viernes, 4 de octubre de 2013

Lampedusa: Más de 200 muertos en el naufragio de inmigrantes


El Gobierno italiano anuncia un día de luto nacional
El rescate ha logrado salvar la vida de 150 personas, aunque 200 están desaparecidas.

La única novedad es el número. Un número suficientemente alto como para arroparlo con grandes palabras de luto y alarma, una fila interminable de muertos sin nombre al principio del telediario. El resto sucede cada día, por capítulos, sin que merezca el relato trágico de una barcaza con unos 500 inmigrantes a bordo —entre ellos muchos niños y mujeres embarazadas— que, antes del amanecer del jueves, se avería y empieza a hundirse a media milla de la isla italiana de Lampedusa. “Como estábamos cerca de la costa”, cuenta uno de los náufragos, “hemos decidido encender fuego para llamar la atención, pero el puente estaba sucio de gasolina y en pocos segundos el barco quedó envuelto en llamas. Muchos nos hemos lanzado al agua gritando mientras el barco volcaba”. Del medio millar de eritreos y somalíes que intentaban alcanzar suelo europeo, 200 han sido encontrados muertos, alrededor de 150 aún continúan desaparecidos y solo 150 lograron ser rescatados con vida por pesqueros y patrullas de la Guardia Costera. Algunos supervivientes han declarado que tres barcas de pesca pasaron cerca, vieron sus llamadas de auxilio y siguieron su camino.
El Gobierno ha decretado un día de luto nacional y todas las autoridades, desde el presidente de la República para abajo, han levantado la voz para que Europa les ayude a frenar una tragedia que, desde 1990, ha arrojado a la isla siciliana más de 8.000 cadáveres —de ellos, 2.700 durante 2011, coincidiendo con el conflicto libio—. Pero de todas las palabras pronunciadas, las que tal vez mejor definan la tragedia continua de los fugitivos de África, la rabia ante un desastre conocido y jamás combatido en serio, sean las que, en medio de un discurso escrito, improvisó este jueves el Papa Franciscose me viene la palabra vergüenza. Es una vergüenza— o las que, harta de tanta muerte, dirigió la alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, al primer ministro Enrico Letta: “El mar está lleno de muertos. Venga aquí a mirar el horror a la cara. Venga a contar los muertos conmigo”.
La barcaza, como muchas de las que cruzan el Canal de Sicilia, había partido del puerto libio de Misrata. Teniendo en cuenta que Lampedusa se encuentra a 205 kilómetros de Sicilia y a 113 de las costas de África, los viejos pesqueros, tripulados por empleadas de las mafias y abarrotados de inmigrantes, alcanzan suelo europeo en tres o cuatro días de navegación. Los últimos días del verano aumentan además el trasiego. Solo unas horas antes del naufragio, otro barco había arribado a Lampedusa con 463 refugiados sirios a bordo y, el lunes 30 de septiembre, 13 jóvenes de nacionalidad eritrea se ahogaron a solo unos metros de la playa siciliana de Sampieri. Pero solo es cuando se produce un gran naufragio —y este último es uno de los más grandes de los que se tienen noticia— la vista se vuelve a una isla de apenas 5.000 habitantes, cuya alcaldesa —harta de la sordera de las autoridades italianas y europeas— envió el pasado mes de febrero una carta a la Unión Europea en la que se preguntaba exclamando: “¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?”.
La respuesta no oficial le ha llegado. En el cementerio ya no hay más tierra para tumbas sin nombre. Y tampoco en la morgue ni en el pequeño puerto hay espacio para tantos cadáveres de hombres, niños y mujeres embarazadas. Los cuerpos recuperados de las aguas y los localizados, a última hora de la tarde, en el interior del pecio hundido se están trasladando a un hangar del aeropuerto, adonde también llegó a media tarde el vicepresidente del Gobierno y ministro del Interior, Angelino Alfano, quien confirmó los detalles del naufragio —los teléfonos que no funcionaban, los trapos que se prendieron, las cifras cada vez más insoportables de ahogados—, pero no quiso entrar en la cuestión que ensombrecía aún más la jornada. ¿Es verdad que tres barcos pesqueros habían visto la angustia de los inmigrantes y no les habían ayudado? “No los han visto”, respondió el ministro, “si no, habrían intervenido. Los italianos tienen un gran corazón. Hemos salvado la vida a 16.000 náufragos”.
Giusi Nicolini, en cambio, no lo tiene tan claro. La alcaldesa sí dio validez a la denuncia de los inmigrantes, pero atribuyó la supuesta actitud insolidaria de los pescadores a la actual legislación italiana, aprobada en 2008 por el Gobierno de Silvio Berlusconi bajo la inspiración de su entonces ministro del Interior, Roberto Maroni, de la xenófoba Liga Norte. “Si se han ido y no los han ayudado”, explicó Giusi Nicolini, “es porque nuestro país ha procesado a pescadores y armadores que han salvado vidas humanas por complicidad con la inmigración clandestina. Por eso, lo que el Gobierno tiene que hacer hoy mismo es cancelar este delito, cambiar la norma”.
