lunes, 8 de febrero de 2010

La política contra el individuo

EL LIBERALISMO tiene muchas ventajas sobre otros ismos.
Entre ellas, hay dos que merecen ser destacadas por un doble motivo:
- una de las ventajas nos permite entender su primacía y su esencia,
- la otra nos ayuda a centrar nuestro argumento y aclarar alguna confusión.


La primera ventaja es que el liberalismo no es fundamentalista, de modo que no sólo admite la discrepancia sino que es capaz de integrar lo escasamente aprovechable de otras doctrinas sin abjurar de sus principios motrices:
- la defensa de la libertad individual,
- la limitación del poder y
- la igualdad ante la ley.
No en vano, cuando el socialismo se liberó de las cadenas del marxismo y los partidos socialistas se tornaron en socialdemócratas, los regímenes liberales añadieron a su receta el más sabroso ingrediente del socialismo democrático (que comparte con la democracia cristiana): la justicia social.
Por eso el liberalismo sobrevive y prevalece porque:
- no es excluyente ni intransigente,
- no convierte sus postulados en dogmas de fe y, sobre todo,
- admite la discusión sobre los argumentos y no ad hominem -como hacía el comunismo- o
- sobre categorías prefabricadas -como hacen el socialismo o el nacionalismo-.

La segunda razón de la supremacía liberal es que el liberalismo desconfía de la política y, sobre todo, de la clase política.
Es decir, que pese a lo que tradicionalmente se nos ha hecho creer,
- confía en el individuo y en su capacidad para transformar la sociedad,
- confía en el potencial de lo que se llama la sociedad civil y el asociacionismo y también
- confía mucho más en los ciudadanos que en la ciudadanía,
lo cual quiere decir que entiende que la sociedad
- es una suma de individuos autónomos y diferentes
- con intereses comunes y sectorializados que no conforman un monolito,
- que es heterogénea y no una unidad compacta.

Desconfiar de la política implica, además, desconfiar de
- la ideología,
- la propaganda,
- los eslóganes,
- la doctrina y
- la movilización de masas.
Igualmente, desconfiar de la clase política significa
- preferir los mecanismos de control que establecen los individuos sobre el poder del Estado
- a los controles del Estado sobre los individuos:

el liberal no quiere
- ni comités,
- ni audiovisuales,
- ni de depuración,
- ni de Salud Pública,
- ni de evaluación del pasado,
- ni burocracia
- ni exceso de celo o paternalismo.
Desconfiar de la clase política supone asimismo renegar del establecimiento de canteras que nutren permanentemente a la política de esclavos del aparato del partido, alienados, aislados de la sociedad y que repiten consignas fabricadas en serie.
El liberal aplaude con entusiasmo las iniciativas que incorporan a lo mejor de la sociedad a la vida pública.
Por eso el PP cometió un gran error al retirar de la campaña de 2008 a Manuel Pizarro sólo porque el tsunami de la política con minúsculas (la refriega electoral) se lo llevó por delante.
Por eso lo comete ahora cuando no le otorga un papel de relevancia.
En suma, para el liberal, el individuo es mucho más importante que el político.
El liberal sostiene que el político tiene unas funciones muy concretas;
- que ha de resolver problemas, no crearlos;
- que ha de gestionar los recursos públicos, no utilizarlos;
- que ha de conocer la sociedad para la que trabaja, no sustituir divinidades;
- que ha de actuar sobre lo cotidiano, no delimitar lo trascendente;
- que debe comprender que está de paso pero las instituciones democráticas permanecen, y
por ello hay que protegerlas con el mimo de lo que tiene que durar. Y para que perduren
- no han de tener mácula,
- no ha de albergarse duda sobre su transparencia, utilidad y eficacia.

