martes, 22 de octubre de 2013

Sindicalismos


Al naturalizar imaginariamente la condición obrera, el sindicalismo recupera el darwinismo social.
 
NO sé si los sindicatos sobrevivirán a ésta, pero no cabe duda de que tienen dentro a sus peores enemigos, y no me refiero ya al porcentaje de chorizos, mangantes y robaperas que toda corporación arrastra en sus filas, sino a
- la muchedumbre de jaleadores y escrachadores dispuestos a
- impedir que se haga justicia y que la verdad relumbre.
Debo decirlo: los sindicalistas me caían bien, lo que para un antiguo troskista como yo era ciertamente un lujo.
Mis camaradas los consideraban, en bloque, como
- la ilustración más perfecta del parasitismo y recordaban que
- ya Isaac Deutscher había definido al sindicalista como el perfecto burócrata.
Sin embargo, ya me olía por entonces que la clase obrera tenía de revolucionaria lo que yo de cartujo, y que
- la más noble aspiración que podía caber 
- en un trabajador manual asalariado era
- que sus hijos no lo fueran.
Marx, por cierto, pensaba lo mismo en su tiempo.
Para eso,
- para la abolición del proletariado
- es para lo que se inventaron los sindicatos.
- No para sacralizar la condición obrera y 
- extraer rentas de su culto.
Conocí sindicalistas estupendos, sacrificados y frugales. Yo no era ni lo uno ni lo otro, pero no tenía la obligación de serlo. Los sindicalistas, sí. Se sacrificaban por sus compañeros y vivían modestamente. Hablo de los años de la clandestinidad.
Conocí a Ramón Rubial en la cárcel de Basauri, donde él cumplía una condena larga y yo estaba de paso, como ave primaveral.
Conocí a Nicolás Redondo Urbieta y tuve incluso el honor de ser su padrino en un doctorado honoris causa que le otorgó la Universidad Politécnica de Valencia.
Conocí a muchos más. Gente admirable: sindicalistas socialistas, sindicalistas anarquistas, sindicalistas comunistas, sindicalistas cristianos.
- Un corrupto en sus filas les habría durado lo que un suspiro de viuda. 
- Ubi sunt?
- ¿Dónde se han metido?
El espectáculo de los piquetes coreando «¡Viva la lucha de la clase obrera!» a las puertas de los juzgados de Sevilla, mientras van apareciendo por ellas, con cara de humillados y ofendidos, los imputados por la juez Alaya, me parece uno de los más tristes que pueda ofrecerse a los viejos antifranquistas.
Y sugerir que la juez Alaya es franquista y resucita los usos del franquismo resulta de un gibraltareño que te ensucias los gayumbos, no digo más.
- ¿De dónde ha salido esta tropa?
Ha salido 
- de la naturalización de la condición obrera,
- de la conversión mental de la clase en especie y, por tanto,
- de la voluntad de perpetuarse en lucha abierta con otras especies.
A eso me suena «la lucha de la clase obrera» que invocan en su mantra los piquetes contra Alaya.
No se puede tocar un pelo de los saqueadores sindicales, porque
- depredar el presupuesto público es el modo de vida natural de
- los luchadores de la clase obrera y castigarlos por ello
- resulta tan incomprensible e injusto como 
- castigar a los macacos por alimentarse de bananas.
Es una interpretación, por supuesto, pero a ver quién dispone de otra más convincente.
Con todo, los escraches a la juez Alaya suponen un salto cualitativo del sindicalismo. Hacia atrás.
Pero es que
- el sindicalismo no deja de ir hacia atrás,
- hacia un sueño jurásico donde los velociraptores de la clase obrera
- son acosados sin piedad por tiranosaurios franquistas.
Pobres. Ni se imaginan lo que fue el franquismo. A buenas horas iban a montar una tangana semejante a las puertas de unos juzgados en vida del general.
En fin:
- la lucha por la vida como 
- lucha por la buena vida, por la vida a lo grande,
- versión sindical implícita de la lucha de la clase obrera.

- Un caso no previsto en la teoría darwiniana de 
- la evolución de las especies.
Jon Juaristi - ABC - Madrid - 21-Oct-2013

No hay comentarios: