministro- Anthony Eden, se encontró con Adolf Hitler en Berchtesgaden.


Allí hablaron de Europa y de la paz pero, sobre todo, de
- las heridas que la Gran Guerra infligió a Alemania.
Para el Führer la única razón que explicaba la humillante derrota alemana de 1918 era
- el carácter disciplinado y brillante
- de las elites militares inglesas,
- formadas en el mítico College de Eton.
Como antiguo etoniano, Eden intentó corregirlo (de hecho, el cuerpo de soldados del prestigioso internado inglés era pequeño y apenas estaba equipado militarmente), pero no logró convencer al dictador alemán, el cual argumentaba que
- solo una ética de trabajo rayana
- con el fanatismo espartano
- podía justificar el hundimiento de Prusia
- en la I Guerra Mundial.
Casi un siglo más tarde, en las interesantes memorias del general Sir David Fraser, "Wars and Shadows", hallamos un resumen elocuente de la moral etoniana:
- "Eton creía que
- la libertad se educa
- en la antigua y brutal forma de
- dejar que cada uno sobreviva,
- en el colegio, como pueda".
Cabe suponer que a Hitler le atraía precisamente ese rostro de la brutalidad del mundo antiguo, que él identificaba con el poder de los imperios.
Para el prudente general inglés -coincidiendo con Eden-,
- el ejemplo de Europa residía,
- en el equilibrio
- entre la libertad y la Ley,
- entre las formas y la sustancia.
Lógicamente, ambas visiones políticas son incompatibles.
En una,
- la crueldad casa con la violencia y
- con el instinto revolucionario,
- que desea imponer
- una sociedad nueva
- de un solo golpe.
En la otra,
- la sabiduría de la experiencia parlamentaria británica no se cansa de repetir que
- el reformismo incesante
- debe ir acompasado
  - con la estabilidad,
  - con la sensación de que
  - todo permanece en orden,
  - sin cambio aparente ni ruptura,
- al igual que el paso del tiempo.
El encuentro entre Hitler y Eden tiene un rasgo anecdótico que, no obstante, apunta en otra dirección:
- el significado de Roma a lo largo de los siglos.
Generación tras generación, los europeos nos hemos asomado a Roma en busca de la unidad perdida del continente: pensemos en Carlomagno y el Sacro Imperio, en los malogrados Habsburgo -primero en España y luego en Austria-, en la Francia del Rey Sol y en Napoléon, pensemos en Kant y su visión de una paz europea, en la Inglaterra victoriana y en la epopeya fundacional de la república de los Estados Unidos.
- Si Atenas aportó la duda filosófica y
- Jerusalén el giro hacia la responsabilidad ética,
- Roma trazó
   - las grandes instituciones políticas,
   - el ideal de una Pax duradera y
   - la noción de Derecho.
Pero a la vez Roma constituye
- el símbolo del declive de las naciones, de
- la caída de los imperios que se desmoronan por
- el peso de sus propios errores.
A menudo olvidamos que
- la historia repite sus lecciones.
Hitler creía que la decadencia de Alemania se originó por
- la falta de un poder despiadado que
- ejecutara su voluntad a toda costa.
Se trata -¿cómo no?- de
- la utopía habitual de
- los totalitarios de cualquier signo.
En cambio, intuyo que el secretario del Foreing Office, Anthony Eden,
- debía de ser un escéptico que
- se dejaba guiar por
- el carácter ejemplificante
- de la Historia.
En su monumental "Decadencia y caída del Imperio Romano", Edward Gibbon recuerda al lector de su libro que encontrará
- el "registro de los crímenes, las locuras y
  los infortunios del género humano".
La lección de Eton, que Hitler no supo entender, es que
- la humildad resulta
- mejor maestra que la soberbia.
Regresar a la antigua Roma -meditar su catálogo de vicios y de virtudes, como nos invita Gibbon-
- nos previene del mal inveterado
- de los excesos del poder.
Daniel Capó - Faro de Vigo - Vigo - 30-Dic-2012 

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