Hasta aquí la teoría. Descendamos ahora a lo concreto. La crisis económica nos ha puesto a todos en nuestro sitio y ha supuesto una bofetada de realismo que obliga a reorientar el sentido de la política.
Durante la campaña de 2004 (el 6 de marzo), el diario El País publicó un editorial que nos sirve de referencia para evaluar cuánto y en qué dirección ha cambiado políticamente España en apenas seis años.
Lo tituló "Las pequeñas cosas" y en su primer párrafo se felicitaba de que por fin se hablaba en campaña de los temas «que forman parte de la vida cotidiana de los ciudadanos, de sus alegrías y sus penas». Continuaba diciendo que lo que importa a los electores son «las medidas para mejorar la calidad de vida de las personas, aquellas que les permitan construir un proyecto autónomo y les den más posibilidades de bienestar».
Y por fin, antes de pasar a evaluar -sin mencionarlos pero con arrobas de intención y, por consiguiente, errando el tiro aun acertando el diagnóstico- los programas de los dos primeros partidos, concluía:
«La mejora de la vida cotidiana se sustenta sobre dos ejes:
- las posibilidades materiales de satisfacer las necesidades corrientes y las contingencias inesperadas, y
- las de ejercer los derechos individuales sin cortapisas».
He aquí, al cabo de todo este tiempo, el quid de la cuestión.
Pues bien, pasada una legislatura y media, da la sensación de que Zapatero ya ha hecho todo aquello para lo que fue elegido -y algunas otras cosas que no se le encomendaron- y que sus palabras no tienen -o han perdido- propiedades taumatúrgicas.
Aunque sólo sea porque como argumentó el sociólogo Robert Michels a principios del siglo pasado refiriéndose al liderazgo, el progreso que personifican los líderes es unilateral.
«La dirección de su superioridad es inseparable de la regresión de su inferioridad».
Lo que traducido al román paladino quiere decir
- que los proyectos se agotan, y
- que las fortalezas de un político representan el lado simétrico de sus debilidades.
- Que el aura de un político crece por el mismo lugar por el que luego se despeña.
- Que el buenismo gozó de buena salud, tuvo su público y, por supuesto, que no es algo malo en sí mismo, pero

- el pensamiento de Alicia se torna en un serio problema cuando no sólo colorea la realidad sino que la niega.

Total, que una legislatura y media más tarde hemos tomado conciencia de que
- durante algunos años la política no ha estado al servicio del individuo
- sino que se ha lanzado contra él, hasta que se ha tambaleado su bienestar.
Se han creado debates estériles, se han atascado algunas instituciones y la política ha sido
- un constante surtidor de ideología
- en lugar de un instrumento conseguidor de acuerdos.
La ideologización
provoca estancamiento porque impide la discusión abierta y plural.
La ideología, en el sentido de falsa conciencia de la realidad, polariza, separa y segmenta a la sociedad en compartimentos estancos.
La ideología nubla el entendimiento, es hermética, adoctrina y, por tanto, anula la individualidad.
Ahora nos vamos dando cuenta de que la política ha ido por un lado, retroalimentándose a sí misma y dejando a la intemperie a los ciudadanos, y la sociedad ha ido por otro sin que se encontraran soluciones a sus problemas del día a día.
Vemos cómo han estallado las pompas de jabón con las que se construyó un discurso envuelto en palabras hermosas con efecto disuasivo.

HOY, ACASO cegado por la ideología, el Gobierno no ve que la mayor libertad de la que puede gozar un individuo es la de poder elegir trabajo.
El trabajo proporciona autonomía, independencia y libertad porque permite a los ciudadanos construir su propio porvenir y proyectar sus ilusiones sin hacerlas depender del Estado y de la voluntad de los políticos.
De modo que las coberturas sociales al desempleo no son soluciones al problema del paro sino que constituyen la obligación moral de una clase política incapaz de proporcionarle futuro a casi un cuarto de su población.
Por cierto, decir que han aumentado las cantidades destinadas a subsidios no sólo es hacer de la necesidad virtud sino que es un argumento falaz si a la vez disminuye la cantidad neta que recibe cada uno de los que han de acogerse a las ayudas.
En resumidas cuentas, un sondeo publicado por EL MUNDO refleja que
- el 52% de los encuestados creen que la respuesta a la crisis ha sido mala o muy mala;
- el 28,9 de los votantes socialistas dicen que la Ley de Economía Sostenible no servirá para mejorar la situación; y
- el 63,5% de los votantes socialistas y
- el 62,8% de los de IU opinan que los sindicatos no defienden a los parados.
En definitiva, seis años después, la política luminotécnica, propia de sociedades felizmente instaladas en el postmaterialismo, se ha agotado.
Así que una legislatura y media más tarde el Partido Popular tiene una responsabilidad semejante a la que tuvo en 1996. Entonces no le temblaron las canillas. Recién comenzado 2010, las encuestas dicen que el PP podría volver al Gobierno, eso sí, teniendo en cuenta aquello que sabiamente comentó alguien que conoce bien al PSOE por dentro: «Si mañana hubiera elecciones, nosotros ya llevaríamos seis meses en campaña», de modo que la ventaja popular no sólo es relativa sino virtual.
Pero para que el PP vuelva al poder le hacen falta fundamentalmente tres cosas:
- ideas,
- convicción y
- determinación.
Alguien debería tomar nota de que el futuro empieza hoy.
Porque da la sensación de que el PP no está del todo, aunque
se le espera, no tanto con entusiasmo como por necesidad.
JAVIER REDONDO RODELAS - Universidad Carlos III - "El Mundo" - 8-Feb-2010

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