"... si los jueces no acatan la ley, se
distorsiona todo el sistema institucional y caemos de modo irremediable en la
dictadura judicial. En Chile comenzamos a vivir los primeros síntomas de este
fenómeno ..."
La evidencia parece irrefutable.
Una fracción minoritaria de nuestros jueces, en especial los que
integran la justicia penal,
- están comprometidos
con una concepción ideológica que
- los enfrenta, en forma constante,
- con las leyes que
deben aplicar.
Para que un fallo judicial
- tenga poder
vinculante (valor), debe fundarse en lo preceptuado en la ley.
Del contenido de esta última se
extraerán los elementos normativos que, incorporados a la sentencia, permiten
dotarla de validez y hacerla cumplir
coercitivamente.
Por consiguiente, los
conflictos intersubjetivos se resuelven de acuerdo a los principios consagrados
en la ley (norma), que es una manifestación de voluntad de los
otros poderes del Estado —colegisladores— democráticamente elegidos de
acuerdo a la institucionalidad vigente.
El sistema
judicial, desde esta perspectiva,
- solo funciona adecuadamente
en la medida en que
- los jueces sean leales
al mandato legal y
- sus resoluciones no busquen la forma de
eludirlo para
- fallar según sus
personales preferencias.Para demostrar las
virtudes de este sistema, debe tenerse en consideración que
- la ley que invoca el
sentenciador ha debido existir y hallarse en vigencia
- antes de generarse el
conflicto que se trata de dirimir y que, por lo tanto,
- no respetar las “reglas del
juego” acarrea
- la peor injusticia que puede cometerse.
- Asumir lo ordenado en la
ley, en consecuencia, es una manera de
- honrar la voluntad de la
mayoría ciudadana democráticamente manifestada.Es curioso observar cómo protesta el
público cuando en un espectáculo deportivo el árbitro (juez) no respeta
el reglamento (ley) y cobra las faltas según sus simpatías e
inclinaciones.
Sin embargo, no se formula la misma
protesta cuando un juez se aparta de lo que ordena la ley.
Es probable que ello ocurra porque
estos últimos
- justifican hábilmente sus
determinaciones con
- argumentos aparentes y casi siempre especiosos.
Pero lo cierto es que, en uno y otro
caso, la situación es la misma.
- Si los jueces no acatan la ley,
- Si los jueces no acatan la ley,
- se distorsiona todo el sistema institucional y
- caemos de modo
irremediable en la dictadura judicial.
En Chile
comenzamos a vivir los primeros síntomas de este fenómeno.
Las políticas
públicas, en cuestiones tan sensibles como la
generación eléctrica, los sistemas de salud y la lucha contra la delincuencia,
- chocan frontalmente
contra la voluntad de algunos magistrados que,
- al parecer, tienen una visión distinta
de la manera en que
- deben enfrentarse estos problemas.
Como resulta inevitable, las
relaciones entre los Poderes del Estado, en este contexto, se deterioran en
forma progresiva, provocando un distanciamiento que impide una acción eficiente
y mancomunada.
Lo ocurrido con el proyecto de
Observatorio Judicial es elocuente a este respecto.
Lo que señalamos queda de manifiesto en lo relativo a los planes sobre seguridad pública, política que debería comprometer a toda la población, y que ha redundado en un creciente desprestigio del Poder Judicial.
Lo que señalamos queda de manifiesto en lo relativo a los planes sobre seguridad pública, política que debería comprometer a toda la población, y que ha redundado en un creciente desprestigio del Poder Judicial.
- No existe un estímulo
más potente para el delincuente que la impunidad.
En la medida en que se aprecie que
-
la mayor parte de los delitos quedan sin sanción, la
criminalidad seguirá creciendo.Se ha sostenido, con insistencia,
que no corresponde a la judicatura prevenir el delito
y que ello es tarea de otras reparticiones del Estado.
Pero la realidad
demuestra que
- la incapacidad de las
instituciones para combatir el delito,
- deriva, en gran parte, de la
sensación de impunidad que
- domina en el submundo criminal.
El
“garantismo”, concepción que privilegia el
tratamiento que se brinda al hechor en desmedro del ofendido,
y al que adhiere un sector de nuestros jueces penales,
- no puede fundarse en el
respeto a los derechos humanos, porque
- el infractor atenta
precisamente contra ellos y
- casi siempre con una perversidad
inhumana.Mucho menos pueden los jueces
- asumir compromisos
ideológicos y
- dejar que los mismos orienten sus decisiones.
Si se
estimara que
- el que infringe la ley
es una víctima de la sociedad y,
- por lo mismo, debe ser amparado, incluso
- vulnerando
el mandato de la norma legal,
- el juez
se transformaría en un censor de la función legislativa,
- sobrepasando, en lo que le corresponde,
- el ejercicio de
la soberanía e invadiendo el ámbito de otras
potestades.No quisiéramos que la
desconfianza que don Andrés Bello
manifestó sobre la tarea de los jueces siga siendo un
escollo insuperable para nuestra institucionalidad, pero
- todo demuestra que es un
peligro que nos será difícil
superar.
Pablo Rodríguez Gues - El Mercurio - Santiago de Chile - 14-Nov-2013
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