Mientras los equipos de rescate iban aterrizando en la isla para recuperar los cadáveres —ya se descarta encontrar a más inmigrantes con vida—, las declaraciones de los políticos se fueron sucediendo, idénticas a las de la última tragedia. Se resumen muy bien en las palabras del presidente de la República, Giorgio Napolitano: “Es indispensable luchar contra el tráfico criminal de seres humanos en colaboración con los países de procedencia de los flujos de emigrantes y solicitantes de asilo. Son, por tanto, indispensables los controles en los países de procedencia de los emigrantes o de los que solicitan asilo”. Pero no hay que irse muy lejos, solo al 11 de julio de este año, para recordar las palabras —allí en Lampedusa— del papa Francisco e intuir que esta conmoción oficial terminará pronto, muy pronto. “¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos? Ninguno. Todos respondemos: ‘yo no he sido, serán otros’. ¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos…? La ilusión por lo insignificante nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros”.
Sobre todo si el otro yace bajo una tumba sin nombre en una isla perdida.
Información - El País - Madrid - 4-Oct-2013
Morir en Lampedusa
La UE tiene los medios para establecer una gran política de acogida de inmigrantes
Una tragedia más, pero esta sin precedentes: varios centenares de muertos tras el naufragio, el 3 de octubre, cerca de Lampedusa, de una barcaza que transportaba a unos 500 inmigrantes subsaharianos que intentaban atracar en esta pequeña isla europea, cerca de Sicilia. Una tragedia que es también, como ha subrayado el Papa Francisco en varias ocasiones en referencia a los acontecimientos: "una vergüenza".
Justamente, el Papa aparece hoy como el último defensor de estas decenas de miles de condenados de la tierra, que huyen del hambre y las guerras civiles, y que, estafados por los contrabandistas clandestinos y las mafias del éxodo, no encuentran al término de su recorrido más que la cárcel, los campos de internamiento, las expulsiones brutales y, cuando logran pasar entre las estrechas mallas de las redes de acero construidas por los países de "acogida", desembocan en la miseria de la clandestinidad y de la vida sin derechos.
Estos últimos años, con la crisis en Europa, los inmigrantes, sus condiciones de vida, sus penas y sus sufrimientos, todo ha sido ocultado y, en los países que han sufrido lo peor de esta crisis, como Grecia, han surgido partidos abiertamente racistas que les hacen caza a la luz del día. El nacionalismo xenófobo se ha convertido en mercancía en Europa, pero los lejanos subsaharianos, los egipcios, los sirios, albaneses, romaníes, y muchos más, siguen afluyendo, como si el paraíso europeo tuviera también la virtud de esconder su cara infernal, como si, además, la esperanza de otra vida fuese más fuerte que la otra cara de la vida: la muerte.
Lampedusa constituye un giro. La conciencia humana no puede permanecer indiferente ante tal tragedia: hay que decirlo, recordarlo, nunca olvidar el grito de dolor a la cabecera de esas mujeres embarazadas y de esos niños ahogados y ocultos en bolsas de plástico. La solución de estas migraciones de la desesperación no reside fundamentalmente en políticas represivas ni de contención. Es Europa al completo la que se enfrenta a estos dramas y solo una estrategia europea común puede hacerles cara. Los ministros del Interior europeos que deben reunirse en Luxemburgo el 23 de octubre, precisamente para contestar a la cuestión de la afluencia de emigrados de los Balcanes, se ven, sin embargo, tentados de caer en la trampa de una restricción de visados y del endurecimiento de la política de acogida. Tal evolución no hará más que confortar la inmigración clandestina y reforzar el rol de las mafias.
Ciertamente es indispensable regular estos flujos, pero ello no se puede hacer en detrimento de un tratamiento humano de la cuestión migratoria. Hay que tratar la petición migratoria lo antes posible en las zonas en conflicto, en los países vecinos e, igualmente, aceptar recibir a una parte de esta población en los países europeos.
La Unión Europea tiene los medios para establecer una gran política de acogida, con la condición de que todos los países que la componen acepten tener la misma estrategia y no la que se practica hoy en día, y que sirve para trasladar al vecino la carga de la acogida. La política de asilo debe humanizarse; es indispensable volver a evaluar las decisiones que han sido tomadas estos últimos años y que están destinadas todas ellas a acabar con el derecho de asilo.
En algunos países europeos ricos se han puesto en marcha estos últimos años restricciones enormes a la concesión del título de refugiado. Es ahí donde radican la "vergüenza" y esta "globalización de la indiferencia" de la que habla el Papa Francisco. Esto no atañe a tal o cual ministro del Interior europeo, es la ausencia de visión europea, de reflexión común, que falla de forma cruel, sobre lo que hay que trabajar.
Este fenómeno de fuga de poblaciones no es un problema técnico que una u otra medida policial podría resolver; es un problema político y solo una estrategia de solidaridad política de los países europeos, como la responsabilización de los países de tránsito, puede hacerle frente. Los muertos de Lampedusa deberían apelar a la buena conciencia occidental, tan fácil de conmover en cuanto a la defensa de derechos del hombre en 'casa' de los demás, que debería mirarse a la cara una vez más en su propia casa y aportar solidaridad, compasión y una humanidad elemental a esas mujeres, a esos niños, a esos hombres que corren al encuentro de la tragedia para huir de su destino infernal.
Sami Nair - El País - Madrid - 4-Oct-2013

No hay comentarios: