domingo, 17 de noviembre de 2013

La aversión a las pérdidas y la preferencia por el dólar


Durante muchos años los economistas creímos que las personas tenían aversión a tomar riesgos y que por esa razón se priorizaban comportamientos conservadores, como por ejemplo comprar seguros.
Pero en la década del ’70, Daniel Kahneman, un viejo conocido de esta columna, hizo varios experimentos en los que descubrió que en realidad
- la gente es aversa a los riesgos solamente en el terreno de las ganancias, pero
- que preferimos sistemáticamente las conductas más riesgosas cuando
- lo que está en juego es perder más o menos.
Es decir,
- nos gustan
  - las ganancias seguras y
  - las pérdidas inciertas.
Ante las ganancias parecería que pensamos: “Ya lo he ganado, ya es mío, a cobrar”, y ante las pérdidas imaginamos que aún existe una posibilidad de reducir el daño, “no lo he perdido todo aún”.
Llevada al extremo, esta conducta respecto de las pérdidas explica el conocido comportamiento de los jugadores compulsivos que no pueden parar de apostar cuando van perdiendo, pues creen que aún existe una pequeña oportunidad de recuperarse.
Es muy factible que esa conducta haya evolucionado en nuestra especie como resultado de las presiones selectivas del medio ambiente.
De hecho, el biólogo Thomas Carasco, de la Universidad de New York, encontró ese mismo comportamiento en una especie de aves llamadas “juncos de ojo amarillo”.
En los orígenes
Resulta claro que, en el proceso de evolución de nuestra especie, los cazadores y recolectores que perdían su alimento o su pareja estaban prácticamente destinados a perecer sin reproducirse, por lo cual bien valía arriesgarse a sufrir una pérdida aún mayor -que en términos de la transmisión de sus genes a futuras generaciones de todos modos no cambiaría mucho el panorama- si el premio podía ser recuperar el alimento y la pareja, lo que implicaba extender en el tiempo las chances de sobrevivir y de aparearse algunas veces más.
En cambio, quien ya tenía asegurados su sustento y su pareja tenía comprado el pasaje de sus genes hacia la próxima generación, por lo cual para ese sujeto no tenía mucho sentido arriesgarse, máxime cuando una amplia varianza en los resultados podía conducir a la extinción de sus genes si perdía la comida o la pareja que ya poseía y después no tenía la suerte de encontrar otros recursos rápidamente.
Esta aversión a perder lo que ya tenemos sirve para
- dar cuenta de muchas conductas de preferencia por
- proyectos de inversión relativamente poco riesgosos,
pero esta semana el periodista Paulino Rodríguez me hizo una pregunta que me dejó pensando:
- ¿Por qué en Argentina la gente no usa otros activos financieros para canalizar sus ahorros,
  como por ejemplo las acciones que cotizan en bolsa o los bonos públicos, del mismo modo que
  sucede en tantos otros países?
- ¿Por qué la aparente obsesión por ahorrar en dólares?
- ¿Es algo cultural?
La clave de la respuesta, creo, reside en
- el modo en que funciona el mecanismo de memoria de nuestra especie y en
- las particularidades de la historia macroeconómica de nuestro país.
Resulta que como nos enseñó el psicólogo cognitivo Alan Baddeley, nuestra memoria se separa básicamente en
- un almacén episódico, que conserva los recuerdos de nuestras experiencias,
   - siempre asociados con un contenido emocional, los marcadores somáticos 
     que descubrió Antonio Damasio, y
- una memoria semántica que guarda la información que no experimentamos 
  sino que adquirimos leyendo, consumiendo medios, o escuchando amigos.
Recuerdo y olvidos
El problema es que como descubrieron Daniel Shacter y Elizabeth Loftus,
- nuestra memoria nos engaña muy a menudo y muchas veces
- guarda aparentemente de manera caprichosa algunos recuerdos,
- mientras que olvida otros.
Así, tenemos
- pocos recuerdos de momentos en los que haya sido una mala inversión
  comprar dólares,
- como ocurrió por ejemplo a mediados del 2003 en que el billete 
  norteamericano casi llega
- a tocar los $4, para retroceder hasta menos de $3, pocos meses después.
Y en cambio es mucho más común que nos acordemos de
- fuertes oscilaciones en los precios de las acciones que generaron
- profundos shocks bursátiles en unos pocos días.
A largo plazo,
- las inversiones en la bolsa y en títulos públicos dolarizados, son
- una mejor inversión que la simple especulación con una subida del dólar, pero
- el problema es que esto no es siempre así en períodos cortos de tiempo.
Durante 2008, por ejemplo, con la crisis del campo
- la bolsa perdió más del 50% de su valor.
Lo mismo sucede con los bonos públicos, cuya cotización suele depender de los vaivenes de la macro.
En un escenario de mayor estabilidad macroeconómica como el que exhiben los países desarrollados, la gente se anima a invertir en la bolsa porque
- no observa oscilaciones muy bruscas en el precio de las acciones y bonos, pero
- en nuestras tierras la gente que compró una acción y al otro día en el diario 
  ve que
- bajó de precio, sufre la baja como una pérdida y no se queda con una mirada de largo plazo; - no se olvida de las acciones y vuelve a mirar el precio dentro de dos años, por ejemplo. 
Compramos dólares, entonces, porque
- no queremos arriesgar a perder lo que ya tenemos,
- no tenemos paciencia para esperar el largo plazo y
- nuestro sistema de memoria nos juega la mala pasada de hacernos creer que
- otras opciones son más riesgosas, aunque no sea ésa la realidad.

Por eso el dólar está a $10, y cuando la gente nuevamente tenga un excedente de pesos en el bolsillo (por ejemplo con el próximo pago de aguinaldos) volverá a subir.
Martín Tetaz - El Día - La Plata - 17-Nov-2013

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