Al
naturalizar imaginariamente la condición obrera, el
sindicalismo recupera el darwinismo
social.
NO sé
si los sindicatos sobrevivirán a ésta, pero no cabe duda de que
tienen dentro a sus peores enemigos, y no me refiero
ya al porcentaje de chorizos, mangantes y robaperas
que toda corporación arrastra en sus filas, sino a
- la
muchedumbre de jaleadores y escrachadores dispuestos a
-
impedir que se haga justicia y que la verdad
relumbre.
Debo decirlo: los
sindicalistas me caían bien, lo que para un antiguo
troskista como yo era ciertamente un lujo.
Mis camaradas los
consideraban, en bloque, como
- la
ilustración más perfecta del parasitismo y recordaban que
- ya
Isaac Deutscher había definido al sindicalista como el perfecto
burócrata.
Sin embargo,
ya me olía por entonces que la clase obrera tenía de
revolucionaria lo que yo de cartujo, y que
- la más
noble aspiración que podía caber
- en un trabajador manual asalariado era
-
que sus hijos no lo fueran.
Marx, por cierto,
pensaba lo mismo en su tiempo.
Para eso,
- para
la abolición del proletariado,
- es para lo que se inventaron los
sindicatos.
- No para sacralizar la condición obrera y
- extraer rentas de su
culto.
Conocí
sindicalistas estupendos, sacrificados y frugales. Yo no era ni lo uno ni lo
otro, pero no tenía la obligación de serlo. Los sindicalistas, sí.
Se
sacrificaban por sus compañeros y vivían modestamente. Hablo de los años de
la clandestinidad.
Conocí a Ramón
Rubial en la cárcel de Basauri, donde él
cumplía una condena larga y yo estaba de paso, como ave primaveral.
Conocí a
Nicolás Redondo Urbieta y tuve incluso el honor de ser
su padrino en un doctorado honoris
causa que le otorgó la
Universidad Politécnica de Valencia.
Conocí a muchos
más. Gente admirable: sindicalistas socialistas, sindicalistas anarquistas,
sindicalistas comunistas, sindicalistas cristianos.
- Un
corrupto en sus filas les habría durado lo que un suspiro de viuda.
- Ubi
sunt?
- ¿Dónde
se han metido?
El
espectáculo de los piquetes coreando «¡Viva la lucha
de la clase obrera!» a las puertas de los juzgados de Sevilla,
mientras van apareciendo por ellas, con cara de humillados y ofendidos,
los imputados por la juez Alaya, me parece
uno de los más tristes que pueda ofrecerse a los
viejos antifranquistas.
Y sugerir que la
juez Alaya es franquista y resucita los usos del franquismo resulta de un
gibraltareño que te ensucias los gayumbos, no digo más.
- ¿De
dónde ha salido esta tropa?
Ha
salido
- de
la naturalización de la condición obrera,
- de
la conversión mental de la clase en especie y, por tanto,
-
de la voluntad de perpetuarse en lucha abierta con otras
especies.
A eso me suena
«la lucha de la clase obrera» que invocan en su mantra
los piquetes contra Alaya.
No se
puede tocar un pelo de los saqueadores
sindicales, porque
-
depredar el presupuesto público es el modo de vida natural de
- los
luchadores de la clase obrera y castigarlos por ello
- resulta
tan incomprensible e injusto como
- castigar a los macacos por alimentarse de
bananas.
Es una
interpretación, por supuesto, pero a ver quién dispone de otra más
convincente.
Con todo, los
escraches a la juez Alaya suponen un salto cualitativo del sindicalismo. Hacia
atrás.
Pero es que
- el
sindicalismo no deja de ir hacia atrás,
- hacia
un sueño jurásico donde los velociraptores de la clase obrera
- son
acosados sin piedad por tiranosaurios franquistas.
Pobres. Ni se
imaginan lo que fue el franquismo. A buenas horas iban a montar una tangana
semejante a las puertas de unos juzgados en vida del general.
En fin:
- la
lucha por la vida como
- lucha por la buena vida, por la vida a lo
grande,
- versión
sindical implícita de la lucha de la clase obrera.
-
Un caso no previsto en la teoría darwiniana de
- la evolución de las
especies.
Jon Juaristi - ABC - Madrid - 21-Oct-2013
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