lunes, 16 de enero de 2012

Don Manuel I Fraga Iribarne


Nació en Villalba, 23 de noviembre de 1922, murió en Madrid, 15 de enero de 2012.
Su madre, de quien aprendió francés, era de origen vasco-francés; su padre fue alcalde de Villalba durante la dictadura de Primo de Rivera.
Formado en Derecho, Política y Economía, Fraga ingresó por oposición con el número uno en el Cuerpo de Letrados de las Cortes en 1945 y en 1947 en la Escuela Diplomática. Fue alférez de la Milicia Universitaria.

Adiós a un animal político
La historia de Galicia y España de los últimos 50 años no puede escribirse sin él

Se fue un animal político, quizás el último, pero sin duda el más sobresaliente, de los que quedaban. Porque la figura de Manuel Fraga podrá concitar tantas críticas como alabanzas, pero si en algo coincidirán derechas e izquierdas, nacionalistas y antinacionalistas, es en que Fraga fue un animal político en el más amplio sentido del término.
Difícilmente la historia de Galicia y de España de los últimos cincuenta años (en 1962 ya era ministro de Información y Turismo) se puede escribir sin citar su figura, destacada en la dictadura pero también clave en la transición democrática.
Protagonista de una larga travesía por el desierto, fundador de un partido que ha parido ya dos presidentes del Gobierno de España y, en última instancia, presidente de la Xunta durante 16 años, Fraga supo reunir en torno a sí al espectro más amplio de la sociedad gallega, y logró, con sus aciertos y sus errores, situar a Galicia más que nunca en el mapa del mundo.
Quedará en la memoria el Fraga de «la calle es mía», el censor, el del baño en Palomares, el padre de la Constitución, el Fraga en estado puro del «y no tengo más que decir» y, en fin, el Manuel Fraga que, a su manera, a la de Fraga, amó, por encima de todo, a Galicia.
Laureano López - La Voz de Galicia - Sgo. de Compostela - 16-1-2012

El día en que Manuel Fraga perdió el poder
La muerte de Manuel Fraga es para mí dolorosa y amarga, porque la parte más importante de mi personalidad se forjó a su lado, primero a favor y después en contra.

Mi ruptura con su tutela absoluta e inflexible se hizo con enorme estrépito y elevados costes. Y el cariño personal que siempre nos tuvimos no fue suficiente para restañar, en un cuarto de siglo, las graves heridas que nos infligimos.
Por eso debo confesar que, si a todo el mundo le va a resultar difícil valorar su vida y su obra, llenas de contrastes y desmesura, para mí puede ser una tarea imposible, ya que tanto necesito huir de la alabanza formal y estereotipada, que solo se sostiene en el acto breve de la muerte, como de la crítica estéril que puede reflejar desacuerdos y retesías que, por más profundos que sean, deberían agotarse en el breve ámbito de nuestra relación personal. Y por eso trataré de ser, más que nada, justo.
Manuel Fraga fue un hombre más devoto del poder que de la política. Y fue
- el ejercicio del poder el que inspiró y "no al revés"
- su ideología conservadora y su relativista visión del Estado.
Por eso creo que su figura pública siempre le gustó ser descrito como «genio y figura»
- ocupó más espacio e hizo más ruido del que fue capaz de fecundar con su obra política y con
el estilo de pensar que pervive en el tiempo.
Claro que él era consciente de ese desequilibrio, que cultivó sin reservas, y por eso trató la dictadura y la democracia como si fuesen dos escenarios posibles y circunstanciales, sin creer nunca que para entrar en una había que renegar de la otra.
Tratando de ser el más grande,
- quería escribir más libros que nadie, sin importarle nunca cuál era su destino.
- Quería servir al Estado dedicándole
- más horas que nadie,
- haciendo más kilómetros que nadie,
- presentándose a más oposiciones,
- ganando más elecciones que nadie, y
- dejando más huellas de su poder de las que nadie hubiese dejado jamás.

Y obsesionado por eso por madrugar, cansarse y masacrar su salud al servicio de lo público nunca afinó demasiado su propia sinfonía. Por eso fue tan idolatrado por
- los que vieron en él una representación del poder,
- la orden cortante y siempre perentoria, ciegamente obedecida,
y tan poco comprendido por los que creen que
- la política es una labor colectiva hecha de convicciones, consensos y valores.
A Fraga
- le sobraba autoridad, y le faltaban sosiego, humanidad y estética.
Por eso abundó más en subordinados que en amigos, y en anécdotas de consumo diario que en lecciones magistrales transferibles a las siguientes generaciones.
De lo cual deduzco que el recuerdo de Fraga se va a llevar muy mal con la historia, y que
- va a durar mucho más el cariño que le tuvimos sus pocos amigos que
- el miedo que le rendían sus innúmeros subordinados.
- Porque si algo es la muerte es el fin del poder.
Xosé Luis Barreiro Rivas - La Voz de Galicia - Sgo. de Compostela - 16-Ene-2012

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