La
tradición licenciosa y el alto concepto de privacidad ha marcado la
relación entre
- los presidentes franceses, sus
amantes y el pueblo
Los
franceses, que tienen fama de protestar por todo, aceptan sin mayores problemas
que
- hay una relación natural y
afrodisiaca entre el poder y el sexo.
Y creen que si el sexo viene con un poco
de libertinaje, peligro y misterio, tant mieux!
Lejos del puritanismo anglosajón, de la
mojigatería española y del falso moralismo italiano,
- muchos presidentes franceses han
sido grandes tombeurs de femmes (seductores)
- desde que nació la I República
en 1792.
Esa costumbre libertina, que
- unos juzgan sana, moderna y liberal, y
- otros imperial y machista,
- ha sido a veces silenciada a conciencia y con
medios ilícitos, y
- otras veces ejecutada torpemente y sin la
necesaria discreción.
Pero siempre ha sido tolerada por el pueblo y
ha llegado intacta hasta hoy
mismo.
Ahora, el muy impopular François
Hollande ha sido cazado por una revista traicionando
a la aún menos popular primera dama con una actriz 18 años más joven que él.
Y se ha visto
que la actitud de tolerancia hacia la vida privada de los gobernantes cuenta con
numerosos y apasionados defensores en Francia.
Dominique Wolton, investigador
emérito del Centro Nacional de Investigaciones
Científicas (CNRS) y autor del libro Indisciplinado. La comunicación, los hombres y la
política (Odile Jacob,
2012), es uno de ellos: “¡Es la vida, amigo mío, la historia del
mundo!”, comenta.
“Pasa en todos
sitios, pero quizá en Francia se tolera más porque somos algo más libertinos,
algo más laicos y algo menos hipócritas que otros.
La tradición de respeto a la vida privada es así, aquí todo
el mundo defiende la libertad individual.
La transparencia anglosajona es lo peor, un ramalazo de
hipocresía insoportable.
Nosotros separamos
vida privada y vida pública, y eso es una prueba de libertad.
¿Que el presidente
engaña a su pareja con una amante? ¡Muy bien! Todo el mundo lo hace.
¿Si eso puede
implicar que engaña también a los franceses?
¡Qué tontería!
¿Engañaría usted más
a sus lectores si tuviera una amante que si no la
tuviera?”.
Aclarado el elevado principio
filosófico, veamos qué dice la agitada microhistoria íntima y
sentimental del Elíseo.
El repaso empieza por el
emperador y presidente-príncipe, Luis Napoleón
Bonaparte, Napoleón III. Fue
un fornicador implacable, una especie de Dominique Strauss-Kahn
con corona.
Llegó soltero al Elíseo, como Hollande, pero en 1853 se
casó con la belleza granadina Eugenia de Montijo, lo
que no le impidió tener amantes a mansalva.
La lista incluye a Miss Harriet
Howard, que financió su campaña presidencial en 1848; a
Pascale Corbière, ama de cría de sus hijos naturales,
y a Virginia Oldoini, condesa de Castiglione y célebre
cortesana italiana.
Para no ser observado por sus empleados —la moto y el casco
aún no se habían inventado—, Napoleón III mandó construir un
pasadizo secreto desde la sacristía del Elíseo hasta un hotelito
cercano donde retozaba con la “deliciosa”, dicen las crónicas,
Louise de Mercy-Argenteau.
Félix Faure fue llamado
el Presidente Sol. Poco interesado en la política,
pasó a la historia por la imbatible puesta en escena: finos trajes, abrigo
entallado, cuerpo de deportista, y calesa de seis caballos seguida por pelotones
de coraceros.
Su
esposa, Berthe, era obligada a caminar 20 pasos detrás de él.
El 16 de febrero de 1899 Faure murió felizmente en el salón
azul del Elíseo, agarrado al corsé de la mundana Marguerite
Steinheil.
Los diarios y chansonniers se permitieron algunas bromas.
La mejor, de Clemenceau: “Quiso vivir como César y
murió como Pompeo (Pompée, en argot, es felación)”.
La dama se ganó el apodo de pompe
funebre.
Gaston Doumergue también llegó
soltero al cargo, y también se casó, a los 68 años, en 1931, cuando faltaban 12
días para el fin de su mandato.
Hasta Sarkozy, fue el primer
presidente realmente republicano en abrazar el sacramento que Hollande considera
anatema.
La rica viuda sureña Jeanne Marie Josephine
Gaussal, amor de infancia, fue la elegida. La prensa no publicó
una línea sobre el evento: la vida doméstica de los presidentes era cosa suya.
Pero el deseo de privacidad de Doumerge fue vano.
Al salir, el personal del Elíseo
les esperaba para regalarles flores. Sorprendido, Gastounet preguntó cómo lo
habían sabido. “Por la Embajada de Inglaterra”, le
dijeron.
Como ahora, los británicos se interesaban más por las
intimidades francesas que los franceses.
Valéry Giscard-d’Estaing, gran
amante de las amantes y los diamantes —de Bokassa—, acabó con el aura de
inocencia de los jefes del Estado.
En septiembre de 1974, el apuesto VGD sufrió un inoportuno
accidente de coche mientras regresaba de una cacería nocturna ya de mañana.
Policía, bomberos y médicos fueron enviados al lugar del choque y hallaron al
presidente visiblemente piripi, a bordo de un Ferrari que le prestó
Roger Vadim, y en compañía de la bella actriz, argelina de
nacimiento, Marlène Jobert —aunque esto jamás se
confirmó
Giscard embistió la camioneta de
un lechero que empezaba su día de trabajo, y este, furioso, le tocó la cara. Por
supuesto, la prensa no violó el pacto de silencio y no hizo sangre con tan
privada y ejemplar aventura.
En 2009, el académico
Giscard publicó una sabrosa novelita, La Princesse et le
Président, que narra el idilio entre un académico y presidente
francés... y Lady Diana
Spencer.
En 1981 llegó el
turno del socialista François Mitterrand, y la revista
de extrema derecha Minute lo festejó publicando que
tenía una hija secreta de siete años, Mazarine,
con
una amante secreta y estable, Anne Pingeot.
Los medios pasaron 13
años sin rozar la historia, quizá porque Mitterrand ordenó pinchar un centenar
de teléfonos para evitarlo. En 1994, Paris Match
publicó una foto del presidente conocido como La
Esfinge saliendo de un restaurante con su hija bastarda.
El
paparazi es el mismo que tomó la foto a Hollande en la calle du
Cirque: Sébastien Valiela.
La leyenda dice que
Mitterrand autorizó la foto porque quería reconocer a su hija.
En 1996,
Mazarine y su madre asistieron al funeral junto a la familia
legítima.
Todo muy sobrio y
civilizado —pero con los teléfonos pinchados—.
Su sucesor, el viril
y campechano Jacques Chirac (1995-2007),
único presidente condenado aparte de Pétain, ha tenido
una vida larga y plena de romances poco o nada
secretos, según ha asumido incluso la que ha sido su esposa
durante cerca de medio siglo, Bernadette.
La lista, que no cabe
en esta página, es más digna de un playboy que de un estadista.
Y solo se encuentra
en las webs de la prensa rosa.
(2007- 2012) fue el
primer presidente macarra de Francia: mediático hasta
el mareo, se inspiró en Silvio Berlusconi para utilizar su vida privada y su
alma de hormiga atómica como armas políticas.
Se dejó filmar a
placer correteando en sudadera sudada; veraneó en yates prestados; amó los
relojes grandes; convirtió a su primera mujer,
Cécilia, en agitadora electoral y vicepresidenta;
intentó zanjar su crisis conyugal por sms (“si vuelves, cancelo todo”), y nombró
primera dama (“lo nuestro va en serio”) a la viajada cantante y modelo
Carla Bruni, llenando el palacio de un
inédito tufo bling bling (hortera).
Hollande (2012-?),
soltero, padre de cuatro hijos, alias Flamby, desalojó a Sarkozy
del trono prometiendo que sería un presidente normal y cumplió su palabra al
dejarse retratar in fraganti cuando visitaba a la actriz Julie
Gayet, 18 años más joven que él, montando de paquete en un escúter
oficial y ataviado con un casco estilo Daft Punk.
Al enterarse,
la primera dama-concubina, la guapa y dominante
periodista Valérie
Trierweiler —conocida por la
plebe como Rottweiler—, sufrió un coup de
blues (síncope de tristeza) e ingresó de urgencia en
La Pitié.
Nueve días
después, sigue allí. Ante 500 periodistas, Hollande fue preguntado un par de
veces por el asunto, y dijo: “Francia es un país de gran libertad y
eso es bueno. Y hay también, no como en otros países, respeto a la vida privada
y a la dignidad”.
Ayer se supo
que “François Casanova”, según le ha bautizado
Frédéric Mitterrand, llevaba dos años largos hablando
de cine en sus ratos libres.
Solo hay un colofón posible:
“Vive la France! Vive la République!”.
“Vive la France! Vive la République!”.
Miguel Mora - El País - Madrid - 19-Ene-2014
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